Artxanda: el histórico vigía de Bilbo
Artxanda es uno de los pulmones verdes de Bilbo y, sin duda, uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad. Los motivos son variados: su historia y su protagonismo en el Cinturón de Hierro, su agradable red de senderos que invitan a perderse, a relajarse y a pasear tranquilamente y, sobre todo, porque, desde su mirador, desde sus 251 metros de altitud, ofrece una panorámica privilegiada de la villa.
Dicen que quien sube al mirador de Artxanda entiende la razón por la que sus habitantes llaman Botxo a su ciudad: porque parece que la villa está encajada en un agujero que, estratégicamente, han formado en su descenso las montañas que la rodean y protegen, entre ellas Artxanda, Pagasarri y Kobetas.
Son variadas las opciones para llegar a este espacio de ocio y memoria. Una de ellas es subir a pie –hay varios itinerarios–, pero muchos recurren al funicular, ya centenario, que en escasos tres minutos –a una velocidad de 18 km/h– recorre los 770 metros y 44,98% de desnivel (226 metros) que separan el barrio de Castaños con el monte Artxanda. Es un tren cremallera que funciona desde 1915 y que fue construido por una empresa sueca siguiendo el modelo de los trenes alpinos.
«El engranaje» y «Aterpe». Una vez arriba, dos esculturas reciben al visitante. Una de ellas, conocida como “El engranaje”, no es, en realidad, una escultura, sino una pieza enorme de la maquinaria originaria del primer funicular de Artxanda que data de 1900. La segunda es “Aterpe”, conocida popularmente como “La huella”, creada en 2006 por Juan José Novella, en memoria de los gudaris y milicianos que lucharon contra los fascistas en la guerra del 36. El lugar donde está instalada la obra acoge cada año un acto en homenaje a quienes murieron defendiendo la ciudad.
El txakoli, desde siempre. Hay quienes también consideran el txakoli protagonista indiscutible de la historia de Artxanda porque, históricamente, siempre ha sido tierra de caseríos en los que se producía el preciado caldo. Ya a principios del siglo XIX, las laderas del monte estaban salpicadas de establecimientos populares a los que habitualmente acudían los vecinos a degustar txakoli y a comer en cuadrilla; locales que, en algunos casos, se han convertido en reconocidos restaurantes que forman ya parte del paisaje de Artxanda.
En una ruta por este espacio natural habría que incluir, obligadamente, la ermita de San Roque, ubicada en una atalaya natural que invita a quedarse contemplando durante un rato largo la excepcional panorámica que ofrece de Txorierri. Al parecer, los vecinos de Sondika y Begoña se reunían antiguamente en la ermita para pedir que sequías, tormentas y demás catástrofes meteorológicas no estropearan sus cosechas.
Precisamente cada 16 de agosto, festividad de San Roque, se celebra una romería en la que los alcaldes de Sondika y Bilbo protagonizan un acto que recuerda aquella época.
Itinerario de la Memoria. En la ladera de la ermita aún hoy se distinguen algunas de las trincheras construidas en el 37, porque Artxanda fue uno de los escenarios más relevantes del Cinturón de Hierro, escenario al que se acerca hoy el conocido como Itinerario de la Memoria, un recorrido de dos kilómetros que permite visitar algunos de los enclaves más significativos de la Batalla de Artxanda.
Un panel situado en la salida de la estación del funicular recuerda que la línea defensiva recorría un total de ochenta kilómetros de fortificaciones y defensas a través de 33 municipios vascos. Los paneles dispuestos en el recorrido permiten conocer lo que ocurrió entre el 13 y 19 de junio de 1937, cuando se perdió la última posición republicana situada en el Gran Casino de Artxanda y las tropas rebeldes entraban en Bilbo.
Además, el panel ofrece información sobre las personas que participaron en el diseño y construcción del Cinturón de Hierro, los batallones que lo defendieron y las circunstancias que provocaron su caída.