Ellas han llegado para romper moldes en la política
Otra forma de hacer y liderar es posible, también en tiempos de pandemia. Lo ha demostrado con creces una nueva generación de mujeres que ha llegado a lo más alto de la vida política con toda la determinación de cambiar los patrones existentes hasta ahora. Han llegado con una sonrisa en la boca, con serenidad y seguridad, con ambición y empatía. Cualidades que no estábamos demasiado acostumbradas a ver en un mundo en el que la buena gestión se ha medido históricamente obviando unos valores que ahora se demuestran efectivos. Y que están siendo premiados también en las urnas.
Un viaje que nos lleva a nuestras antípodas, después a uno de los países más felices del planeta y finaliza en la potencia mundial que ha acaparado nuestra mirada en la reciente pugna electoral puede ofrecernos paisajes variados, arquitecturas diversas, sociedades dispares. También algunas cosas en común. En los últimos años son mujeres feministas, llegadas a la política por el carril de la izquierda, las que, aunque desde posiciones diferentes, han puesto voz y cara a las instituciones.
El pasado 17 de octubre Nueva Zelanda decidió reelegir a Jacinda Ardern como primera ministra. Un año atrás, el 10 de diciembre de 2019, Sanna Marin fue elegida para ese mismo cargo en Finlandia, convirtiéndose en la primera ministra más joven del mundo, posición que, por cierto, hasta entonces ocupaba Ardern. Yendo a una foto más reciente que en los últimos días seguramente hemos visto en más de una ocasión, en las elecciones a la presidencia de Estados Unidos celebradas el pasado 3 de noviembre cuatro congresistas demócratas conocidas por su marcado discurso de izquierdas y feminista, Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar, Rashida Tlaib y Ayanna Pressley, fueron reelegidas para ocupar su escaño en el Congreso. Todas ellas reflejan un cambio que ha llegado con voluntad de quedarse.
No se trata únicamente de la presencia de mujeres en cargos políticos, algo que a lo largo de los años y por goteo ya venía sucediendo. Va más allá porque nos invita a empezar a pensar de otra manera, nos permite ver la importancia de romper clichés. La feminización de la política no es un mero cambio de imagen, si bien se ha demostrado que también desde el punto de vista estético tiene una profunda lectura, es también una revolución en los discursos y en las políticas. Para comprobarlo, basta un repaso a la trayectoria de cada una de estas mujeres.
Sanna Marin, juventud nórdica. A sus 35 años, la finlandesa Sanna Marin es la primera ministra más joven del mundo. Nacida en Helsinki el 16 de noviembre de 1985, desde 2019 dirige las riendas de un gobierno marcadamente femenino. Su trayectoria política comenzó en 2012, cuando fue elegida concejal para el Ayuntamiento de Tampere, la ciudad más grande del país. A partir de ahí, su carrera fue en ascenso. Fue designada segunda vicepresidenta del Partido Socialdemócrata en 2014 y un año después fue elegida al Parlamento de Finlandia por el distrito electoral de Pirkanmaa, siendo reelegida cuatro años después.
Marin, que empezó a interesarse en la política en sus años de universidad cuando se involucró en el movimiento estudiantil y se afilió a las juventudes socialdemócratas, llega a formar parte del Gobierno finlandés en junio de 2019 haciéndose con la cartera de Transporte y Comunicaciones, unos meses antes de la carrera electoral que le llevó a la presidencia. Su antecesor, Antti Rinne, renunció a su cargo como primer ministro y el SPD designó a Marin como candidata. El 10 de diciembre el Parlamento refrendó el nombramiento.
En lo personal, la joven primera ministra siempre ha defendido sus humildes orígenes y no ha escondido las dificultades por las que desde niña ha tenido que pasar. Durante su infancia vivió en Espoo y Pirkkala, antes de mudarse a Tampere. Sus padres se separaron cuando ella era muy joven; y, tal y como ella ha solido relatar, su familia pasaba por problemas financieros y su padre tenía problemas con el alcohol. Fue la primera de su familia en terminar los estudios secundarios y acudir a la universidad. Trabajó para financiar su carrera, su familia vivía en duras condiciones y no podía permitírselo. De ahí su defensa de un sistema público y de bienestar sólido.
Tras la separación de sus progenitores, Marin fue criada por su madre y la novia de esta. La defensa de los derechos LGTB es una de las señas de identidad de su discurso, lo hace con corazón y conciencia de lo que es vivir bajo la estigmatización. Ella misma relataba en una entrevista su experiencia: «El silencio era lo más duro. No se nos reconocía como una verdadera familia o como equivalentes a las demás».
Madre de una niña de dos años, Marin ha conformado desde una coalición de centro-izquierda un gobierno en el que las caras más visibles son mujeres. Es más, los cinco partidos de la coalición de Gobierno (el SDP, el Partido de Centro, Los Verdes, la Alianza de Izquierdas y el SFP) están liderados por mujeres y cuatro de ellas tienen menos de 35 años. Características que, sin duda, le han hecho ser el foco de atención en muchos foros en los que, todavía, la imagen de líder sigue siendo la de un hombre trajeado.
Comprometida con el feminismo y el medioambiente, la gestión del país en tiempos de covid ha centrado, también en su caso, la labor de su gobierno. Finlandia ha sido aplaudido como uno de los países más previsores. La tendencia a mirar a los países nórdicos como ejemplo a seguir en políticas sociales, educación o sanidad, además de los valores que encarna el modelo de Marin, invitan a seguir de cerca el devenir del país en los próximos años. De momento, y quizá sea un dato a tener en cuenta, Finlandia sigue figurando en los ránkings como el país más feliz del mundo.
«La Brigada», elegancia combativa. Cuando cerramos está edición de 7K, el recuento de los votos en Estados Unidos sigue sin concluir y aclarar un resultado final que gran parte del mundo espera con inquietud. La llegada de Donald Trump a la presidencia abrió un periodo en el que se da vía libre a los discursos más retrógrados, racistas y discriminadores. Frente a la violencia y el odio, un grupo de mujeres a las que nadie ha regalado nada en su vida ha puesto cara a la esperanza de cambio en un país tan complejo y diverso. Representando el ala más izquierdista del Partido Demócrata, ellas, Alexandria Ocasio-Cortez (31 años), Rashida Tlaib (44 años), Ayanna Pressley (46 años) e Ihlan Omar (38 años), han plantado cara al «trumpismo» y su labor ha sido refrendada. Los ataques y desprecios racistas contra ellas no son sino un síntoma más de la fobia del magnate a la igualdad y la democracia, pero esto no las ha echado atrás. Las cuatro volverán a ocupar sus escaños en el Congreso.
Maestras en llevar a la esfera política un espíritu combativo desde la elegancia, Ocasio-Cortez, Tlaib, Pressley y Omarhan son firmes defensoras de la acción climática, la sanidad pública, el feminismo y la lucha contra la discriminación racial. Una labor a la que se enfrentan unidas y con voluntad de sumar más voces a lo que despectivamente Trump denominó –en referencia a ellas– “The Squad” (La Brigada). Su carrera al Capitolio no es la más usual en EEUU, forman parte de colectivos históricamente ninguneados y discriminados en el país. El documental de Netflix “A la carrera del Congreso”, cuya principal protagonista es Ocasio-Cortez, refleja muy bien los obstáculos que enfrentan quienes tratan de llegar a lo más alto de la política estadounidense desde los márgenes de la sociedad y sin apoyo y financiación de los aparatos oficiales. Pues bien, la trayectoria de estas cuatro mujeres demuestra que hay barreras que es posible derruir y que el camino se va poco a poco (demasiado poco) abriendo.
Ocasio-Cortez proviene del Bronx y de Queens, el trabajo en la calle le permitió hacerse un hueco en la pugna dentro del propio Partido Demócrata y desde su posición actual trabaja con empeño en avanzar hacia la justicia social y la igualdad. Rashida Tlaib e Ilham Omar fueron las dos primeras mujeres musulmanas en ser elegidas al Congreso hace dos años, en esa lucha contra el racismo sus rostros son dos razones más para seguir adelante. El día posterior a las elecciones, Ocasio-Cortez lo resumió así en Twitter: «Nuestra hermandad es resistente» (Our sisterhood is resilient).
Jacinda Ardern, gestión sonriente. En Nueva Zelanda, ese pequeño país situado en nuestras antípodas, otra mujer ha marcado el devenir político en los últimos años. Recientemente reelegida como primera ministra, Jacinda Ardern encarna una serie da valores comunes con las anteriores protagonistas y muy diferentes a los que todavía predominan en general. Durante los últimos meses ha sido especialmente aplaudida por su gestión de la crisis sanitaria en plena pandemia. Su previsión y determinación a la hora de tomar medidas para frenar el virus son algunas de las claves a destacar. También la forma de comunicar sus decisiones. No estamos demasiado acostumbrados a ver a un presidente emitiendo en directo a través de una red social, desde su casa y mostrándose con ropa cómoda después de haber acostado a su bebe. «Buenas noches, pensé en conectarme y saludar a todos mientras nos preparamos para resguardarnos por unas pocas semanas», estas fueron sus palabras para informar a la ciudadanía del confinamiento de un mes que estaba a punto de llegar.
Su sonrisa y su hablar empático caracterizan a la líder laborista. Uno de los momentos más delicados de su primer mandato fue tras los ataques contras las mezquitas de Chrischurch, en marzo de 2019. En aquellos días, pudimos ver cómo Ardern acudía al lugar de los hechos y atendía a los afectados vistiendo un hiyab. No solo fue importante la estética elegida, también su discurso. Lejos de reproducir un mensaje en tono amenazante o un lenguaje de guerra, se acogió a la empatía y trasladó a la población confianza y serenidad.
En los comicios del pasado 17 de octubre, Ardern vio premiada su gestión y obtuvo la mayoría absoluta con el 49% de los votos. El recién constituido gobierno del país refleja su diversidad y la voluntad de cambio con este aire fresco que se afianza en la vida política. Así, ocho de los veinte nuevos ministros son mujeres, otros tres forman parte del colectivo LGTB y la ministra de Asuntos Exteriores, Nanaia Mahuta, es maorí, al igual que otros cuatro ministros del gabinete. En imágenes recientes hemos visto a Ardern junto a Mahuta que luce en su rostro un «moko», el tatuaje tradicional de los maoríes.
En plena carrera electoral, Ardern recibió algunas críticas por haber incumplido algunas de las promesas realizadas para su primer mandato. Ante ellas manifestó su compromiso de poder abordarlas en esta segunda fase que emprende con los esfuerzos centrados en la gestión del covid y de sus efectos socioeconómicos. Más allá de la crisis sanitaria, Ardern ha promovido cuestiones que han contribuido a conseguir el apoyo de los más jóvenes como la ley de eutanasia o la propuesta para legalizar la marihuana recreativa.
Así, Nueva Zelanda se ha convertido en el primer país del mundo en aprobar en referendo la eutanasia voluntaria para enfermos terminales. Por contra, en paralelo al referendo sobre la eutanasia voluntaria y a los comicios generales que dieron una aplastante victoria a Ardern, los neozelandeses votaron en contra la legalización de la marihuana recreativa. La primera ministra se ha manifestado abiertamente a favor de la legalización, también reconoció con naturalidad haberla consumido. Ardern, que antes de que la finlandesa Marin llegara al cargo era la primera ministra más joven del planeta, ha destacado también por reformar la ley de tenencia de armas, defender el matrimonio igualitario y la liberalización de las leyes sobre el aborto.
Todas ellas han llegado hasta donde están por sus propios méritos, teniendo que demostrar su valía seguramente más que sus iguales masculinos y asumiendo que estarán en la diana y en el centro de todas las miradas. Lo mismo da si es por un traje escotado, un pañuelo ocultando su cabello, el color de su piel o unos labios pintados con carmín rojo. Nada de ello ha borrado sus sonrisas, su honestidad y su espíritu de lucha. Son ejemplo de la feminización de la política, algo que va más allá del género, va de romper los moldes para avanzar en otra forma de hacer las cosas. Otra forma mejor.