7K - zazpika astekaria
VIOLENCIA, UN FENÓMENO EN AUGE

La desconocida guerra de bandas que preocupa a Suecia

El país escandinavo no consigue salir de una creciente ola de violencia entre grupos criminales dedicados a la extorsión y al narcotráfico. Llegando a atentar con explosivos contra juzgados, comisarías y hogares particulares, nada parece detener el auge de un fenómeno que anida en las áreas más vulnerables.

Artificieros examinan los efectos de una bomba en Estocolmo. Fotografía: Frankie Fouganthin 

Estación intermodal de Sollentuna, un suburbio al norte de Estocolmo. Un joven de veinte años espera al autobús. Son las dos del mediodía, y por la zona transitan decenas de personas que van y vienen del tren de cercanías. De pronto suenan varias deflagraciones. La gente corre, y el joven cae al suelo. Todo el mundo sabe lo que pasa. «Otro tiroteo de bandas», dice un grupo de muchachas que observa cómo minutos más tarde la Policía acordona la zona y comienza a recoger los primeros casquillos de bala. El muchacho ha muerto en el helicóptero que lo llevaba al hospital. Tenía antecedentes policiales por asuntos de drogas. Tras producirse los disparos, los niños de la escuela más cercana han sido llevados al interior de las aulas. Hoy día, el sonido del helicóptero de la Policía les suena familiar hasta a los pequeños de primaria. Peores sustos han tenido. Tres meses antes apareció una granada de mano sin explotar junta a la cerca de otra escuela cercana.

Sollentuna es un municipio que ha sido estudiado en las facultades de sociología por sus contrastes. A un lado de las vías del tren se encuentra un entorno idílico de villas que cuelgan sobre el archipiélago de Edsviken. También un moderno centro comercial, un hospital y el ayuntamiento. Al otro lado de las vías, en la zona conocida como Malmvägen, está la comisaría de Policía, la corte criminal, una cárcel y la oficina de empleo, además de unos bloques construidos en el cénit de la socialdemocracia. Las edificaciones, de entre tres y ocho pisos de altura, forman parte del Miljonprogrammet, un proyecto estatal que entre 1965 y 1975 dio techo digno a una clase trabajadora sueca que progresó socialmente y poco a poco se fue mudando a otras áreas tras ascender a la clase media. Ahora, casi todas las personas que viven en esos mismos apartamentos son inmigrantes o hijos de inmigrantes que han nacido en Suecia. Ya a partir de los setenta, pero sobre todo desde los años noventa, el país ha tenido una de las políticas más abiertas a la inmigración, sea refugiada o no, de todo Europa. Su gasto en proyectos de integración y sus ayudas sociales no solo han sido pioneras en el mundo, sino de las más cuantiosas. Sin embargo, es en este entorno donde están proliferando las bandas dedicadas al narcotráfico y la extorsión a pequeños negocios. ¿Qué está fallando en Suecia para que este fenómeno del crimen organizado crezca tanto en tamaño y virulencia?

El Estado calcula que en Suecia hay unas sesenta utsatta områden (áreas vulnerables), es decir, sectores en los que la criminalidad es muy alta y la simple presencia de bomberos, ambulancias o policías a menudo termina en episodios de violencia. Inicialmente el término fue criticado por algunas organizaciones sociales, ya que estigmatizaría a los residentes de dichas áreas. Sin embargo hoy es ampliamente aceptado por la mayor parte de medios de comunicación, partidos políticos y agentes sociales, ya que la ultraderecha viene utilizando el mucho más polémico “no-go zones” (zonas a las que no ir). Así pues, de los 10.230.185 habitantes que tiene Suecia, 556.076 personas residen en alguna de estas sociedades paralelas, según calculó Ahmed Abdirahman, fundador de la ONG The Global Village.

Armas de fuego en un videoclip del rapero Sinan.

 

Menores muertos. Paradójicamente Suecia es un país seguro con unos indicadores de homicidios menores que los de la media europea. En la gran mayoría de los casos la violencia de estas bandas va dirigida a ellos mismos, aunque en este cruce de fuego no dejan de producirse otras víctimas, incluyendo menores. La tragedia más reciente ha sucedido este pasado verano, cuando una niña de doce años murió en Estocolmo al recibir un impacto de bala. Otros casos recientes han sucedido en pleno centro de Malmö (tercera ciudad más poblada del país) donde no uno, sino dos adolescentes fueron tiroteados a la luz del día. Uno murió en el acto, y el otro llegó al hospital con diez impactos de bala alojados en su cuerpo.

En una dinámica al alza, este fenómeno de los menores en la guerra de bandas también se da de forma inversa, es decir, como autores de crímenes. Actualmente se está juzgando en Sollentuna otro caso acaecido este verano. Un joven de dieciséis años se sienta en la Corte Penal por intentar matar a otro joven de veinte al que descerrajó varios disparos en el estómago. Mediante esta acción se cree que esperaba formar parte de la banda que le había encomendado el asalto. Solo en la región de Estocolmo la Policía calcula que existen treinta y tres estructuras de este tipo. Estas organizaciones tienen nombres como Dödspatrullen o Shottaz y están fuertemente jerarquizadas, llegando a aceptar encargos de sicariato en otras regiones de Europa, como la Costa del Sol en Málaga.

Un buen conocedor de lo que es ingresar en las pandillas siendo prácticamente un niño es Maher Turkie, fundador de No2crimes, una organización sin ánimo de lucro que trabaja para alejar de las bandas a los jóvenes de entre 11 y 17 años. Según su experiencia, «es vital escuchar a los jóvenes que no se sienten escuchados e incidir en el trabajo de prevención y la intervención temprana».

Al igual que el resto de organizaciones no gubernamentales, Maher Turkie pide más fondos para desarrollar proyectos. Sin embargo, sus reclamos señalan otros actores que, siendo supuestamente claves, son poco explorados. Fue tras uno de los últimos tiroteos en Malmö cuando tomó un megáfono y acusó a muchos de los adultos de ser parte de la espiral de violencia en la que caen los jóvenes. «Les decís que vayan a la escuela cuando vosotros mismos sois criminales. ¿Por qué no se han de convertir en criminales ellos también?», denunció ante las cámaras de televisión que cubrían un acto contra la violencia.

La Policía científica busca evidencias en el lugar de un crimen en Sollentuna.

 

Cifras alarmantes de explosiones y tiroteos. Por asombroso que resulte, actualmente Suecia sufre uno de los mayores índices de atentados con bombas y granadas del mundo, solo comparable a lugares con guerra abierta o violencia estructural como la que se vive en México. La sociedad se ha acostumbrado a ver fachadas de locales y apartamentos destrozadas abriendo los informativos. También de comisarías de policía y juzgados. Según el Consejo Nacional para la Prevención del Crimen, el año pasado se reportaron 257 explosiones frente a las 162 del 2018. «Único en el mundo para un país sin guerra», señala su informe.

Además, desde el año 2015 los atentados con granada se han incrementado de forma alarmante. La situación llegó a tal nivel que en el año 2018 el Gobierno declaró una “amnistía de granadas”, la cual que se prolongó hasta enero del 2019 dado el escaso éxito de la campaña. Las granadas se han arrojado en todo tipo de escenarios, incluyendo el dormitorio de Yuusuf Warsame, un niño de ocho años que falleció producto de una venganza en un apartamento de Gotemburgo. Casi todas las granadas son del tipo M75, traídas de contrabando a precios irrisorios desde algún punto de los Balcanes. Su bajo coste, ligereza y facilidad de uso ha hecho que este tipo de artefactos se vuelvan tan populares como las armas cortas, llegándose a utilizar contra profesionales de la banca u otros organismos implicados en la investigación de delitos como el de blanqueo y fraude.

Un menor armado en una pizzeria de Rinkeby, y a su lado otra acción en Upsala.

 

A lo largo de 2020 en Suecia se ha producido casi un tiroteo de bandas por día (353 en total según las autoridades), dejando un saldo anual de 46 jóvenes fallecidos por disparos de pandillas rivales, crímenes que habitualmente suelen quedar sin condenas. Por ejemplo, solo en la ciudad de Estocolmo quedan por resolver 52 muertes de todas las que se han producido en los últimos cinco años. Según repite una y otra vez la Policía, ni tienen recursos para hacer bien su trabajo ni apenas nadie de las organizaciones y su entorno denuncia o habla, extremo señalado recientemente por el Ministro de Interior, el socialdemócrata Mikael Damberg. «El escaso interés por integrarse en la cultura del país» (para los partidos de centro y derecha), así como «el paulatino desmantelamiento del Estado del bienestar» (para el partido de izquierda), son los dos ejes sobre los que se mueve un debate en el que solo está cómodo Sverigedemokraterna, el partido de ultraderecha que interpreta el problema de los gangsters como ejemplo paradigmático «del fracaso multicultural».

Homenaje a un joven muerto por disparos de la Policía en Bagarmossen. Fotografía: Bengt Oberger

 

Alejando cualquier interpretación étnica del fenómeno, una empleada de los servicios penitenciarios de Estocolmo nos explica que «la adhesión a las bandas se basa más bien en un código postal concreto, y no en otro factor tipo clan». La trabajadora, que dada la inseguridad reinante prefiere permanecer en el anonimato, menciona la palabra “clan” por la polémica suscitada hace unos meses cuando el subdirector de la Policía, Mats Löfving, dijo que se trataba de un problema “de clanes familiares”. Esta mujer, en permanente contacto con los convictos que obtienen el tercer grado, pone como ejemplo el caso del joven de 20 años muerto meses atrás en la intermodal de Sollentuna. «No son clanes. La mayoría de los de su grupo son kurdos de Turquía. Muchos del grupo rival también lo son y, sin embargo, están enfrentados. En una banda puede haber somalíes, árabes y alguien de origen chileno o sueco. No tienen por qué ser todos musulmanes o con raíces en un país concreto, sino que responden a un territorio o a un código postal de una calle. En su origen sí eran unas familias tipo clanes, y alguna queda, pero ya no es así».

Esto queda confirmado al verse los videoclips de la estrella local, el rapero Sinan. Uno de sus temas más conocidos se llama “Min väg” (mi calle) y, aunque en él cita la palabra clan, en las imágenes aparecen indistintamente banderas de Kurdistán, Somalia, Iraq o Turquía sin aparente conflicto entre ellas. En otros videoclips de este mismo autor los jóvenes posan desafiantes a escasos metros de la comisaría local. Disparan al aire con armas cortas, lucen chalecos antibalas en la vía pública y hacen ostentación de unos poderosos fusiles de asalto. Su despreocupación parece absoluta.

Anders Ygeman, ex Ministro de Interior del partido socialdemócrata, visita el barrio de Rosengård en Malmö. Fotografía: Sofia Eriksson

 

Buscando causas. Pero, ¿por qué el menudeo de drogas y la extorsión a pequeños negocios desata una violencia desorbitada en Suecia y no en otros países cercanos del norte de Europa? Esta es la pregunta que una y otra vez se hace el país mediante foros, debates y encuestas sin que nadie haya dado con una respuesta convincente que satisfaga a víctimas, sociólogos y ciudadanos. La alusión al racismo es tentadora y no exenta de razones, pero no del todo acertada en un país en el que un tercio de la población tiene un progenitor nacido en el extranjero y suma algunas de las políticas de acogida a refugiados más antiguas y abiertas de Europa, existiendo hasta policías con hiyab o ministros nacidos en Oriente Medio. El fracaso escolar que precede al desempleo y la marginalidad se da con igual o mayor intensidad en otras regiones de Europa sin que por ello exploten granadas y se acribillen menores de edad. Desde el punto de vista de la persuasión judicial, en Suecia las leyes no son ni especialmente laxas ni particularmente duras, existiendo ya la condena a cadena perpetua. Y aunque es un hecho irrefutable que en las últimas décadas el estado de bienestar ha sufrido una merma más que considerable, Suecia sigue siendo uno de los países del mundo con mayor gasto social. Entonces, ¿a qué se debe este fenómeno? «Aún no lo sabemos exactamente», señala la empleada de los servicios penitenciarios que trabaja con miembros de las bandas en tercer grado. «Pero toda solución habrá de pasar antes por un diagnóstico profundo que aún no se está haciendo como se debería», concluye.

Escultura contra la violencia de Carl Fredrik Reuterswärd en Gotemburgo.