29 NOV. 2020 ARQUITECTURA Cien manos de soberanía IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBÉNIZ Son necesarios los arquitectos? La reedición por parte de la editorial Pepitas de Calabaza del clásico de la arquitectura “Arquitectura sin arquitectos” de Bernard Rudofsky nos devuelve la pregunta que la obra formulaba, allá por 1964. El trabajo de Rudofsky, austriaco nacionalizado estadounidense, nos habla de la arquitectura «vernácula, anónima, espontánea, indígena, rural»; se parte de la premisa de que la historia de la arquitectura solo ha tenido en cuenta algunas pocas culturas «selectas», despreciando la gran mayoría de la obra construida por culturas «sin pedigrí». Si a esta premisa sumamos que el texto, con gran carga de sarcasmo y mala leche, ataca la educación eurocentrista de la arquitectura, y pensamos que durante los años 60 la descolonización era un asunto candente, podremos entender el profundo impacto que el libro obtuvo, potenciado por una exposición en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Respondiendo a la pregunta: sí, los arquitectos son necesarios, pero es evidente que durante la historia de la humanidad ha habido arquitectura sin que obrara mano de uno de ellos. Precisamente el texto de Rudofsky incide en aquellas arquitecturas que se hicieron siguiendo reglas no escritas, pero sí contadas de generación a generación, que creaban espacios que tenían que ser de una manera determinada “porque sí”, porque así se había hecho toda la vida, de abuelas a madres, y a nietas. Estas arquitecturas no se ponían en discusión, respondían a una necesidad (ya sea cobijo, defensa, vanidad) que debía de estar cubierta del modo más eficiente posible, con los materiales disponibles. De esa manera, no es hasta que la Revolución Industrial hace que los oficios se comiencen a especializar en demasía, que encontramos la diferencia entre el maestro de obras y el arquitecto. Hoy en día existe una corriente de personas que trabajan la autoconstrucción como proyecto vital, muchas veces asociado con un neorruralismo. La legislación española, no obstante, no permite que del proceso desaparezca el arquitecto, ya que existe toda una suerte de permisos, seguros y burocracia que seguir. Sin embargo, los arquitectos que se embarcan en este tipo de aventuras de autoconstrucción se consideran a sí mismos más como unos facilitadores que como el director de orquesta que tradicionalmente les han enseñado que son. Acaban siendo acompañantes de unas personas que pretenden recuperar la soberanía sobre la construcción propia, la misma que el casero tenía cuando plantaba un roble cerca del caserío para que su hijo lo talara e hiciera vigas para el caserío. El refugio o mirador Lyset paa Lista (en noruego, “La luz de Lista”) es un proyecto comunitario construido por 50 propietarios locales, que buscaban dar una respuesta a un problema de vaciamiento demográfico de la localidad de Lista, al sur de Noruega. Los habitantes, sin resignarse a un proceso de vaciado rural, se reunieron bajo el liderazgo de la artista y activista medioambiental Solveig Egeland, que desarrolla su obra con la construcción de refugios temporales como medio de reflexión sobre el papel del ser humano en la naturaleza. La idea pasaba por crear un artefacto que permitiera que potenciales inversores y agentes con poder de decisión contemplaran el paisaje de Lista y decidieran que aquello era, necesariamente, algo que proteger y fomentar de cara a un impulso turístico. Eligieron el borde de un paisaje dunar, y decidieron llamar al estudio noruego TYIN para dar forma y controlar todo aquello. Trabajo en común. El estudio TYIN se caracteriza por alejarse de la concepción tradicional de la arquitectura, y buscar un diseño basado en el proceso; eso significa que, antes de nada, hay que ir a ver con qué recurso contamos en la zona, quienes pueden ayudar a construir…Se contó con la colaboración de un grupo de estudiantes de arquitectura de México y Noruega para la construcción pero, finalmente, toda la comunidad de Lista participó, de un modo u otro, en la construcción del refugio, bien sea donando material, proveyendo de alojamientos a los estudiantes, o trayendo comida a los que trabajaban en su construcción. El resultado es un templete que permite entrar y contemplar la duna mediante una suerte de aberturas que recuerdan a un espacio doméstico, y que buscan que entremos en el paisaje con una mirada diverso. A esa cabaña final se llega a través de una pasarela que ya nos prepara para dejar de lado el mundo, entrar en el refugio, sentarnos en uno de los asientos balanceantes que tenemos a nuestra disposición, y contemplemos la duna con los cinco sentidos.