MIKEL INSAUSTI
CINE

«Les plus belles années d’une vie»

En un pase organizado con motivo del cincuenta aniversario del estreno de “Un hombre y una mujer” (1966), el director Claude Lelouch se reencontró con la pareja estelar de la película. Para celebrar que tanto él como los también octogenarios Jean-Louis Trintignant y Anouk Aimée seguían vivos les propuso rodar una secuela de aquel gran clásico, que en realidad ha terminado siendo una reunión de homenaje. “Les plus belles années d’une vie” (2019) se presentaba en el Festival de Cannes fuera de concurso, lo que también suponía una excusa para juntarse de nuevo en una fiesta de la nostalgia romántica, puesto que no cabe duda de que el romanticismo no es tal sin su toque nostálgico.

Y con esos ojos hay que ver la película, que no admite otro tipo de mirada más esquinada, haciendo disfrutar a sus fans supervivientes y tal vez a alguien más joven que no conozca el título original. Y de esta manera lo pueden descubrir ahora, porque el montaje de la supuesta continuación contiene imágenes de la realización de 1966 en una tercera parte del metraje. El argumento ya se encarga de justificar convenientemente la incesante lluvia de flash-backs, toda vez que el protagonista masculino sufre de Alzheimer o de demencia senil y necesita recordar, recuperar sus más bellos años tal como avanza el enunciado de este romance otoñal.

Recordamos que el personaje que interpretaba Jean-Louis Trintignant se llamaba también Jean-Louis, decisión que facilita mucho las cosas a sus 88 años de edad. Es a su hijo Antoine, interpretado por Antoine Sire, al que se le ocurre que al anciano le vendría bien rememorar su historia de amor con Anne, y para ello se pone de acuerdo con Françoise, la hija de ésta encarnada por Souad Amidou. La madre acepta encantada y no tiene inconveniente en seguir el juego, en un papel que coincide con el envidiable estado actual de la eterna actriz Anouk Aimée, que a sus 87 años se encuentra mucho mejor de salud y no ha perdido esa belleza que conquista a la cámara.

La dependencia obliga a Jean-Louis a permanecer recluido en una residencia de una localidad costera de Normandía, concretamente en Varengeville-Sur-Mer. Nada más ver a su amada los recuerdos más remotos y preciados, los de juventud, se activan y le provocan una confesión sincera y profunda que sirve para entonar el mea culpa con respecto a las causas que provocaron el distanciamiento de la pareja. Pese a que podrían haber influido las ambiciones profesionales de cada cual, de acuerdo con lo expuesto en la segunda entrega “Un hombre y una mujer: 20 años después” (1986), se prescinde totalmente de ella, porque Lelouch prefiere ir directo a los orígenes de su love-story.

Él le pide que le ayude a escapar del geriátrico a la búsqueda del tiempo perdido, y así la nueva película se convierte en un tour turístico por los viejos escenarios, con especial atención a las playas normandas y al hotel de Deauville en el que empezó todo. Ni que decir tiene que en su road-movie no falta el viejo Ford Mustang 184, que Jean-Luis solía pilotar en el Rallye de Monte-Carlo.

Y todo ello a los sones del archifamoso tema compuesto por Francis Lai, que sirvió para dar carta de naturaleza al estilo musical conocido como “dabadaba”, y que sustituía la letra por un simple y efectivo tarareo. Lo sigue cantando Nicole Croisille a sus 82 años, aunque ahora la voz masculina la pone Calogero a falta de Pierre Barouh, que se nos fue un poco antes que Lai.

Ni cuando el maestro Lelouch hizo la segunda entrega, ni esta vez con la tercera, ha pretendido repetir un éxito comercial. Siempre ha sido un cineasta totalmente libre, bien en sus comienzos de la Nouvelle vague, o bien cuando dijeron que se había aburguesado porque hizo las 49 películas que quería hacer con su inconfundible y elegante belleza visual. Prueba de ello es que su largometraje número 50, titulado “La vertu de l’imponderable”, lo grabará con un móvil.