IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Etapas en la pareja

Como cualquier relación, la de pareja atraviesa diferentes fases. Evidentemente, cada una las vive de forma diferente y su avance tampoco es necesariamente lineal, pero, como en otras muchas facetas de nuestra naturaleza, nos parecemos mucho unos a otros. Las relaciones de pareja son relaciones de intimidad emocional, física, pero también cognitiva e incluso conductual. Es decir, en estas cuatro áreas esenciales de la persona, la relación idealmente va a permitir la expresión espontánea de emociones, pensamientos, deseos o actividades que implican cierta vulnerabilidad y que se coloca entre ambos o ambas para ser cuidada y enriquecida. Una de las diferencias más notables que hacen que lo anterior se haga complejo es la diferencia en las expectativas de cada miembro con respecto a la relación; por ejemplo, uno puede esperar que esta se mantenga en esa fase de fusión que supone el enamoramiento inicial, un tanto simbiótico, y el otro puede desear que sea un apoyo emocional y práctico a su actividad independiente. Aunque no siempre el consenso en una expectativa conservadora lo hace más sencillo; por ejemplo, cuando ambos miembros ven como deseable aquella fusión en todos los aspectos de la vida, aislándose del mundo exterior o dependiendo mutuamente hasta la inacción al tomar cualquier decisión banal o relevante que no incluya al otro. Sin embargo, idealmente, el inicio de la relación parte de esa fase en la que la idealización romántica del otro y casi la falta de límites claros entre ambos nos da la sensación de saber perfectamente lo que el otro o la otra está pensando o sintiendo. En esta fase las diferencias se minimizan y las semejanzas se acentúan, los defectos se vuelven virtudes, la pareja parece inseparable… Esta fase cambia cuando uno de los dos o de las dos avanza, dirigiendo ahora sus energías hacia el mundo, y con la sensación creciente de «tener que hacer esto solo o sola», mientras la otra parte permanece en esa fusión anterior.

Muchas parejas viven sus primeros momentos de tensión en esta fase, porque mientras uno trata de retener esa energía del inicio, el otro puede vivir el intento con agobio, optando por un mayor distanciamiento. La ira y el miedo a la separación ante el cambio se hacen presentes y se hace imprescindible un nuevo tipo de acuerdo en el que la energía pueda fluir tanto hacia el interior como hacia el exterior de la pareja, aunando intimidad y autodefinición. Cuando ambos avanzan en este sentido, notando una nueva fuerza para estar en el mundo juntos, pueden optar por usarla para apoyar el crecimiento y la independencia del otro o la otra, o pueden separarse emocionalmente en la lucha por su control. Esta es una etapa de oscilaciones, tirantez y descubrimiento, que idealmente llevará en la siguiente fase a una cierta constancia, en la que la decisión de quedarse en la pareja no surge de la necesidad sino de la responsabilidad personal. Entonces la energía pasa a servir a la propia pareja, la culpa se sustituye por formas creativas de lidiar con el conflicto y la navegación entre la cercanía y la distancia cursa sin miedo al abandono o a la asfixia.

Cada parte apoya en lugar de mimar el éxito de la otra y la relación se convierte en una fuente importante de nutrición, pero no la única. Es entonces cuando las parejas parecen sentir un impulso natural a crear o a comprometerse con algo más allá de «qué hay aquí para mí», que se transforma en un deseo de expresar y usar las diferencias como fuente de creatividad y conocimiento mutuamente satisfactoria y llena de vida. (Basado en un artículo de Ellyn Bader y Peter Pearson, publicado por “Transactional Analysis Journal”).