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ARQUITECTURA

Iconos del cambio climático


A lo largo de la historia, la arquitectura ha intentado representar los anhelos y esperanzas de cada época. El cambio climático es, sin duda, el mayor problema de nuestro tiempo y ponerle freno debería ser, por tanto, el principal objetivo de nuestra sociedad. Cuando en el año 2011 se anunciaba que el estudio BIG, la oficina de arquitectura danesa dirigida por Bjarke Ingels, había ganado el concurso para construir el CopenHill, pocos podían imaginar que el reto supondría casi una década de trabajo. Hoy esta inmensa planta de gestión de residuos, que transforma esos residuos en energía eléctrica, se levanta transformando el skyline de Copenhague como una gran montaña artificial.

Ubicada en una zona industrial cerca del centro de la ciudad, la nueva planta energética aspira a convertirse en un modelo ejemplar de gestión medioambiental así como en un hito arquitectónico. En sus inicios, el proyecto fue la iniciativa ambiental más importante del Gobierno de Dinamarca, impulsada para reemplazar una antigua planta, integrando en la nueva las últimas tecnologías en tratamiento de residuos y cuidados ambientales.

Cuando BIG comenzó el trabajo, se dio cuenta de que la arquitectura en ese contexto industrial había quedado relegada a la ejecución de una fachada que ocultase el proceso industrial. En el fondo, se trataba de generar una hermosa vestimenta alrededor de una fábrica. Para superar esa condición ornamental, y dada la escala monumental del proyecto –CopenHill es el edificio más alto y más grande de Copenhague–, los arquitectos propusieron transformar la cubierta del edificio en la primera pista de esquí del país.

Una extravagancia que transforma esta construcción en un icono jocoso, casi en una contradicción, al confrontar un espacio deportivo, lúdico y ligado al ocio, con la mayor planta de residuos de Dinamarca. Un planteamiento tan desconcertante que todavía hoy al visitar el lugar no llega a comprenderse del todo.

Hay un parque por el que discurre la pista de esquí que corona el edificio con una superficie de 16.000 metros cuadrados, buscando reclamar la atención del público a través de la introducción de un programa lleno de naturaleza y diversión sobre un edificio inmenso. Durante los meses de verano, el parque se llena de actividades, brindando a los visitantes senderos para caminar, parques infantiles, estructuras de ejercicios, carreras por senderos, paredes para escalar y unas magníficas vistas de la ciudad desde su cumbre artificial. En invierno, el parque se reinventa en una pista de esquí de más de 500 metros de longitud.

El reto para 2025. Todo este esfuerzo técnico y económico aspira a encarnar la noción de una sostenibilidad tecnológica que convierta a Copenhague en la primera ciudad del planeta con huella cero de carbono para el año 2025. El plan incluye además espacios docentes, como un centro de información sobre procesos sostenibles y un centro de educación ambiental, convirtiendo la infraestructura en un elemento de concienciación social. Debajo de las laderas, los hornos, el vapor y las turbinas de la gran máquina industrial transforman 440.000 toneladas de desechos anuales en suficiente energía limpia para suministrar electricidad y calefacción urbana a 150.000 hogares.

Al mismo tiempo, la propia planta de energía, su construcción, es tan limpia que ha permitido convertir su imponente masa en el soporte de la vida social de la ciudad; su fachada y su techo son escalables y sus laderas son esquiables. Un claro ejemplo de una nueva sostenibilidad, que persigue ya no únicamente una ciudad sostenible por la mejora del medio ambiente, sino también más agradable para la vida de sus ciudadanos.

Desde un punto de vista más arquitectónico, el bloque se presenta con una fachada continua compuesta por piezas prismáticas de aluminio de 1,2 m de alto por 3,3 m de ancho, apiladas como gigantescos ladrillos superpuestos entre sí. En resumen, tal y como defiende el propio Bjarke Ingels, fundador y director de BIG, CopenHill es la expresión arquitectónica de algo que de otro modo habría permanecido invisible; una planta de energía que convierte residuos en la energía más limpia del mundo ya no es una fábrica, sino un icono.

Pero tal vez esa búsqueda del icono, de la extravagancia de visibilizar la planta de gestión de residuos como un mundo ideal de ocio y disfrute, consiga precisamente lo contrario de lo pretendido. Ocultar bajo una falsa máscara, bajo una envolvente de naturaleza artificial un monstruo industrial que alimentamos diariamente con toneladas de residuos. Un mundo sucio que queda escondido bajo una pista de esquí que actúa como aquella alfombra bajo la que se mete lo barrido. Por muy bella que sea la alfombra, por muy sostenible que sea la envolvente, la basura seguirá su camino y su proceso industrial bajo ella. Y no parece ético creer que por taparla con un hermoso y sugerente vestido va a desaparecer.