07 JUN. 2020 Entrevista Miriam Toews «Cada generación juega su propio papel en la lucha contra el patriarcado y la única manera de plantarle cara es trabajar unidas» - Miriam Toews Jaime Iglesias Nacida en 1964 en el seno de una familia menonita instalada en la región de Manitoba, Miriam Toews es una de las escritoras canadienses más aclamadas de las últimas décadas. Aunque publicó su primera novela, “Summer of My Amazing Luck”, en 1996, el éxito le llegaría con “Complicada bondad”, editada en 2004, donde evocaba sus primeros años de vida en la comunidad en la que creció. La novela no solo recibió los principales galardones de las letras canadienses, sino que sirvió para evidenciar la violenta represión a la que tienen que hacer frente las mujeres menonitas al confrontarse con un estilo de vida rígido y con una moral arcaica. Desde entonces, dicho argumento ha ido vertebrando la producción literaria de esta autora que se define a sí misma como una activista contra la cultura del patriarcado y de la que la editorial Sexto Piso acaba de publicar en castellano “Ellas hablan”. La última novela de Toews se inspira en un suceso real: la violación sistemática de una serie de niñas y mujeres en el seno de una comunidad menonita instalada en Bolivia, unos hechos que los líderes religiosos de la colonia atribuyeron en un principio a episodios de histeria femenina y que más tarde justificaron como obra de Satanás. En pleno siglo XXI, aquel episodio levantó tanta indignación que terminó por obligar a los jerarcas de la comunidad a solicitar apoyo a la Policía para detener a los violadores, si bien todos sus esfuerzos posteriores se concentraron en que las mujeres renunciasen a interponer denuncia a riesgo de ser expulsadas de la colonia. A menudo se dice que para escribir una primera novela basta con acudir a nuestra propia biografía, a los episodios de nuestra infancia y adolescencia. Sin embargo, usted esperó hasta su tercer libro, «Complicada bondad», escrito cuando tenía ya 40 años, para confrontarse con su propio pasado, vivido en el seno de una comunidad menonita. ¿Por qué tardó tanto? ¿No se sintió emocionalmente preparada para transitar antes por estos escenarios? Supongo que me llevó un tiempo asumir la excepcionalidad de mi propio pasado, entre otras cosas porque tuve que procesar el impacto que aquella experiencia había tenido tanto en mí como en el resto de miembros de mi familia. Durante años me sentí tan feliz de haber conseguido alejarme de aquel universo que no dediqué ni un minuto de mi vida en reflexionar sobre él. Además, no quería escribir negativamente acerca de mi ciudad natal o sobre la experiencia menonita mientras mi padre todavía estuviese vivo. De haberlo hecho, él seguramente no me hubiera reprochado nada, pero sé que le habría causado un gran dolor. Después de aquel primer título, que fue el que la consagró como escritora, ha vuelto a abordar la cultura menonita en posteriores novelas. «Ellas hablan» es el último ejemplo. ¿Podría decirse que sus novelas constituyen variaciones en torno a una misma partitura? Sí, de hecho me gusta ese símil musical. Puede que los lectores perciban cada una de mis novelas como obras independientes, y realmente lo son, pero al mismo tiempo siento que todas ellas, en última instancia, están unidas por toda una serie de elementos que tienen que ver con aquello que me persigue, que me atormenta y que alimenta mis pensamientos, mis emociones, mis dudas. No todos mis libros nacen de mis reflexiones sobre el hecho de ser mujer en el seno de una comunidad menonita, pero qué duda cabe que esa experiencia está presente directa o indirectamente en muchas de mis narraciones. A veces me da por pensar que mis novelas no son sino capítulos, escritos en diferentes momentos de mi vida, de un único libro. La cuestión de fondo que subyace en casi todas sus novelas es la tensión entre adaptarse o permanecer fiel a unos valores y a una forma de vida que se intuyen anacrónicos. A tenor de la respuesta que han tenido sus novelas entre los menonitas, ¿piensa que ese debate se encuentra aún abierto? ¿Qué cree que define hoy en día a estas comunidades? Creo que cuando te crías en una comunidad menonita resulta inevitable tener un pie en el mundo moderno y otro en el antiguo. Es muy difícil renunciar a tus orígenes y, aun cuando lo logras, resulta del todo imposible olvidarlos. En las comunidades menonitas hay mucho dolor y sufrimiento, quienes viven en ellas se someten a una privación de derechos flagrante pero, al mismo tiempo, en ellas persiste un amor genuino que tiene que ver con el hecho de compartir una cultura singular y unas tradiciones muy particulares y eso es algo que, para bien y para mal, termina por dejar marca. No resulta extraño, por lo tanto, que muchos menonitas estén continuamente pensando en abandonar su Iglesia, su comunidad, ni tampoco que algunos de quienes rompen esos vínculos terminen por volver al redil al asumir que es la única realidad que conocen, el único lugar donde se sienten seguros. Al margen de reflejar esas tensiones, sus novelas también cuestionan el papel de las mujeres en las comunidades menonitas. ¿Cómo se puede explicar su situación en una época como la actual? ¿Es la propia mujer la que asume consciente un rol de inferioridad en estas comunidades a través de su silencio o cree que faltan mecanismos de protección social por parte de los Estados que acogen en su territorio a estas comunidades para evitar los abusos que en ellas puedan darse? Se dan ambas circunstancias. De una parte las mujeres menonitas asumen un rol de inferioridad permaneciendo en silencio y obedientes en aras de mantener la paz en el seno de la comunidad y evitar así los castigos. Por eso son muy pocas las que se atreven a levantar la voz cuando son víctimas de abusos y vejaciones, aunque también hay un porcentaje importante de mujeres menonitas que están realmente convencidas de que su papel es ese, algunas realmente lo creen y a otras muchas les han lavado el cerebro para que asuman que deben someterse, que deben guardar el debido respeto a los mayores, a la Iglesia y a Dios. Pero los gobiernos de los países donde se asientan estas comunidades también tienen su cuota de responsabilidad. Cuando hacen oídos sordos a los abusos que se cometen en ellas, contra hombres y mujeres, permitiendo que los menonitas tengan sus propias normas, lo que hacen es convertirse en cómplices de estos crímenes. Muchas veces se apela a la libertad religiosa para dejar que estas comunidades funcionen al margen de la ley, pero ni en los escritos ni en los principios de la Iglesia menonita se menciona que esté permitido abusar sistemáticamente de niñas y mujeres. El punto de inspiración para «Ellas hablan» fue un suceso real acaecido en una comunidad menonita instalada en Bolivia. ¿Cómo conoció la noticia y qué queda de aquella historia en la novela? ¿Qué fue lo que la interesó para tomarla como punto de partida? La primera vez que oí hablar de este caso fue en 2008 a través de la newsletter que publica la Asociación de mujeres menonitas de Estados Unidos. Habían pasado cinco años desde que publiqué “Complicada bondad” y en todo ese tiempo me mantuve muy activa pensando, escribiendo y luchando contra la violencia patriarcal en las comunidades menonitas. Por eso, desde el mismo momento en que tuve conocimiento de aquellas violaciones, supe que quería escribir sobre ello o, al menos, tuve claro que aquel caso suscitaba en mí muchas preguntas que me interesaba afrontar. Principalmente, ¿qué harían esas mujeres? ¿cómo responderían frente a esas agresiones? ¿realmente responderían? Sobre esas preguntas fui construyendo una ficción que reflejase lo que ocurría después de los acontecimientos que la inspiraron. Y, como ocurre en la novela, en la vida real, la actitud de las mujeres fue desigual, algunas optaron por no responder y quedarse en el seno de la comunidad y otras optaron por abandonarla aun a riesgo de ser repudiadas por los suyos. Las mujeres protagonistas de la novela representan perfiles muy diferentes y en sus reuniones podemos ver una pluralidad de miradas muy enriquecedora. ¿Eso fue una obligación que usted se impuso a sí misma como narradora? ¿Quiso reflejar el hecho de que, incluso en el seno de una comunidad monolítica, existen diversas maneras de vivir una misma experiencia? Si, claro. Desde ese punto de vista las menonitas no difieren mucho del resto de mujeres, del resto de personas. A pesar de vivir en un entorno muy estricto y bastante rígido en lo que se refiere a la imposición de roles de género, las mujeres menonitas distan de ser un colectivo homogéneo. En ellas hay una diversidad de puntos de vista que incluso las llevan a tener opiniones encontradas respecto a su papel en el seno de la comunidad de la que forman parte. Las protagonistas de mi novela discuten, chocan y se contradicen las unas a las otras. Pero, al final, se unen en una única voz, la necesidad por sobrevivir las lleva a la solidaridad. De esta manera, continúan promulgando las enseñanza comunales de la colonia fuera de ella. Otro rasgo de las protagonistas es que pertenecen a generaciones muy distintas. ¿Cree que el pertenecer a un grupo de edad u otro condiciona a la mujer menonita a la hora de tomar las riendas de su destino? Absolutamente. Si bien la libertad de acción y la seguridad son derechos que deberían estar garantizados para todas las mujeres menonitas, independientemente de su edad, creo que cada generación juega su propio papel en la lucha contra el patriarcado y la única manera de plantarle cara es trabajar unidas. Más allá de la singularidad que define el mundo de las comunidades menonitas, si tengo que hablar como mujer, creo que la fragmentación del movimiento feminista en distintas corrientes, la lucha por ocupar espacios de poder y la división interna a la hora de articular un discurso común, lo único que consigue es mantenernos atrapadas. De hecho, en su novela hay un empeño por trascender los rigores que parecen definir la vida de esas comunidades. A veces, da la sensación de que enfocando el relato en ese microcosmos, está hablando no tanto de la situación de las mujeres menonitas como de la situación de la mujer en general. ¿Fue esa su intención? Absolutamente. La violencia patriarcal no es exclusiva de ciertas comunidades por mucho que en determinados entornos, dominados por la religión, las mujeres sufran de una manera mucho más directa el autoritarismo masculino y los efectos de una moral misógina. Pero en todos los lugares las mujeres son víctimas, en mayor o menor medida, de esa violencia y mi intención al escribir “Ellas hablan” fue que cualquier mujer, más allá de su condición, pudiera sentirse impelida por lo que cuenta la novela. El debate que mantienen las mujeres de su novela se articula sobre dos opciones: quedarse en el seno de la comunidad y luchar o huir de ella y comenzar una nueva vida en otro sitio. Al final se deciden por esto último. ¿No cree que la renuncia a la lucha es en cierto modo desesperanzadora? Puede ser, pero aún más desesperanzador resulta constatar que para muchas mujeres menonitas ni el luchar ni el escapar son una opción. Son muchas las que deciden quedarse a pesar de todas las vejaciones que soportan en el seno de esas comunidades y creo que eso es algo que, en el fondo, resulta comprensible y con lo que podemos llegar a empatizar. Renunciar al mundo que conoces es algo que, en muchas ocasiones, genera incertidumbre y pavor. Es cierto que ese mundo está poblado por personas que pueden llegar a inspirarte temor y recelo, pero la alternativa es enfrentarse a lo desconocido. Tanto el hecho de permanecer y luchar como la huida, son opciones que llevan aparejadas grandes riesgos, riesgos que algunas mujeres no están en disposición de asumir. ¿Entonces, la única esperanza para las mujeres menonitas a fin de preservar su dignidad y sus libertades es convertirse en unas apestadas? Yo no pierdo la esperanza de que en un futuro cercano las circunstancias dentro de estas colonias puedan llegar a cambiar. Quiero creer que entre las comunidades menonitas, poco a poco, se está abriendo paso una nueva manera de pensar y de vivir que permite que las mujeres tengan voz y una mayor libertad de acción sin estar expuestas a la violencia. En este sentido, la educación es fundamental, es importante que las niñas se sientan empoderadas y que su ejemplo ilumine a los niños. No creo que mantener una fe o una cultura sea incompatible con garantizar la seguridad y los derechos de las mujeres, pero hasta que los ancianos, los obispos y los hombres que gobiernan esas comunidades no trabajen para cambiar sus costumbres, sus enseñanzas y sus expectativas, las mujeres huirán de allí. Y no solo las mujeres, muchos hombres también están empezando a abandonar las colonias menonitas por esas mismas razones. De hecho su novela está narrada por un hombre, un maestro de escuela que levanta acta de la reunión de las mujeres y que en sí mismo es un personaje muy interesante en tanto que representa un aliado masculino con el que las mujeres cuentan para conseguir sus fines. En la medida en que el feminismo se ha convertido en una lucha transversal, cada vez demanda más la implicación de hombres que también son oprimidos por el sistema. ¿August Epp representa un poco esa figura? Sí, claro. August también es una víctima de la cultura fundamentalista y patriarcal, aunque no en el mismo sentido que las mujeres. Pero su pasado y el de su familia hace que los jerarcas de la comunidad se burlen de él y lo ridiculicen públicamente. No solo las mujeres, también los hombres deben soportar un rol muy rígido en el seno de estas colonias, el error se castiga de manera implacable y eso es lo que le sucede a August, cuya masculinidad es incluso cuestionada por asumir una labor intelectual en lugar de revelarse como un hombre de acción. No obstante, el ser un marginado le predispone a actuar como secretario en las reuniones de mujeres. Él está ahí para escuchar y aprender de ellas, como si de un silencioso testigo se tratase. ¿En qué medida el personaje de August está inspirado en la figura de su propio padre? Creo que él fue también maestro de escuela en una comunidad menonita. Supongo que fue una figura inspiradora para usted, ¿no? Sí. Mi padre fue profesor en una comunidad menonita, y tuvo que soportar muchos de los estigmas que padece August, quien no deja de resultar alguien sospechoso para el resto de miembros de la colonia. Tengo que reconocer que el personaje de August, su personalidad y todo ese sufrimiento que atesora, los fui modelando a partir de la figura de mi padre. Aparte de su labor como escritora, usted también participó como actriz en la película «Luz silenciosa» de Carlos Reygadas, una experiencia que inspiró su novela «Irma Voth». ¿Cree que unas artes se nutren de otras? ¿Piensa que debería haber más contactos directos entre el mundo de la literatura y el cine? Es algo de lo que estoy plenamente convencida. El arte, en sus distintas manifestaciones, siempre se nutre de otras formas de arte, porque en cualquier obra lo que subyace es una interpretación de lo que implica ser humano. Las películas y la música siempre han sido para mí una fuente de inspiración permanente, como, por otra parte, lo son los libros. Como novelista siempre tiendo a fijarme en el tono, el diálogo y la construcción de personajes que atesoran aquellas novelas que leo y también valoro cuánto hay en ellas de honestidad emocional por parte de sus autores. «Cuando te crías en una comunidad menonita, resulta inevitable tener un pie en el mundo moderno y otro en el antiguo. Es muy difícil renunciar a tus orígenes y, aun cuando lo logras, resulta del todo imposible olvidarlos» «No creo que mantener una fe o una cultura sea incompatible con garantizar la seguridad y los derechos de las mujeres, pero hasta que los que gobiernan esas comunidades no trabajen para cambiar sus costumbres, las mujeres huirán de allí» «El arte, en sus distintas manifestaciones, siempre se nutre de otras formas de arte, porque en cualquier obra lo que subyace es una interpretación de lo que implica ser humano»