Jone Buruzko
IRUDITAN

El drama que no cesa

Hacinados en Pazarkule, miles de migrantes y refugiados esperaban pancarta en mano alcanzar territorio europeo. Convertidos en rehenes de la política internacional, despidieron febrero y abrieron marzo en distintos puntos de esos 212 kilómetros de la frontera turco-griega acampados junto al río Evros, pese al frío, el hambre y todo lo demás. Son sirios, afganos, iraníes, somalíes, paquistaníes... la mayoría pobres, jóvenes y ancianos, familias enteras sin recursos económicos y muchos niños que ya no tienen casa porque las últimas las dejaron con sus escasas pertenencias en algunas de las provincias de Turquía, donde han permanecido los últimos años hasta que recientemente el Gobierno de Ankara anunció que dejaba el paso franco a los migrantes como medida de presión contra la Unión Europea. Entre gases lacrimógenos y disparos, están decididos a resistir. No les queda otra, solo la esperanza de huir de la guerra y el hambre en busca de ese tópico de una vida mejor. Con todas las puertas cerradas, en medio de un escenario complicado, los refugiados se agarran a la generosidad de los campesinos de los alrededores que les facilitan comida. Ya lo dijo la gente de Zaporeak tras ser agredidos por fascistas griegos: «No les podemos abandonar».