Igor Fernández
PSICOLOGÍA

Frenar para avanzar

En un coche de marchas hay tres pedales para dos pies, quienes conducen habitualmente saben bien el motivo, y quienes no, pueden intuirlo: no se puede acelerar y frenar al mismo tiempo. Esta sencilla imagen también nos sirve para ilustrar algo que nos sucede a las personas y que puede ayudarnos a atravesar algunas situaciones difíciles.

Cuando nos enfrentamos a un problema, cuando tenemos que desenvolvernos en un escenario incierto, es habitual que centremos nuestras energías en la resolución de la situación; la pensamos y repensamos, nos genera insomnio o tensión muscular no dar con la clave, o preguntamos por la fórmula que nos pueda hacer acertar, reduciendo el proceso de resolución al máximo.

Es tan humano no querer permanecer en el conflicto o la incertidumbre durante demasiado tiempo... De hecho, tenemos una serie de estrategias para manejar ese momento, esa coyuntura, mientras no encontramos la solución. Algunas personas se vuelven más rígidas o meticulosas, “aprietan” más los dientes para aguantar que otras, y son pocas y admirables las personas que logran relajarse e ir con la corriente en medio de una situación intensa o desafiante. De hecho, a veces miramos a estas personas como irresponsables o ingenuas, al entender que una persona “sensata” trataría de buscar una solución cuanto antes a lo que sea que esté sucediendo.

Sin embargo, quizá lo que también esté pasando sea que esas personas estén invirtiendo energías en algo que les vaya a permitir mantener la calma, la vitalidad o simplemente el equilibrio mientras la situación complicada no se resuelva. Y es que, a menudo, la resolución de situaciones difíciles tienen que ver con nuestra actitud, decisiones o acciones en cierta medida, pero otro porcentaje le corresponde a los otros o al contexto externo.

Es cierto que, ya que nos pasa a nosotros, tenemos la idea de que nos corresponde a nosotros resolverlo o atajarlo, lo cual, sobre el papel, suena razonable y lógico, y aunque nuestra mente es poderosa, quizá no suela serlo tanto como para cambiar el mundo. Habitualmente pensamos en soluciones ideales más que en soluciones posibles y es precisamente ese ideal el que no nos deja dormir por las noches. El ideal tiene que ver con la fantasía de que hay algo que podemos hacer que anule ese porcentaje de influencia que le corresponde al mundo en el problema que tenemos.

Por eso es tan importante preguntarse en esas situaciones sobre la capacidad real que tenemos para atajar las cosas, sobre nuestro grado de influencia, y sí, volcarse en ello; pero quizá también es importante preguntarse qué escapa a nuestro control, en qué no vamos a poder incidir y reservar nuestras energías para adaptarnos a los posibles resultados posteriormente. Y no solo reservar las energías, sino hacer que crezcan.

Cuando en situaciones difíciles nos involucramos activamente en nuestro cuidado, en nuestro bienestar o nuestras distracciones, no implica que estemos quitándole importancia a la situación, o que la estemos evitando, sino que estamos evitando estar quemados, drenarnos en la trinchera sin poder descansar o “estrechar” nuestro pensamiento de modo que la creatividad es sustituida por la obsesión. Nos estamos dando la oportunidad de no “acelerar” nuestra mente consciente al punto que nos colapsemos y alimentar un cuerpo y una mente lo más sanas posible para inventarse una solución. Y es que, la mayoría de las soluciones que funcionan para nosotros, en este momento y contexto, con nuestras necesidades y recursos, rara vez son fruto de una aplicación ciega de una fórmula establecida o aprendida.

Así que, del mismo modo que necesitaríamos parar a afilar el hacha para seguir cortando leña para un invierno que se avecina duro, necesitamos dedicarnos al cuidado e incluso la diversión para después poder afrontar lo difícil. Y lo bueno es que nuestro cuerpo y nuestra mente no podrán acumular tensión al mismo tiempo que la disipan.