Viaje al origen de una nación
Cuatrocientos años después de la llegada del barco Mayflower a la costa este de Estados Unidos, Boston y Plymouth mantienen el espíritu de los llamados Padres Peregrinos. Para Estados Unidos es una fecha emblemática y para nosotros, una excusa para embarcarnos en este viaje.
Visto desde el aire, el centro de Boston es un núcleo compacto de edificios rodeados de agua, pero al descender y adentrarse entre sus calles estrechas, las casas de ladrillo rojo y los viejos muelles que bordean el perfil de la ciudad, uno comprueba que, más que caminar sobre sus aceras, lo hace sobre la historia. En Boston todo queda cerca, así que la mejor manera para recorrer este universo envuelto entre los ríos Charles y Mystic es hacerlo a pie. La capital de Massachusetts es una antigua ciudad de aires europeos azotada por los gélidos vientos del invierno y el asfixiante calor del verano, aunque eso no ha sido impedimento para convertirse en una de las urbes más atractivas y visitadas del país. Desde que unos colonos se asentaran en el año 1629 en el barrio de Charlestown, la ciudad se ha modernizado, al tiempo que ha sabido mantener su esencia. Porque Boston es una de las ciudades más antiguas del país, y eso lo evidencian las decenas de estatuas, los monumentos, las conversaciones y la arquitectura.
El viaje por esta historia comienza en Common Park, el corazón de Boston. Aquí nace el Freedom Trail o Sendero de la Libertad, un recorrido marcado en el suelo por una línea roja. Son cuatro kilómetros de paseo que atraviesa dieciséis lugares históricos de buena parte de la ciudad, desde monumentos de sus héroes como Samuel Adams o Benjamin Franklin, a cementerios históricos, pasando por lugares en los que se fraguaron los acontecimientos decisivos que llevaron a las trece colonias a independizarse de Gran Bretaña.
Siguiendo el trazado del Freedom Trail, pronto aparece la Old State House, sede del gobierno colonial hasta 1776. Es el edificio público más antiguo de Boston que sigue en pie y hoy está asfixiado entre torres de vidrio. Los soldados británicos habían causado la masacre de Boston en este mismo lugar, un acontecimiento que alimentó aún más las ansias de independencia de los colonos. Tres años después, en la Old South Meeting House, los puritanos se reunieron para organizar un acto de rebeldía por la subida de impuestos. Fue el conocido Motín del Te y desembocó en la Guerra de Independencia de 1775.
A partir de entonces, el sendero sigue serpenteando por el centro, cruza calles, monumentos e iglesias hasta adentrarse, un poco más adelante, en el barrio de North End, donde florece una pequeña Italia abarrotada de un centenar de pizzerías, restaurantes y pastelerías. Y, como en cada rincón de la ciudad, hay un lugar destacado para la historia. El de North End quizá sea uno de los más simbólicos, pues mantiene la casa de Paul Revere, la más vieja de todo Boston. A Revere se le conoce por haber dado la voz de alarma cuando los soldados británicos se disponían a atrapar a los líderes de la colonia.
Esa combinación arquitectónica y una tradición impresa en parques, estatuas y ladrillos rojizos hacen de Boston una ciudad con un ojo en el pasado y otro en el futuro. A veces, incluso, está todo mezclado. La ciudad tiene su Chinatown y su distrito de teatros, tiene sedes de grandes compañías y tiene sus barrios tradicionales, como sacados de una película. La céntrica colina de Beacon Hill, por ejemplo, es un icono que nada tiene que ver con la prototípica ciudad estadounidense. Alguna vez atrajo a inmigrantes de todo el mundo y hoy es un barrio tranquilo de gente acomodada con farolas a gas en calles estrechas, pequeñas tiendas y fachadas con flores. La empedrada calle Acorn es la más emblemática.
400 años de historia. Estados Unidos quiso crear una fecha emblemática y eligió la llegada del barco Mayflower como inicio de su historia moderna. Los 102 ocupantes del barco habían partido de la ciudad inglesa de Plymouth en setiembre de 1620 huyendo de la persecución religiosa. Hasta ese momento, los colonos en la nueva tierra habían llegado con fines comerciales o exploratorios. El Mayflower, sin embargo, estaba compuesto por familias que dejaban para siempre sus país. Los aventureros desembarcaron en la actual Plymouth estadounidense el 21 de diciembre de 1620.
Plymouth es una ciudad costera situada setenta kilómetros al sur de Boston. Fue allí donde los llamados Padres Peregrinos iniciaron sus nuevas vidas y crearon uno de los asentamientos más antiguos del país. Ubicaron sus viviendas junto a un arroyo que le surtió de agua dulce y levantaron su casa comunitaria al fondo del poblado. Actualmente, la zona donde se desplegaron los habitantes se llama Leyden y es la calle más antigua del país, pues lleva cuatrocientos años poblada de manera ininterrumpida.
El primer gobernador de la colonia fue William Bradford, uno de los peregrinos del barco que llevó un exhaustivo diario de los primeros treinta años. Esos escritos son una excelente fuente para conocer las costumbres y la vida de los primeros pobladores, pero también fue uno de los documentos que sirvieron para reconstruir el asentamiento. A las afueras de Plymouth, en 1947 se construyó una réplica de la colonia en una loma semejante a la calle Leyden.
La llamada Plimoth Plantation imita aquellos días en forma de museo viviente. Los hombres y mujeres recrean las costumbres y cuidan los animales vestidos de época. En el interior de las casas de madera, las mujeres tejen o hacen la comida, y en el exterior hay hombres que cortan leña o trabajan las huertas. Al preguntarles sobre los peregrinos, cuentan historias de lo dura que fue su travesía o del hambre que han pasado.
Es metiéndose en el papel como trasladan unos hechos que ahora cumplen cuatrocientos años y empezaron con un invierno durísimo en el que murieron la mitad de sus habitantes. Habían llegado desprovistos de todo y los indios wampanoag, que vivían en la zona desde hacía diez mil años, les dieron semillas y les enseñaron técnicas para cultivar, pescar y cazar. Cuando en el otoño de 1621 los colonos consiguieron sus cosechas gracias a la ayuda de los nativos, les invitaron a un gran banquete y compartieron los alimentos. Así comenzaba el Día de Acción de Gracias.
La historia también se vierte en el museo de Plymouth, el más antiguo del país. Fue abierto en 1824 y en su interior encontramos cestas de bebé, ollas, cascos, espadas, pipas, morteros, ropas originales y muchos libros con los que vinieron los peregrinos, especialmente religiosos. En nuestros días, ese legado sigue palpitando en los descendientes de los pasajeros, representados por la Mayflower Society, una asociación que congrega a tres mil miembros. Pero es solo una pequeña muestra, pues se calcula que hay cerca de treinta millones de descendientes en todo el mundo.
Muy cerca del museo de Plymouth, una ciudad de cincuenta mil habitantes cuya población se multiplica en verano y que empieza a celebrar el cuarto centenario del desembarco, aún encontramos la casa original que construyó Jabez Howland en 1667. Es la única casa que se mantiene en Plymouth de las habitadas por pasajeros del Mayflower, ya que aquí pasaron sus últimos inviernos el matrimonio Howland junto a su hijo, que había comprado la casa. En la cercana población de Duxbury, la familia Alden construyó su casa trece años después y, al igual que la única que pervive en Plymouth, está en perfecto estado de conservación. Otras estructuras de la colonia y usadas por los peregrinos, como el molino Jenney Grist, sin embargo, han sido reconstruidas.
Una ciudad pionera. De regreso a Boston, uno ve la ciudad con otros ojos. Si Plymouth marca el inicio histórico de este viaje, Boston supone un hilo conductor que desemboca en muchos otros hitos: es la ciudad de las primeras veces. El “Boston News-Letter” fue el primer periódico del país y el Boston Common, el primer parque público de Estados Unidos, abierto en 1634. El metro fue inaugurado a finales del siglo XIX, por lo que también constituye el primer sistema de metro de Estados Unidos. La biblioteca pública, un inmenso edificio que combina su arquitectura clásica con alas más modernas, es la primera biblioteca pública, fundada en 1848. Y la Universidad de Harvard fue fundada en 1636 y constituye el primer centro educativo de todo el país.
Ubicada a apenas seis kilómetros del centro de Boston, Harvard y el Instituto de Tecnología de Massachusetts comparten el protagonismo de Cambridge. Sin embargo, ambos centros son solo dos de entre medio centenar de universidades asentadas en el área de Boston.
Cambridge es una pequeña ciudad estudiantil rodeada de cafés, librerías y bares de moda. Una visita a los jardines de la universidad de Harvard es una experiencia imprescindible, e incluso los alumnos organizan visitas guiadas. Adentrarse en sus secretos es también hacerlo en las biografías de las élites del país, ya que muchos de ellos, desde el presidente John F. Kennedy a grandes empresarios como Bill Gates, fueron educados en la prestigiosa institución. No es de extrañar que muchas empresas punteras de tecnología se hayan instalado en Cambridge y rastreen el talento que sale de las universidades.
El escritor Charles Dickens llegó a Boston en 1843, paseó la ciudad y, además de quedarse asombrado por la cantidad de credos religiosos que encontró, siguió fascinado hasta el final de su estancia. «La ciudad es hermosa, y me imagino que no deja de causarles buena impresión a todos los forasteros», escribió en sus “Notas de América” mientras caminaba y describía sus calles de ladrillo rojo, las elegantes viviendas, los escaparates de las tiendas y hasta la humanidad que exhibían los organismos públicos. Una perfección que vio, incluso, en los pomos de las puertas y en las calles, que parecían el decorado de un teatro.
La capital de Massachusetts combina esa riqueza cultural y la vanguardia del futuro. Hasta hace nada, los restaurantes volcados hacia el mar seguían sirviendo sus famosos platos de langosta, se escuchaban las guitarras y los violines que recuerdan su pasado irlandés y los veleros se deslizaban por los ríos. Volverán cuando desaparezca la pandemia, porque dos siglos después de la fascinación de Dickens, en Boston aún es posible seguir sorprendiéndose.