Igor Fernández
PSICOLOGÍA

Esclarecer

Somos muy precisos y creativos a la hora de percibir el mundo y darle un sentido aunque no tengamos más que unos pocos datos. Esa capacidad para completar “el discurso del entorno”, es decir, lo que el entorno físico y particularmente social nos “dice” y cómo utilizarlo, nos ha permitidos sobrevivir y prosperar como especie y como individuos, ya que, ponerse en la piel del otro, intentar pensar como él o ella piensa, nos ha facilitado el acercamiento y la asociación, en particular gracias a una sofisticada capacidad de anticipación, de predicción.

Esa capacidad anticipatoria se pone al servicio no solo de la asociación, sino de la consecución de la satisfacción de necesidades. ¿Cómo tengo que comportarme con personas de las que dependo en algún grado? Lo ideal para conseguir aquello que queremos de una relación –sea simétrica o asimétrica pero en términos de igualdad–, es minimizar la cantidad de huecos de información incierta que necesitaríamos cubrir para actuar con precisión, y para que otros lo hagan así con nosotros, con nosotras. Es decir, nos pasamos el día interpretando a los demás, en sus intenciones y deseos, y en función de lo que obtengamos de dicha interpretación, actuamos de una u otra manera.

La mayoría de los desajustes e incomodidades, de la precariedad de algunas relaciones, radica en que hemos “malinterpretado” alguno de los signos que provienen del otro, o bien, en el otro extremo, hemos interpretado demasiado bien y la otra persona no querría que nos diéramos cuenta de tal o cual asunto. A veces, incluso, se da la situación en la que interpretamos del otro intenciones o deseos que ni la propia persona quiere o puede admitirse a sí misma, aunque su comportamiento le delate.

Sea como fuere, cuando no podemos comprobar de algún modo nuestras interpretaciones, corremos el riesgo no solamente de actuar imprecisamente, sino de vivir en un estado de confusión que nos hace sentir (al fin y al cabo percibir al otro es sentirle, notar en el cuerpo el impacto de su presencia o comportamientos) pero pensar algo distinto. Por así decirlo el pensamiento sobre ello vendrá después de que ya nuestro cuerpo, a través de las emociones, haya llegado a conclusiones, por así decirlo.

Entonces, en ausencia de datos objetivos del otro, trataremos de dar sentido a nuestras propias sensaciones, las que suceden en nuestro cuerpo, y por tanto, el sentido lo daremos desde nuestra propia vivencia (al fin y al cabo, la sensación es propia, es un estímulo interno, mientras que el pensamiento sobre el otro es más ajeno, por incluir estímulos externos). En ese cruce de caminos entre lo interno y lo externo, entre lo objetivo y lo subjetivo, la incongruencia nos hace sentir incertidumbre, y la incertidumbre siempre activa mecanismos de defensa que la aplaquen.

No podemos tolerar no saber, por lo que nos inventamos el saber si hace falta, con tal de no notar la incertidumbre. Sin embargo, esa invención es propia y puede que nada tenga que ver con el otro, a quien, en este punto, solo incluimos como un objeto si no le preguntamos, si no tratamos de completar el significado de lo que percibimos del otro a través de su propio discurso y no el nuestro. Por eso, preguntar al otro por sus cosas antes de empezar a reaccionar a ellas previene la confusión propia, nos conecta, apacigua las sensaciones incómodas, disminuye la necesidad de usar mecanismos de defensa antiguos, y nos permite ser honestos y equitativos. Disminuye por tanto la incomprensión, la lejanía, los juegos de poder, y las expectativas. Una frase que empiece por “si te he entendido bien…” o “¿Qué necesitas de mí en…?”, usada al inicio de una aclaración, nos da libertad en adelante.