23 MAY. 2021 La masacre de Ategorrieta Ategorrieta 1931, una memoria incómoda Ilustración: Iranzu Gómez Pérez Josetxo Otegi Arrugaeta El reloj de Ategorrieta marcaba las diez. José Carnes, Manuel Pérez, José Novo, Antonio Barro, Julián Zurro y Jesús Camposoto cayeron abatidos por los disparos de un muro de guardias civiles que cortaba la carretera, ante las atónitas miradas de terror de los hombres, mujeres y niños que formaban la manifestación. Manuel López murió días después. Al menos treinta y tres personas resultaron heridas, algunas de ellas de bala. Acababa de producirse la peor masacre de trabajadores de la Historia de Euskal Herria, mayor que la producida en Gasteiz en 1976. Era 1931, un año lleno de esperanzas obreras. Sin embargo, un suceso tan dramático, no ha dejado ninguna huella en la memoria de Donostia. Ninguna. Se trata de una masacre sin rostros, ya que la prensa de la época apenas comenzaba a emplear la fotografía, y además estaba dominada por la burguesía. Los años posteriores dejaron un reguero de muertes durante la Revolución de Octubre en 1934 y la violencia creciente inmediatamente anterior al golpe de Estado de 1936, para culminar en la guerra antifascista de 1936-37, cuyas matanzas y destrucción eclipsaron todas las anteriores. Pero hay algo más. Las muertes de Ategorrieta constituyen una memoria incómoda, un triste recuerdo de la división de las izquierdas, una lamentable injusticia sin reparación. Trintxerpe, provincia celta de Euskal Herria. Ser arrantzale, obrero de la mar, nunca fue –ni es– fácil. A principios del siglo pasado, el barrio de Trintxerpe (Pasaia) recibió una importante afluencia de hijos e hijas de Galicia buscando una vida mejor. No fue eso lo que encontraron: Trintxerpe creció caóticamente, sin viviendas dignas de ese nombre, en condiciones insalubres, y sus gentes estaban sometidas a la explotación descarada de los armadores del lugar. La necesidad se hizo virtud y fue así desarrollándose la fuerte identidad de Trintxerpe: puente entre Galicia y Euskal Herria, sus gentes pronto aprendieron a defender sus derechos, organizándose, viviendo libres del clericalismo imperante, motivando el escándalo de la sociedad bienpensante donostiarra, que pronto lo calificó como «tierra pagana y nido de bolcheviques y anarquistas». La Segunda República nació el 14 de abril de 1931. Fue recibida con alegría popular, con enormes esperanzas de una vida mejor, pero también con ansiedad, ya que las clases trabajadoras necesitaban ver mejoras palpables, que se pudieran coger con las manos, y sin demora. Esta visión no era compartida por los sectores moderados y más acomodados de la República, que fueron quienes asumieron su dirección en los primeros años. Necesitaban tiempo para implementar los cambios y buscaban tranquilizar a los sectores que veían amenazados sus privilegios. Fueron dos visiones de la República difíciles de conciliar. Ategorrieta, 2021. El reloj, testigo mudo de la masacre, permanece. El carril de la izquierda no existía en 1931, tampoco el edificio de las Religiosas de Notre Dame (detrás del reloj). La huelga de arrantzales. Un año antes, en 1930, el final de la dictadura de Primo de Rivera liberó las energías contenidas de los movimientos obreros. En ese ambiente nació La Unión Marítima de Pasaia, con la contribución de trabajadores del mar anarquistas, comunistas y socialistas. No sin discusiones, este incipiente sindicato acordó federarse en la UGT, aunque poco después su secretaría fue asumida por Juan Astigarrabia, destacado militante comunista. Cuando la República no había cumplido un mes de existencia, La Unión Marítima presentó sus reivindicaciones a los armadores: 300 pesetas mensuales para los marineros de Gran Sol, una jornada de descanso semanal, y que la jornada laboral no superase las 15 horas. La patronal se negó, y la respuesta no tardó en llegar: Toda la flota de arrastreros se declaró en huelga. Los armadores intentaron reventarla contratando bajo engaño marineros en Galicia, que tan pronto conocían la situación retornaban a casa sin perder su dignidad. Después intentaron trasladar aparejos a Getaria, donde esquiroles faenarían con los mismos. La noche del 26 de mayo, dos dirigentes del sindicato fueron detenidos, acusados de quemar dichos efectos de pesca. Astigarrabia se dirigió a Donostia a entrevistarse con el Gobernador Civil, Ramón Aldasoro (miembro del Partido Republicano Radical Socialista). Le pidió la liberación de sus compañeros pero, ante la respuesta negativa, al parecer advirtió que los liberarían por la fuerza. Aldasoro, en nombre del Gobierno ofreció su arbitraje en el conflicto, pero amenazando con que quienes no lo aceptasen serían considerados como rebeldes a la República y tratados con el máximo rigor. También dejó otra advertencia: emplearía la fuerza para impedir que los huelguistas llegaran a Donostia. El gobernador militar de Gipuzkoa, general José Fernández Villa-Abrille, fue a la mañana siguiente a entrevistarse con los huelguistas en Pasaia, que persistieron en sus reivindicaciones laborales y en la demanda de liberación de los detenidos. Jesús Camposoto, José Carnes, José Novo, Antonio Barro y Julián Zurro cayeron abatidos por la Guardia Civil. Manuel López murió días después. Hubo más de treinta heridos. La masacre. El 27 de mayo, desafiando la prohibición del gobernador civil Aldasoro, una manifestación de unas 1.500 personas (hombres, mujeres y niñ@s) partió hacia las 9 de la mañana de Trintxerpe y, tras pasar por Antxo, enfiló hacia Donostia por el alto de Miracruz, donde se encontraron con un destacamento del Ejército (allí actualmente se encuentra el restaurante Arzak), que les cortaba el paso. Pero los soldados no fueron capaces de disparar contra aquella multitud que se les acercó pacíficamente, con lemas como “Queremos pan para nuestros hijos” y “Libertad para nuestros compañeros”, y que, tras conversar con ellos, fueron pasando a través del dispositivo. Más adelante, a la altura del reloj de Ategorrieta, muy cerca de las cocheras del tranvía de Donostia, les esperaba una sección de la Guardia Civil al mando de un capitán. Aquí fue diferente. La manifestación se aproximó a aquella línea verde, pensando que también podrían superar esa barrera. Según la prensa, el capitán les dio el alto y advirtió que tenían órdenes terminantes de no dejarles pasar. A partir de aquí las versiones difieren. Según el gobernador civil, fueron agredidos y, tras una salva de advertencia, la Guardia Civil abrió fuego sobre la manifestación. Según otros testimonios, no hubo tal salva de aviso. En cualquier caso, no se informó de heridos entre la Guardia Civil, y la descarga se produjo a una distancia muy pequeña sobre gente desarmada. La muchedumbre no podía creer aquello. La gente caía abatida por las balas y corría por su vida. Dos personas murieron en el acto, el resto lo harían en las horas inmediatas. Sus edades oscilaban entre los 19 y los 34 años. Los hospitales no dieron abasto. Lo extraño es que no muriesen más personas. Ategorrieta se tiñó de sangre obrera. Las reacciones. La noticia corrió como la pólvora. El gobernador civil Aldasoro convocó una junta de autoridades a las 11 de la mañana: Villa-Abrille, gobernador militar de Gipuzkoa, declaró el Estado de Guerra y sacó al Ejército a la calle, pues temía la reacción popular. Hacia la misma hora, un grupo de trabajadores volcó un tranvía y su remolque en la calle Garibai, a la altura del número 32. Poco después, otro grupo intentó asaltar una armería en la avenida de la Libertad, sin conseguirlo por la actuación policial. Consiguieron paralizar las obras, el comercio y los bancos del centro e hicieron retirarse a los taxis. Se llamó a la huelga general, que tuvo una respuesta inmediata y total en Pasaia, donde se desplegaron 80 guardias civiles en el puerto. La policía se dedicó a buscar y detener a todo sospechoso de ser militante comunista. En Martutene, once personas que estaban reunidas fueron detenidas, y en una sede sindical, situada en la actual calle de Reyes Católicos, intentaron hacer lo mismo, aunque en este caso huyeron por un patio. También entró la policía en la Casa del Pueblo, en Alde Zaharra. En total, se detuvo a 32 personas que fueron encarceladas. Entre ellas, se encontraba Juan Astigarrabia, dirigente del sindicato La Unión Marítima y que había liderado la huelga de arrantzales. Pero no solo se opusieron a la huelga las fuerzas del Estado. Los partidos representados en el Gobierno de la República, lejos de criticar el desproporcionado uso de la fuerza por parte de la Guardia Civil, calificaron la huelga como contraria a la República, y actuaron en consecuencia. Según el gobernador civil, recibió ofertas para colaborar con el Gobierno en el mantenimiento del orden por parte de republicanos, PSOE y el sindicato nacionalista SOV (Solidaridad de Obreros Vascos). En el Centro de Unión Republicana hubo una reunión donde se organizó una policía paralela que llamaron “guardia republicana”, y que, identificada con brazaletes, salió a la calle para recomendar a los comerciantes que no cerraran. PSOE y UGT tampoco la respaldaron, y se opusieron a la huelga. Por la tarde, se produjo una manifestación: Al pasar por la calle San Francisco (Gros), un piquete intentó cerrar una ebanistería, propiedad del dirigente y concejal del PSOE Guillermo Torrijos. Desde el taller alguien disparó una escopeta contra el piquete hiriendo a ocho personas, una de ellas grave. La fosa común donde estuvieron depositados los restos de las víctimas se encuentra en el cementerio de Polloe, Zona 4, calle San Máximo. En la imagen está señalada con unas flores. Al día siguiente, se enterró en Polloe a las víctimas de la Guardia Civil. Mucha gente se acercó al cementerio para dar el último adiós. No hubo incidentes. El Estado de Guerra seguía vigente. Donostia era una ciudad tomada militarmente, la huelga no cuajó. En Bizkaia se hizo un llamamiento a la huelga, que tuvo cierto éxito en la zona minera y en Bilbo, aunque allí también la presión policial y la oposición del PSOE y UGT impidieron que la solidaridad se extendiese. En Gallarta, varias minas pararon. En Bilbo, la Guardia Civil patrulló a caballo, efectuó registros y detuvo a ocho personas acusadas de formar piquetes de huelga. En Asturias el seguimiento fue desigual: UGT difundió la consigna de no abandonar el trabajo, y evitó la huelga en buena parte de Asturias, salvo en Candas, la Felguera y la ciudad de Gijón, donde el llamamiento de la CGTU, con el acuerdo de la CNT, logró que el paro fuera total. En el texto leído tras la manifestación, se pidió la dimisión del ministro de Gobernación (Maura), la del ministro de Trabajo (Largo Caballero) y la disolución de la Guardia Civil. Por su parte, Ricardo Baroja, reputado y comprometido artista polifacético, presentó el 31 de mayo su dimisión del cargo de Secretario de Exposiciones de Bellas Artes. Explicó su gesto en un artículo aparecido en el periódico anarquista “Solidaridad Obrera” el 6 de junio, que comenzaba así: «No puedo servir a esta República después de los sucesos de Sevilla y San Sebastián…». A pesar de la brutal represión, la huelga continuó al mismo tiempo que se entablaron negociaciones con los armadores. La duración de la huelga se dejaba sentir (duraba desde finales de abril) entre los más pequeños. Los profesores de Pasai San Pedro propusieron una suscripción pública para crear un comedor en la escuela y así poder ofrecer una comida al día a los niños de los trabajadores de la mar. Pasaia respondió positivamente, y unos días después la Sociedad Recreativa Sampedrotarra ofreció una función en el cine Moderno, cuyas entradas fueron destinadas a paliar las consecuencias de la huelga. Esta terminó el 12 de junio con la firma de un acuerdo en el que se recogían parte de las peticiones de los arrantzales. Al mismo tiempo, el sindicato quedó reconocido por los armadores. Los enfrentamientos internos entre comunistas y socialistas hicieron que la Unión Marítima abandonará la UGT socialista para integrarse en la CGTU comunista. Los anarquistas calificaron de irresponsables a los comunistas, por exponer a la represión a los huelguistas al desafiar las amenazas explícitas del Gobierno. Parte de los arrantzales crearon el sindicato anarquista Avance Marino en 1933, que tan famoso se convertiría debido a su actuación en julio de 1936 en Donostia. En palabras de Dionisio Pereira, en ambos sindicatos, en los que los apellidos galegos se alternaban con los vascos con predominio de los primeros, no olvidaron la solidaridad con sus compañeros, bajo condiciones mucho peores, de Galiza. Infografía que detalla la masacre que ocurrió en Donostia. Paradojas, contradicciones, silencios. El Gobernador civil de Gipuzkoa, Ramón Aldasoro, no dimitió. Es más, tuvo una brillante carrera. Abandonó su cargo en julio al ser elegido diputado a Cortes Constituyentes por Bilbo, y fue Secretario de las Cortes. Paradójicamente, en 1934 defendió a obreros acusados de participar en la Revolución de Octubre –él mismo conoció la prisión durante dos meses al ser detenido en diciembre de 1930, acusado de participar en el levantamiento republicano de esa fecha–. En 1936, se presentó a las elecciones por el Frente Popular. El primer mitin electoral lo dio el 19 de enero en el Frontón Euskalduna de Bilbo, junto con candidatos socialistas… y Jesús Larrañaga, conocido dirigente del PCE de Gipuzkoa, que tuvo que esconderse para eludir su detención tras la masacre. Ambos, en aquel momento, entendieron que debían dejar a un lado sus diferencias para reconducir el Gobierno de la República. En 1937, ya en plena guerra, Aldasoro fue miembro del primer Gobierno Vasco, como consejero de Abastos y Comercio. Compartió gabinete con Juan Astigarrabia (representante del PCE y consejero de Obras Públicas), a quien ordenó detener tras la matanza de Ategorrieta. Al caer Euskal Herria en manos del fascismo, tuvo que exiliarse. Falleció en Cuba en 1952. Curiosamente, en la página que Wikipedia le dedica, no hay ninguna mención a la masacre de Ategorrieta, pero sí a una difusa mención a que ordenó detener al que posteriormente sería su compañero en el Gobierno Vasco. No es una excepción. Lo mismo sucede con la información ofrecida por toda una referencia, la enciclopedia Auñamendi. La gravísima responsabilidad de Aldasoro, simplemente, no existió. Guillermo Torrijos, toda una leyenda del PSOE en Gipuzkoa, y que era el propietario del taller de carpintería donde se produjo el incidente tan lamentable como significativo en el que obreros del PSOE dispararon con escopeta contra trabajadores que protestaban por la masacre de Ategorrieta, fue detenido, acusado de ser uno de los dirigentes del Comité Revolucionario de Gipuzkoa durante la fallida Revolución de Octubre de 1934. Procesado, fue condenado a 20 años. Tuvo una destacada actuación durante la guerra en Gipuzkoa, y murió en el exilio. Por otra parte, qué duda cabe, nadie pidió cuentas a la Guardia Civil. No en vano, García Lorca decía en 1928, “Tienen, por eso no lloran, de plomo las calaveras”. Ejercicio necesario de memoria. Un suceso tan grave como el de Ategorrieta, no ha dejado ninguna huella en su ciudad, Donostia. Fuera de algunos libros de Historia, casi nadie conoce lo ocurrido. Es como si nunca hubiese sucedido. Cierto es que no fue la primera vez que las fuerzas policiales mataban al reprimir manifestaciones. Ya sucedió en Donostia antes de la guerra en 1920, 1930, 1934, durante el franquismo y hasta hace poco (Gasteiz 1976, Iruñea 1978, Donostia 1995, etc). Pero nunca de esta manera. Aquella masacre tuvo lugar en una época muy convulsa, y reflejó las contradicciones de las izquierdas. No fue Primo de Rivera o el franquismo quien la perpetró, sino la República (entonces sostenida por republicanos y por el PSOE), lo cual es un inmenso y amargo agravante. Fue una represión absolutamente desproporcionada pero no fue, desgraciadamente, una salvedad (recordemos la masacre de Casas Viejas, Cadiz, 1934). También fue un reflejo de la incapacidad de la izquierda, en general, para encontrar un común entendimiento. Solo se unió, en el Frente Popular, para hacer frente a la amenaza fascista. La falta de claridad y definición minaron gravemente a la República. Además del recuerdo de una terrible injusticia, rememorar Ategorrieta debería ser un homenaje a la identidad trabajadora de Donostia y Pasaia. Aquellas mujeres, aquellos hombres, que defendieron sus derechos laborales y humanos, aún a costa de su vida, lo hicieron para beneficio de todos y de todas. Ahora que se desmantelan tantas conquistas sociales, da qué pensar el alto precio que pagaron quienes nos precedieron para conseguirlas, y qué barato se pierden o se venden hoy. Incómoda o no, la memoria es un ejercicio necesario, imperativo, de justicia, de construcción de nuestra identidad y de nuestro futuro. Ategorrieta gogoan beti.