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gastroteka

Dulces nombres propios


Hace unos meses hablamos de los nombres propios en los platos de cocina y trajimos a colación el sandwich, el filete Strogonoff, la salsa Alfredo, o las gildas. Hoy quiero hacer lo mismo con los postres. Como veréis, la mayoría de recetas con nombre propio suelen ser apropiaciones del recetario tradicional y una fuente inagotable de leyendas urbanas.

El primer nombre del que quiero hablar es la Pavlova, que sigue siendo objeto de disputas entre Australia y Nueva Zelanda, aunque todos los indicios apuntan a que esta receta a base de merengue, nata y frutas fue creada por el chef del hotel donde se alojó en Wellington, Nueva Zelanda, la bailarina de origen ruso Anna Pavlova en su gira mundial de 1926.

Los crepes Suzette, unos crepes doblados en forma de triángulo, bañados en mantequilla y naranja y flambeados con licor de la misma fruta, también son objeto de polémica. Parece ser que el flambeado fue accidental y, al ser uno de los platos favoritos del monarca inglés Eduardo VII, se han elaborado curiosas teorías sobre su creación, aunque al parecer su origen es francés y su época aquella en la que un buen banquete no podía llamarse así si no había unos camareros abrasándose el bigote.

Con el pastel ruso nuevamente nos encontramos ante el bautizo de un postre no por invención, sino por mera adopción. Aparentemente, al zar Alejandro II le encantaba un bizcocho de merengue almendrado relleno de praliné. Cuenta la leyenda que cuando visitó París con motivo de la Exposición Universal de 1855, la emperatriz consorte de origen español Eugenia de Montijo le sirvió este postre y al zar le gustó tanto que empezaron a llamarlo “el pastel del ruso”.

Esta breve lista no estaría completa sin la internacionalmente conocida tarta tatin, invención de las hermanas Caroline y Stephanie Tatin, dueñas de un hotel en el pequeño pueblo francés de Lamotte-Beuvron. Allí, daban de comer a los cazadores que se desplazaban desde París y, más allá de los platos de caza, ofrecían entre sus postres una tarta de manzana especial basada, según parece, en una receta tradicional de la región de Sologne. Esta tarta lleva una capa de manzanas caramelizadas cubierta con masa quebrada u hojaldre que se hornea conjuntamente y, cuando está lista, se voltea para que la fruta quede en la parte superior. Es fácil de hacer, deliciosa y un básico de la gastronomía internacional que se popularizó cuando, alrededor de 1926, el restaurante parisino Maxim’s la incluyó en su carta dando pie a la extendidísima leyenda urbana de que había sido inventada por accidente al olvidar poner la base de pasta bajo las manzanas.

La tarta Sacher. No podemos terminar este dulce repaso sin mencionar la tarta Sacher, una de las más conocidas del mundo. Lo primero que hay que saber sobre la Sachertorte es que, pese a que va camino de los dos siglos de existencia, su receta todavía es secreta. Esta orgía de chocolate nació en 1832 en Viena, de la mano del joven aprendiz de repostero Franz Sacher, de la pastelería Demel. En 1876 abrió sus puertas en Viena el hotel Sacher, que la comercializó y, desde mediados del siglo XX, la pastelería y el hotel tienen un pleito sobre la propiedad de la receta de esta bomba compuesta por dos bizcochos de chocolate separados por una capa de mermelada de albaricoque y recubiertos de un glaseado de chocolate que puede parar un tren. Podéis encargar una auténtica tarta Sacher en shop.sacher.com en cuatro tamaños que van desde los 29 a los 55,5 euros. Yo no lo he hecho pero me han confirmado de primera mano que, aparte de un regalo realmente especial, es algo altamente lujurioso.