7K - zazpika astekaria
PSICOLOGÍA

Una chica que mira


El deseo de anticiparnos a lo que otras personas van a hacer, decir o incluso sentir, nos lleva a emplear mucha energía mental. Si nos encontramos en una relación segura, una en la que no nos criticarán, nos apoyarán y nos respetarán, quizá no nos sea tan imprescindible. Sin embargo, cuando la potencialidad de crítica es grande, prestaremos mucha más atención, no solo con la mirada, sino también con el cuerpo entero que estará en tensión, detendremos otros procesos menos relevantes o secundarios, para estar preparados y dispuestos a reaccionar con rapidez y precisión. En particular si lo que sentimos ante la inseguridad en la relación es miedo.

Por ejemplo, pongamos el caso de una adolescente que nunca se ha sentido parte del grupo, que ha vivido sumida en una preocupación constante sobre la aprobación de sus iguales, o por lo menos de las que ella querría que fueran sus iguales. Los movimientos que hacían, las miradas, cómo bajaban la voz a su paso o las omisiones, eran signos externos en los que ella se fijaba, signos que ella interpretaba como propios de una crítica velada, excluyente. El temor del rechazo se agravaba cuando tenían lugar algunos eventos sociales a los que no la invitaban, o cuando había que elegir a gente para los equipos de balonmano en el colegio. Este entorno era hostil, pero lo que lo hacía insostenible era la atención sostenida. Mientras ella observaba los movimientos con cuidado, mientras peleaba por evitar ser el blanco de sus críticas, esta chica se fusionaba con su miedo, su miedo y ella se hacían uno.

La atención sostenida en este grupo, el análisis concienzudo de los gestos o eventos, tensaba los músculos solo al imaginar sus respuestas, o recordar lo insoportable del rechazo y, como si se tratara de una cárcel corporal, casi la persona entera se quedaba atrapada en su rigidez. Cuando esto sucedía, ella perdía la perspectiva de sí misma, y olvidaba casi el porqué de haber elegido a estas chicas y no a otras, olvidaba otras facetas que sí que la harían liberarse de la crítica, o los recursos para afrontar la frustración. Es más, olvidaba que esas mismas situaciones por las que ella sufría, podrían tener otras explicaciones, e incluso, que eso que ella idealizaba era simplemente una fachada. Se olvidaba de lo real, a cambio de una fantasía. Pero no solo se fusionaba a sí misma con su miedo, sino que también fusionaba a ese grupo de chicas en un todo compacto, indivisible, casi como un macroorganismo compuesto por individuos. Incluso ese grupo lo fusionaba con el entorno, no pudiendo separar a las personas y relacionarse –o no– con ellas como tales.

Observaba lejos de sí una fantasía compacta, todo un escenario al que adherirse o del que vivir expulsada, por lo que también olvidaba que, cuando las cosas se ponían feas, quizá no se tratara de un grupo al que quisiera realmente pertenecer. Quizá el precio para pertenecer también era convertirse en excluyente, crítica, o soberbia; pero se le olvidaba que eso ella no lo quería. Solo prestaba atención a su dolor o a su admiración fantástica, pero no a recordar elegir.

Años después, la chica ha crecido un poco, ha ampliado sus miras, y ha podido simplemente fijarse en otros aspectos de la vida, diluir su atención. Quizá porque ya no hace falta anticipar los movimientos de aquellas niñas o quizá porque el peso de la exclusión fue contrarrestado por otras inclusiones, el cuerpo puede volver a jugar, puede liberarse. Al diluir aquella atención tan focalizada quizá también recordó que, lo que había estado haciendo tras su dolor y su malestar, era defender y reivindicar quién ella era, su forma única de ser, ante un grupo al que, en el fondo, nunca quiso pertenecer.

Esta es una historia secreta para muchas chicas y chicos, que se fijan en lo que otros tienen como única opción para ser felices. Quizá sea nuestra tarea, desde la distancia del tiempo, recordarles que pueden fijarse en otros aspectos de la vida.