26 MAY. 2019 ARQUITECTURA Todo se ha estado haciendo mal IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBÉNIZ Una cita atribuida a Max Planck afirma que una nueva verdad científica no se convierte en dominante porque sus demostraciones sean más precisas que la verdad anterior, sino que simplemente la nueva generación se impone sobre unos oponentes que, eventualmente, van muriendo. Aunque esta afirmación se demuestra verdadera para la ciencias formales y naturales, por el contrario se ha visto que la psicología y las ciencias sociales pueden presentar grandes resistencias a la hora de aceptar cambios. En el caso del urbanismo, en tanto en cuanto ciencia aplicada más cercana a las ciencias sociales que a la ingeniería, es notable la resistencia a adoptar conceptos innovadores que pongan en duda el urbanismo que se impuso tras la Segunda Guerra Mundial. En este caso, hablamos de las resistencias a entender que el diseño de la ciudad tiene género, y el urbanismo no es neutro. Aunque probablemente la nueva ola feminista haga que las afirmaciones sean menos vehementes, el discurso de los urbanistas diciendo que el urbanismo desde perspectiva de género no tiene sentido sigue vigente. Cosas como: «Pienso que debemos entender el urbanismo como universal», «el urbanismo no tiene género» o «todos los ciudadanos son iguales desde la perspectiva del urbanismo» son frases que se escuchan a menudo, pronunciadas desde una posición casi de orgullo herido, ya que se piensa que el urbanismo tradicional da soluciones completas desde la generalidad. El crítico de arte José Miguel G. Cortés afirma que la arquitectura en general, y su máximo exponente, la casa unifamiliar, es un mecanismo que sirve para mantener un orden social establecido. De esa afirmación, concluye que lo que en teoría debería de percibirse como un “refugio”, principal razón de ser de la arquitectura más primitiva, puede llegar a ser una realidad política, una expresión de la disciplina imperante y «el mejor garante del control ideológico y moral de sus ocupantes». Dicho de otro modo, las sociedades crean su propio espacio, y ese espacio tiene una lectura política. Es por ello que se afirma que el diseño de las ciudades tienen una lectura política insoslayable. Del mismo modo que se ha visto que la formación en tema de género es mejorable –cuando no inexistente– en parcelas de la vida civil muy determinantes como la Judicatura, es necesario implementar la visión de que una sociedad donde las mujeres dedican dos horas y cuarto más por día al cuidado del hogar y familia que los hombres no es una sociedad donde las reglas de juego sean iguales para mujeres y hombres. Esa visión tiene que estar presente en la Universidad, en los Colegios Profesionales, en los pliegos de concursos públicos y en la agenda política y civil. Hay que reconocer que todo se ha estado haciendo mal. Bien intencionadamente, tal vez, pero mal. Es necesario admitir que el territorio creado en la época moderna ha resultado ser una ciudad que no permite una vida cotidiana normal, entendiendo por “normal” aquella donde los equipamientos para la vida estén a una escala peatonal, no sea necesario coger el coche para ir, por ejemplo, al ambulatorio, existan aceras con suficiente anchura, baños públicos, bancos para sentarse, iluminación adecuada… Hay que entender que no es normal, ni sostenible para la ciudad y la sociedad, ir de casa al trabajo en coche, aparcar en el parking del trabajo, volver a casa pasando a recoger a los niños en coche, llevarlos a extraescolares en coche, aprovechar el entretiempo para pasar por una gran superficie comercial para hacer la compra –que tal vez se haya hecho por internet y ni siquiera se salga del coche para recogerla–, recoger a los niños y llegar a casa aparcando en el parking del edificio, todo sin pisar ni siquiera cinco minutos el espacio público. ¿Qué tiene que ver lo descrito con el género? Todo. Esa persona pegada a un coche es el ciudadano modelo para el cual la ciudad ha sido diseñada; con empleo, salud, dinero y desprovisto de muchas cargas familiares. Es alguien que no pisa la esfera reproductiva de la vida no se queda en casa sin ir a trabajar porque su padre está enfermo y necesita llevarle al médico, ni tampoco llega a recoger a los niños al colegio. Esa persona –ese hombre con dinero y sin ataduras familiares– es la que debemos de poner en crisis como sujeto de estudio para el diseño de la ciudad. Aunque el discurso teórico del urbanismo feminista esté bastante extendido en Hego Euskal Herria, el contacto con el día a día con los urbanistas que diseñan la ciudad –en general hombres– evidencia que existen resistencias, faltas de apoyo y necesidad de referentes y nuevas experiencias que permitan hacer una ciudad más equitativa e inclusiva.