Xandra  Romero
Nutricionista
SALUD

Cuando el estrés engorda

Qué sucede cuando intentas cuidarte, comes bien, cuidas tus hábitos, haces ejercicio de forma regular y, aún así, no logras perder peso o ver mejoría significativa? Muchas personas acaban abandonando estos hábitos y otros, los vuelven más estrictos, más rígidos (menos calorías y más ejercicio). Ninguna funcionará, solo empeorará la situación, y es que la regulación del peso corporal ,así como la composición de grasa y masa muscular, no depende, aunque no lo creamos, únicamente de lo que comemos y nos movemos.

Existe otro protagonista: el estrés. La respuesta del organismo ante una situación amenazante constituye un claro ejemplo de integración cerebro-cuerpo, ya que se desencadenan una serie de reacciones que preparan al organismo a la respuesta de huida, miedo o enfrentamiento. Algunos de estos generadores de estrés pueden ser unos niveles de glucosa muy bajos, estrés emocional, exceso de actividad física, falta de sueño, frío excesivo, etc.

Cuando hay estrés y ansiedad, el cerebro envía una señal a las glándulas adrenales para que liberen la hormona cortisol. Si el estrés y la ansiedad permanecen durante tiempo prolongado, los niveles de cortisol se mantendrán elevados, produciendo muchos problemas metabólicos. Entre ellos, el cortisol hace que el cuerpo libere glucosa a la sangre y, como el cuerpo no está utilizando la fuerza muscular para responder a la situación, la glucosa se deposita como grasa en el tejido adiposo; la habilidad del cerebro para la utilización de la glucosa está disminuida y puede producir problemas en los centros de control del apetito y hambre; se contraen los vasos sanguíneos y la sangre es dirigida a otros órganos, que necesitan mayor volumen sanguíneo en el organismo con estrés, por lo que el sistema digestivo no es la prioridad del cuerpo en este momento, y pueden presentarse trastornos a este nivel; los “antojos” que produce el estrés pueden aumentar el deseo de consumir azúcares y grasas.

Dada la respuesta que ejerce su efecto a largo plazo, estas alteraciones del metabolismo pueden provocar cansancio crónico, aumento de peso, trastornos digestivos tipo úlceras y colitis, aumento del colesterol, diabetes y enfermedades cardiovasculares, así como trastornos cutáneos. En términos de composición corporal, los niveles elevados de cortisol mantenidos en el tiempo generan un aumento de la grasa abdominal, retención de líquidos, aumento de la pérdida de masa ósea y pérdida de masa muscular.

Así pues, podemos concluir que estar estresado emocionalmente o someter al organismo a una agresión que genere estrés, puede conducir a un aumento de peso a costa de la grasa corporal así como a un peor estado nutricional. Lo demuestran sendos estudios en los que se ha comprobado cómo las personas con obesidad abdominal tienen niveles elevados de cortisol y que, además, los glucocorticoides (cortisol) aumentan nuestra apetencia y consumo de alimentos ricos en grasas y azúcares.

Este parece ser uno de los nexos existentes entre el estrés y la obesidad, así como otras condiciones patológicas asociadas (diabetes, cardiopatías, etc.) y que explican muy bien en un reciente estudio publicado en la revista de medicina psicosomática “Stress and Body Shape”, titulado “Stress-Induced Cortisol Secretion Is Consistently Greater Among Women With Central Fat”.

Los resultados de este estudio fueron que las mujeres con mayor acumulo de masa grasa central percibieron el estrés (inducido en laboratorio) como más amenazador, se desempeñaron peor en su gestión y refirieron más estrés crónico. También liberaron más cortisol que las mujeres con un bajo índice de grasa. Incluso las mujeres con un IMC saludable pero mayor acumulo de grasa abdominal continuaron liberando más cortisol en respuesta al estrés que las mujeres con el mismo IMC pero con menos grasa central. Por lo que los autores concluyeron que la distribución central (abdominal) de la grasa está relacionada con una mayor vulnerabilidad psicológica al estrés y la reactividad del cortisol, lo que apoya la teoría de que la liberación de cortisol inducida por el estrés puede contribuir a la grasa central y demostrar un vínculo entre el estrés psicológico y el riesgo de enfermedad.

De modo que este es otro claro ejemplo de cómo no todo está bajo nuestro control y no todo depende de la entrada y salida de calorías e, incluso, de la calidad de los alimentos y el ejercicio, si no de la relación de nuestro metabolismo con nuestro estado emocional. Si hacer dieta y ejercicio está resultando estresante para tu organismo y tu mente, con mucha probabilidad, será un fracaso.