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Gastroteka

Yo, tortilla de patatas


Imaginaos a Dani Rovira entrando en un escenario de “El Club de la Comedia”. Aplausos, risas, emoción y sentimientos varios aclaman al humorista. Este se planta en medio del escenario y suelta: «Chicos, tengo un problema». Es un clásico entre humoristas arrancar el show de este modo. Es casi tan clásico como empezar una comida de domingo en casa de la amona con ensaladilla o espárragos. Pues ahí voy: «Chicos, tengo un problema. Os cuento. Últimamente no hago más que darle vueltas a la capacidad que tengo para comer cualquier cosa, en cualquier momento del día, a cualquier hora, de cualquier manera. ¿Es normal? Realmente no me importa demasiado. Pero la gente cercana alucina con este súper poder. Mi estómago tiene más fondo que el bolsillo de Doraemon. Os lo juro».

Esto no es un monólogo y, obviamente, no voy a hablaros de mis problemas. Sí que os confesaré alguno de mis gustos más raros y disfrutones, pero no hoy. Venga, solo uno: me flipan los espaguetis fríos. ¡Hala!, dosis de frikismo culinario para una semana. Pensad en vuestras rarezas, que seguro que tenéis. Son terapia pura (las rarezas, no los espaguetis). Terapias aparte, lo que realmente os quiero contar es que para mí no hay nada como empezar el día con un café solo y un pintxo de tortilla. ¿Qué tiene que ver esto con mi “problema”? Pues que puedo repetir tortilla en el hamaiketako, comer revuelto después y cenar huevos fritos. Sí, no faltan huevos en mi dieta. Pero, insisto, lo que más disfruto es ese pintxo o pintxos mañaneros (con café), con los cuales puedo llegar a sustituir una comida. Además, si por trabajo me muevo y me toca probar tortillas de lugares desconocidos, los utilizo como indicador de calidad del bar o taberna en el que esté. Si la tortilla está buena, hay cocina, y si hay cocina, merece la pena volver.

Breve inciso. Para esos que pensáis y decís que el café marida mal con la tortilla de patatas, el día que os vea con una tostada de jamón, tomate y aceite y un café con leche en la mesa de una cafetería, os dejaré de hablar. Respetad los gustos de los demás y seréis respetados.

La tortilla de patatas sirve, aparte de para valorar el nivel de una cocina, para clasificar el tipo de persona según su gusto. Permitidme que me ponga “heavy”. Existen dos tipos de persona según le guste la tortilla. Están por un lado los que gustan de una tortilla de patatas cremosa, poco hecha, pero sin sopa. Por otro lado, está la gente que debería ser considerada terrorista gastronómica. A ver, que le puede a uno gustar una tortilla más seca que la suela de un zapato, pero siempre prefiriendo su versión más jugosa. Pero bueno, para gustos, las tortillas. Cuidado también con estos que se la comen con cuchara, estos tienen perdón, pero tienen que aprender que el huevo no tiene que desparramarse una vez se abra la tortilla.

Si existe un paraíso de la tortilla con gente de bien habitando, es Betanzos. Esta localidad afamada gracias a sus tortillas, domina este arte de manera magistral. Han generado un estilo propio de tortilla, cremosa y sabrosa. Si tenemos en cuenta que la variedad de patata “amarilla” de Galicia ya es de por sí un manjar, imaginárosla en tortilla. Como para no tirarse a la marmita de las tortillas. Estos vecinos lo que han conseguido es que todo su alrededor e incluso más de un local hostelero fuera de Galicia, trabaje la tortilla según lo hacen ellos. Es increíble.

Clase de historia. ¿Dónde y cómo nace la tortilla? Una de las historias más curiosas cuenta que en 1835, una campesina a la que Tomas Zumalakarregi encargó dar de comer a sus tropas en Bilbo, se las tuvo que apañar para estirar lo poco que tenía a mano. Huevos y patatas en aquel momento. Se dice que fue el ingenio de esta señora el motivo por el cual hoy tenemos bocados con mejor relación precio-calorías-placer. Realmente es difícil determinar cuál es el origen exacto. Existen documentos que hablan sobre una preparación a base de huevos y patata años antes, también en la península. Concretamente, en Extremadura. Pero, viniendo la patata de Sudamérica, raro sería que antes de que esta fuera descubierta, no existiera nada parecido. Se sabe que había tortas a base de patata y a poco que le añadieran un huevo de la forma que fuera, el espectro gustativo de la tortilla ya sería por tanto una realidad. ¡Que no todo se ha inventado en Bilbo! Seguro que este fenómeno se dio en más de un lugar a la vez y poco a poco, con el paso de los años, se ha ido unificando, pero como historia, me gusta.

Hoy es el día en el que cada pueblo tiene un bar o una taberna con “la mejor tortilla” del pueblo o de la ciudad. Pensadlo, somos capaces de pedirla en un lugar o no pedirla dependiendo, incluso, de a quién veamos por la puerta de la cocina, solo porque sabemos cómo la hace. Esto dice mucho más de lo que creemos. Damos por hecho que en casi cualquier establecimiento hostelero podremos encontrar, de una manera u otra, una tortilla con la que saciar el hambre o el capricho. Y somos capaces de hacer kilómetros para comernos esa tortilla que tanto nos gusta. Es uno de los pocos alimentos que llega a todos, que gusta a todos, que es asequible, con mil versiones. Esto supone un conocimiento acerca de esta elaboración casi más grande que la misma gastronomía. Me atrevo a decir que después del pan, será la elaboración que más se consume en nuestro entorno. Y si ya la metemos en bocata… ¡pum!

 

Truco para iniciarse en el arte de la tortilla de patatas

Os despido con un truco para elaborar una tortilla perfecta. Habiendo tanto conocimiento acerca de esto, prefiero que, si os sale rica la tortilla, primero, me invitéis y, segundo, no hagáis caso a lo que voy a contaros. Esto va sobre gustos, y mi consejo va para aquellos que os estéis iniciando con las tortillas.

Elaboración.

• Para hacer una tortilla de ocho pintxos, pelar 1,5 kilos de patata y cortarla como más o guste.

• En una sartén, “pocharla” cubriéndola de aceite a fuego medio hasta que esté tierna la patata. Escurrir el aceite y dejar que la patata se enfríe. Reservar el aceite de la patata, que se puede reutilizar.

• Ahora, en un bol, cascar ocho huevos e importante no batirlos. Picar muy muy muy finito un pimiento verde y tener incluso antes de empezar a pochar la patata, cebolla pochada. Podéis pochar mogollón de cebolla y guardarla en aceite, en un túper en la nevera.

• En la misma sartén, poner un poco del aceite de la patata y, a fuego vivo, dorar la patata con una cucharadita del pimiento verde picado y dos cucharadas de la cebolla pochada. Añadir sal al gusto. Una vez haya dorado la patata, retirar del fuego y dejar templar-enfriar.

• Una vez hecho esto, añadir a los huevos la patata y remover todo para ver qué textura coge. Tiene que quedar cremoso, pero no seco, no tiene que haber huevo completamente líquido. Para esta cantidad, probablemente tengáis que añadir un par de huevos más.

• El truco está en que, estando la mezcla de huevo y patata, fría, tenga la textura que queráis tener dentro de la tortilla, una vez esta esté hecha. De esta manera, con hacer la tortilla vuelta y vuelta, el resultado será perfecto.

Ya sabéis, para ser gente de bien, haced la tortilla con fundamento. Y si queréis, añadidle alguna salsa por encima para rematar. Por ejemplo, de callos o un pilpil de merluza. Aquí dejo el tema, que me vengo arriba y no me queda espacio.

Me despido salivando.

On egin!