Logros colectivos
En ocasiones la arquitectura no es tanto un edificio como una construcción que señala un lugar, un elemento de reunión, un hito colectivo que dota de identidad y sentido a quienes la comparten.
En Bregenzerwald, un valle alpino en el oeste de Austria, la trashumancia sigue siendo la forma de ganadería más practicada, el ganado se ve obligado a pastar en los pastos de montaña en los meses más cálidos. En los pastos bajos están las pequeñas aldeas, mientras que los más altos, utilizados en los meses de verano más cálidos, se llaman Alpe y dan nombre, según la etimología a la cordillera, a los Alpes.
Wirmboden es una de esas aldeas al pie de la empinada cara norte de una montaña empotrada en el interior de un valle, gestionado por un colectivo de agricultores. Casi todas estas aldeas tienen una pequeña capilla, un altar o una ermita, o al menos algún espacio designado para la celebración de misas y la consagración tradicional de los granjeros y su ganado. Un elemento que marca el centro espacial, el lugar de reunión de esos vecinos.
Durante 32 años hubo una pequeña capilla en Wirmboden pero, en el año 2012, la capilla y varias cabañas fueron destruidas por una avalancha. Si bien desde el principio se sabía que las cabañas serían reconstruidas tal y como eran, fue más difícil encontrar un consenso sobre la construcción de una nueva capilla. Dado que el cliente era un colectivo de agricultores y ganaderos que debían llegar a un acuerdo, el estudio de arquitectura Innauer Matt actuó más como un mediador y facilitador que como un diseñador al uso.
En ese sentido, la nueva capilla de Wirmboden puede ser considerada como un símbolo del espíritu colectivo. Fueron los vecinos los que negociaron, concibieron, planificaron y colectivamente construyeron esa nueva pieza de arquitectura. La capilla de la montaña, apenas una ermita de 6 metros cuadrados, complementa el conjunto de cabañas alpinas de forma natural, y se transforma en el lugar donde los vecinos se encuentran casualmente, donde se celebran las reuniones y celebraciones, donde la gente acude a charlar.
Según la forma de construcción tradicional, las paredes están hechas de piedras recogidas en los alrededores y quedan embutidas en un muro de hormigón que introduce una lectura más contemporánea. Un zócalo que incorpora un pequeño escalón separa la construcción del suelo, para dar paso a ese muro contemporáneo pero con cierto regusto ancestral. Un muro que incorpora las piedras de la antigua capilla y que ofrece a la nueva, además de una gran robustez, una cierta identidad al recoger la memoria de la antigua edificación. Las tejas de madera ásperas cubren la empinada armadura de la techumbre y un estrecho lucernario es la única entrada de luz a ese pequeño espacio.
Con su interior sencillo y humilde, la capilla es ante todo un lugar de conmemoración y reflexión. La luz diurna difusa cae a través de la abertura de la cubierta para jugar con la ventana azul claro del altar, creando una atmósfera etérea y contemplativa. La entrada, la puerta, un pequeño banco y el espacio de la campana encima de la entrada están construidos con abeto alemán, un tipo de madera de la región que normalmente se usa para violines y guitarras por sus cualidades acústicas especiales. Los elementos de madera se han colocado casi como muebles, haciendo gala de su independencia respecto de los muros. Por otro lado, las celosías de madera recuerdan además a los cierres tradicionales de los graneros y pabellones agrícolas que guardan el forraje para los animales, donde es necesario que los cierres permitan la ventilación constante de los interiores.
Gracias al trabajo comunitario de los vecinos de Wirmboden, la nueva capilla fue construida sin la ayuda de terceros. La participación de todos hizo posible lo que parecía imposible al principio, construir un logro colectivo que reivindica el pasado y apuesta por el futuro, una pequeña joya de arquitectura moderna entre las montañas, que parece que siempre estuvo allí.