Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea / Redactor especializado en internacional
2020: AHAZTU NAHITIK GOGORATZEKO URTEA

El pueblo saharaui y el golpe de gracia de la geopolítica

Si nada ni nadie lo remedia, 2020 será recordado como el año en el que el pueblo saharaui fue víctima de una pugna geopolítica cuyo desenlace podría sellar su suerte y dejarlo en manos y a merced de la tiránica monarquía alauí.

Sojuzgados en el Sáhara ocupado, y olvidados por (casi) todos en los campamentos del desierto de Tinduf, los saharauis se lanzaron en octubre a una campaña para denunciar la política de hechos consumados del régimen marroquí en Guerguerat, paso fronterizo saharaui a Mauritania.

El Frente Polisario trataba así de llamar la atención por la desidia de la ONU y el incumplimiento de 30 años de promesas de un referéndum de autodeterminación.

El Ejército marroquí respondió reprimiendo sin contemplaciones las protestas saharauis, como hizo diez años antes contra el campamento de la Dignidad de Gdeim Izik –en lo que fue el preludio de las Primaveras Árabes–.

Nadie, ni la antigua metrópoli española –gobernada, se supone, por la izquierda–, y menos la jacobina Francia, ha acudido tampoco esta vez en su ayuda y el Polisario denunciaba la violación por Marruecos del alto el fuego negociado en 1990-91 y anunciaba el reinicio de las hostilidades.

En espera de una ayuda de Argelia, su gran aliado en la región, y de gestos por parte de Rusia –aval asimismo de Argel–, los saharauis recibían un nuevo y duro golpe –Rabat espera que haya sido el de gracia– a sus aspiraciones tras la decisión del presidente saliente, Donald Trump, de reconocer la «soberanía marroquí sobre el Sáhara» a cambio de la normalización de relaciones de Marruecos con Israel.

París no ha ocultado su entusiasmo tras este anuncio, más disimulado por parte de Madrid, pero que en definitiva equipara a los pueblos palestino y saharaui como víctimas de una misma geopolítica que no duda en fagocitar a todo aquel que, por la tenacidad de sus enemigos y/o por debilidad de sus aliados, se queda absolutamente solo en su lucha y en sus reivindicaciones, por muy legítimas que estas sean.

Eso sí que es realpolitik. Bofetadas de realidad contra el más débil.