02 FEB. 2020 PANORAMIKA Mundos IKER FIDALGO ALDAY El contexto cultural en el que vivimos está marcado por la ausencia de límites. Uno de los desarrollos recurrentes de esta página es la propuesta del análisis de las prácticas artísticas desde un lugar difuminado en el que la forma de denominar aquello que estamos viendo importa poco o nada. Si bien las grandes disciplinas del arte siguen manteniendo gran parte de su estatus, nuestros sistemas de referencia y nuestra convivencia con el mundo de la imagen, cada vez más expandido, nos señala la importancia de intentar leer el arte desde espacios para nada estancos dando cabida a campos como la ilustración o el diseño. Si la definición del arte es una pregunta que ha estado presente durante todo el S.XX, quizás es el momento de cuestionar qué es lo que define a una imagen. Desde la revolución digital que sentó las bases de la Era de la Información hasta la entrada de internet en el ámbito doméstico y el desarrollo de dispositivos portátiles y redes sociales, el arte ha ido adaptando sus campos de interés como testigo y protagonista de su propio tiempo. En este momento marcado por la velocidad de la distribución y el consumo de contenidos, determinados modos de hacer se convierten (in)voluntariamente en un acto político que reivindican procesos lentos en los que conviven la sensibilidad del trazo, la materialidad del papel y una observación que prescinde de la retroiluminación de pantallas. En las dos exposiciones que reseñamos hoy, todos estos elementos tienen cabida para esbozar una cosmovisión que nos invita a asomarnos a mundos propios y atmósferas etéreas, que precisamente por imaginadas, nos ayudan a repensar nuestra visión de la vida. El Centro de interpretación de los humedales de Salburua, Ataria de Gasteiz, viene desarrollando en los últimos años un programa expositivo acorde a sus puntos de interés en el que está presente una clara apertura hacia otros campos. Esta condición es lo que ha propiciado que exista una línea de trabajo con artistas gracias a la cual la investigación científica y el contenido del propio centro es complementado desde una visión diferente. En este caso es la ilustradora Pili Aguado (Tolosa, 1981) quien inauguró en enero la muestra “Somos bosque/Basoa gara” hasta el próximo 23 de febrero. Si bien no se trata de una visión retrospectiva, sí es un recorrido por los últimos años de su trabajo en los que la idea de naturaleza ha estado muy presente. La construcción cultural del término aparece desgranada en diferentes series de piezas que se interrelacionan entre sí. La naturaleza como un espacio común donde cohabitan las especies que pueblan la vida, pero también como un lugar de recuerdos desde el que partir y al que regresar para tomar consciencia de lo que somos. Cuestiones como la cultura popular o la creación de seres imaginarios son algunas de las fuentes de las que bebe Aguado. Sin embargo, y a pesar de parecer situarse en un estrato de lo fantástico, subyace una reflexión sobre temas como la memoria o el papel de la mujer. La acristalada sala necesita de paneles para la construcción del espacio expositivo y, a su vez, esta especificidad favorece la separación de los diferentes grupos de obras permitiendo una visión tanto en conjunto como marcada por los diversos tramos. Entre las más de 50 creaciones cabe destacar, quizás por diferente respecto a las demás, una serie de retratos antiguos que son intervenidos directamente con el trazo del dibujo. Mujeres que son reivindicadas desde el anonimato y que se convierten en seres mitad humano mitad flor. La Galería Lumbreras de Bilbo presenta hasta el próximo 21 de febrero “Monochrome”, de Javier Riaño (Bilbo, 1959). Obra gráfica de mediano y gran formato en su mayoría que habita las dos estancias de la galería compartiendo protagonismo con una serie de maquetas y bocetos dispuestos sobre vitrinas. La representación de la arquitectura es revisada por Riaño, proponiendo una colección de estancias, edificaciones o estructuras habitables que parecen ser dominadas por la precariedad de su factura y la fragilidad de los materiales. La idea del nómada o del asentamiento efímero se agolpa ante cada nueva pieza. El contraste de un blanco luminoso con un fondo oscuro nos hace aproximarnos aún más a una idea de escenografía e incluso de ensoñación. Una apuesta que se separa conscientemente del plano de lo real y nos evoca una realidad diferente pero no tan alejada de nuestra propia condición humana.