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El incierto presente de los faros

Silenciosos guardianes marinos

La gente costera ha tentado siempre la suerte de surcar aguas y, durante siglos, ha señalado los rincones peligrosos. Primero con fuegos, luego con torreones de luz. Porque los océanos son fuente de vida, pero también de muerte. La tecnología los está deshabitando, los apaga, y muchos se reciclan. Alguno, como en Donostia, vaciado de su patrimonio físico e inmaterial.


El agua constituye la mayor parte de nuestro cuerpo, es pura vida, pero puede también quitárnosla. Las civilizaciones costeras han necesitado el impulso de navegar. Fenicios, cartagineses, mayas, celtas… encendían fuegos que avisaban de los peligros de la costa.

La expresión faro, far, farol, phare, fyr, faru… proviene de la Grecia antigua en referencia a la torre egipcia de Alejandría. La construyó Ptolomeo II en la isla de Faros, 280 años a. C. y en 1323 un terremoto la derrumbó.

Los romanos se inspiraron en su estructura para erigir más de cuarenta señales lumínicas que guiaran sus flotas. Sobreviven la emblemática torre de Hércules, en A Coruña, o la más ruinosa británica de Dover. Se sabe que en la Edad Media existían también faros en China.

Durante siglos, las torres han albergado primero fuegos activados con leña, carbón, alquitrán o brea y después linternas alimentadas por sebo, petróleo, gas, carbón o distintos aceites. En el siglo XVIII se comenzaron a usar linternas metálicas, rodeadas de reflectores parabólicos con rotación mecánica.

Se erigieron sólidas construcciones de original arquitectura y muchas se convirtieron en máquinas habitadas por la nueva profesión de farero o torrero. Un sector mayormente masculinizado (aunque han existido fareras), con la estancia a veces de una familia o dos fareros. Una figura mitificada desde tierra, pero muy dura: aislamiento, soledad, humedad, trabajos físicos pesados, riesgos en las tormentas…

La revolución lumínica la causó en 1822 Augustin-Jean Fresnel con su sistema de lentes, cuyo número, ancho, color y separación variaban según los faros y llevaban la luz muy mar adentro. En la última parte del siglo XIX comenzaron a funcionar lámparas de arco eléctrico y vapor de petróleo. En el XX apareció la lámpara de gas acetileno que generaba destellos automáticos y giraba, primera técnica para faros no vigilados. Después vinieron el butano y propano. El suministro eléctrico se generalizó a mediados de siglo. Ahora se usan también energías renovables: eólica, solar o mareomotriz.

Arriba, el faro Portland Head Light, cabo Elizabeth, estado norteamericano de Maine, que fue motivo artístico para el pintor Edward Hopper.

 

Doce segundos de oscuridad. La particularidad de los faros ha servido como motivo simbólico. Robert Louis Stevenson, nieto e hijo de fareros escoceses, escribió sus vivencias a bordo del Pharos, primer buque de faro de Gran Bretaña en el que también viajó sir Walter Scott y elaboró su diario “Northen Lights”.

Verne, Allan Poe, Virginia Woolf, Cernuda, Muñoz Molina, Benedetti, Arreola, Martín Ibon… tienen libros sobre faros. Menchu Gutiérrez vivió más de 20 años en uno y relata su última jornada en “El faro por dentro”. En cine existen películas fareras de Berenger, Olivares, Mignogna… o la más reciente de Robert Eggers. Existen buenos documentales como “Behind the Light”, de Glynn-Smith.

De Millet a Edward Hopper, la tentadora figura ha sido motivo para pintores o historietistas de cómic. Hay bastantes canciones de faros, tipo la sinfonía “A Plage of Lighthouse Keepers” (Van Der Graaf Generator), la emotiva “The Well and the Lightouse” (Arcade Fire) o la bailona “Dancin' At The Lighthouse”, de Kim Carnes. El uruguayo Jorge Drexler grabó el disco “Doce segundos de oscuridad”, el tiempo entre los haces de luz que emite el faro Cabo Polonio en su país.

La escritora mexicana Jazmina Barrera resume sus sensaciones en el libro “Cuaderno de faros”. “No se puede pensar el faro sin el mar... El mar se expande hacia el horizonte, el faro apunta en dirección al cielo. El mar es movimiento perpetuo; el faro es un vigía congelado… El faro es un señor estoico, inamovible. El mar atrae desde la lejanía, detrás de las dunas, con su sonido. El faro llama con su luz entre la bruma y las mareas. El mar es la primacía del líquido. El faro es la encarnación del sólido. El mar, la mar, es femenina por antonomasia biológica y mitológica. El faro es masculino hasta por parecido fonético”.

La espectacular escalera del faro de la isla de Vierge en Bretaña, el más alto de Europa.

 

De torres medievales a tecnología punta. A finales del siglo XIX se creó una nueva industria de alardes constructivos y se levantaron miles de faros. En el Estado español hoy restan en activo 191, la mayoría en rincones peculiares. En el norte, por ejemplo, el del Caballo, de Santoña, o el de Vilán, en Costa da Morte, de 1896 y primero con energía eléctrica.

En el sur se conservan torreones medievales y renacentistas como Camarinal, de Zahara de los Atunes, o Roche en Conil. El faro de Chipiona, de 69 metros, es el más alto, tercero de Europa y quinto del mundo (el faro europeo más alto está en la isla bretona de Vierge, con 82,5 metros, y el más alto del mundo, con 133 metros, en la ciudad saudí de Jeddah).

La colección de torres baleares es particularmente bella con lugares como Portopí, del siglo XIV, en Palma. El faro nuevo de Valencia, de 2015, construido en fibra de vidrio y de carbono y con tecnología LED, placas solares y un aerogenerador, es una muestra de moderna sostenibilidad. Los dos únicos diseñados enteramente por mujeres están en Castellón: Irta y Nules, trabajados respectivamente por Rita Lorite y Blanca Lleó. Más al norte hay notables faros catalanes como Torredembarra, Tossa, Cala Nans en Cadaqués, Sant Sebastiá en Palafrugell o Creus.

En Portugal hay 30 “faroles”. El de Barra, Aveiro, es el mayor y segundo más grande de la península por un metro. Cabo da Roca es el punto más occidental de la Europa continental. Más algunos isleños como Ponta do Arnel y Ponta do Topo en las Azores. Hay en la península algunos originales faros metálicos, como el de Buda en Deltebre, ya en desuso.

Itsasargiak. Euskal Herria cuenta con casi una veintena de faros. En el norte, San Martin, en el cabo que separa Miarritze y Angelu, tiene 248 escalones y óptica Fresnel. La torre señal de Angelu regula el acceso al río Aturri hacia Baiona. El faro-casa insignia de Sokoa, en la ampliación del Fuerte, tiene luces de rango para el acceso al puerto de Donibane Lohitzune. En el propio Donibane y Ziburu hay dos estilizados faros gemelos interiores. Zoko, en Ziburu, domina el acantilado.

En el sur, el faro de Higer, Hondarribia, sobre la bahía de Txingudi y desde el islote de Amuitz, es de estilo galo. Faro de la Plata, en la esquina este del monte Ulia, Pasai San Pedro, con hechura de castillo peliculero, protege la entrada del puerto. Senokozuloa, hoy tristemente decadente, se esconde debajo, en la bocana.

A Donostia la vigila la casa-faro de la isla de Santa Clara, en el centro de la bahía. Su vecino de Igeldo se sitúa al oeste sobre los acantilados hacia Orio. La entrante marina del monte de San Anton, en el popular “Ratón”, alberga el faro de Getaria, sobre la ermita del mismo nombre. Talaia, en el monte San Telmo de Zumaia, sirve de apoyo al faro que indica la llegada de la ría Urola.

En Bizkaia, Santa Katalina es faro de entrada al puerto de Lekeitio sobre el acantilado de cabo Antzoriz y alberga el Centro de Interpretación de la Navegación. Matxitxako, en Bermeo, a 122 metros sobre el nivel del mar y fundado en 1852, es emblemático por ser el más saliente y por su potencia de luz. En 1915, en un temporal, miles de aves migratorias se estamparon atraídas por su luz, provocando daños. Al lado existe la torre del viejo faro, observatorio de aves marinas y cetáceos.

El de Gorliz, sobre el acantilado cercano a Bilbo, es el faro vasco a mayor altura y el más moderno, por nuevo (1990) y por su estética vanguardista. En Getxo se sitúan los faros del muelle del espigón Arriluze y Punta Galea, que señalan la entrada al súper puerto. De todos ellos, quedan tres gestionados por fareros (Igeldo, la Plata, Zumaia) y dos visitables: Santa Katarina y el ahora “no faro” de Donostia.

 

Sobre estas líneas, la isla donostiarra de Santa Klara, con la casa-faro del mismo nombre. Fotografía: Juan Carlos Ruiz | Foku

 

Hondalea. Cercana a tierra, la isla donostiarra de Santa Klara está dominada por el faro del mismo nombre. Txillardegi la analizó en su libro “Santa Klara gure uharte ezezaguna”, sobre el que Jesús Mari Palacios e Iñigo Jiménez se basaron para elaborar el documental “Ur artean” y el libro “Los habitantes del faro de Santa Clara/Santa Klarako itsasargiko biztanleak (1864-1968)”.

Tuvo ermita habitada, guarnición militar o caseta de caza de la élite y fue lazareto para marinos en cuarentena, destierro conocido como “el penal”, cementerio de herejes…

El faro es de 1864 y en él vivieron hasta doce torreros con sus familias. El último, el cántabro José Manuel Andoin, con su madre María Torralbo, hasta que se automatizó en 1968 y fueron trasladados al de Igeldo. Allí falleció la madre en 1974 y se suicidó el hijo, campeón olímpico internacional de tiro.

En 2016, la escultora Cristina Iglesias fue Tambor de Oro donostiarra, el alcalde le ofreció un lugar para una de sus obras y ella pidió el faro para el proyecto Hondalea (abismo). Una intervención inaugurada este verano que ha sustituido el interior por un fondo en bronce de 15 toneladas como “centro de atracción” artístico-turístico. La obra ha generado bastante polémica patrimonialista, naturalista o sobre su financiación (sobrecoste del 1,3 millón presupuestado a parece que unos 5-6 millones) y la Fiscalía investiga posibles irregularidades en la adjudicación y ejecución, denunciadas por LAB.

«Mamarrachada». Santiago Sánchez Beitia, catedrático de Arquitectura en la UPV/EHU, es autor de “El lenguaje silencioso de la luz: Los faros históricos de España” (www.faros-historicos-de-espana.es) o “Catálogo de faros con valor patrimonial de España”. Este especialista destaca que «dejando a un lado el punto de vista simbólico, en los faros concurren valores arquitectónicos o constructivos, tecnológicos e inmateriales».

Fue tempranamente convocado para dar su opinión sobre la intervención artística donostiarra y avisó sobre sus riesgos. «Me informaron que detrás del proyecto estaba Hugo Corres, que había sido colega mío como profesor de la Escuela de Ingenieros de Caminos en Madrid. Les dije que me parecía una barbaridad y por qué. Una tontería y una mamarrachada. Por escrito y firmado. Hasta hoy. No quiero ni ir a verlo. He andado en la isla desde crío de mil maneras y he ido en piragua y observado las obras cuando no se podía pasar. Me duele mucho lo que han hecho, incluidas un par de barbaridades que no se nombran: han abierto una puerta en la torre y construido un nuevo elemento de hormigón, que se ve desde tierra y que imagino que será para la maquinaria interior. No quiero saber con qué permisos porque debe ser una maquinaria potente, una moto bomba en un sitio protegido que parece envidiar al sifón del Peine del Viento».

El recuerdo del magno escultor sirve a Beitia para una oportuna comparación. «Chillida Leku es el ejemplo opuesto: se respetó el caserío, perfectamente conservado hasta la última pieza de madera. Y toda la obra artística está básicamente colocada fuera. Luego dicen que quienes criticamos lo de la isla somos inmovilistas, antiguos o algo así. Viva el inmovilismo de Chillida. Y, oiga, no estoy contra la obra de Cristina Iglesias, estoy en contra de que hayan jodido un faro».

Beitia acompañó a los organismos Bizilagunekin, Parkea Bizirik y Haritzalde ante las Juntas Generales de Gipuzkoa en 2020. Denunciaron, infructuosamente, riesgos de medioambiente, patrimonio, paisaje, urbanismo, finanzas públicas o sobre la identidad del lugar y su turistización, pidiendo un proceso participativo público..

Sobre estas líneas, tormenta en el faro galés de Porthcaw.

 

Pérdida patrimonial. La campaña promocional de la obra ha explicado que la intervención «sigue la línea creativa de Iglesias de recuperar sitios destruidos» y que ha primado el «respeto a la naturaleza y a la conservación» en «una obra que implica la conservación de la casa del faro».

Pero según un estudio de 2015 del propio Sánchez Beitia, el grado de deterioro se notaba apenas en humedades y deficiencias de carpintería («bastaban 100.000 euros para poder arreglarlo»).

El catedrático declaró que «las recomendaciones del Consejo de Europa, de la Unesco y sobre todo de la Carta de Nizhny Tagil para la protección del patrimonio industrial establecen que las intervenciones, en caso de que tengan que hacerse, deben ser reversibles y tener un impacto mínimo».

En la comparecencia a las Juntas Generales se había pedido replantear la intervención artística proponiendo crear un centro de interpretación medioambiental y del patrimonio, de intención pedagógica. «Con un viejo faro se pueden hacer muchas cosas», dice Sánchez Beitia, «pero respetando los valores patrimoniales de un elemento que es parte de la memoria de un pueblo». Y remata con una conclusión muy personal: «En esta vida lo que mueve muchas actuaciones es la erótica del poder o la fama, la atracción sexual y la del dinero. Desde Cleopatra al Museo Balenciaga de Getaria».

Beitia defiende también el valor inmaterial e intangible de los faros. «¿Por qué la gente hace el Camino de Santiago o sube a Aitzgorri en Año Nuevo? Porque busca estar en la naturaleza, conocer sitios, experimentar cambios, recordar vivencias, disfrutar… o por una razón que no sabes explicar. Y eso está en un faro, en su silencio, en lo esquivo que es, en su belleza tan particular… Hay que recordar además que el 70% de lo que consumimos entra y sale por el mar donde los faros cumplen su función. Ahora todo va por internet, pero hablas con gente marinera y no sabes lo que les encanta seguir viendo o notando un faro».

El faro en la literatura, el cine,  la ilustración...

 

Modelos de gestión. A propósito de los cambios en ese ramo, el pintor Hopper decía que el faro es un individuo solitario que enfrenta con estoicismo la arremetida de la sociedad industrial. Los sistemas tecnológicos por satélite (GPS) y la gestión por control remoto sustituyen las viejas funciones. La profesión de guarda torres está en extinción y esos lugares no tienen sentido como vivienda.

De los casi 200 faros del litoral estatal sólo están habitados una cincuentena. Hoy, las luces de los faros ayudan a que los marinos comprueben la veracidad de las indicaciones de sus GPS, pero cada vez son más innecesarias. ¿Cómo salvar su patrimonio?

Sánchez Beitia opina que entre las nuevas funciones a las que se puede destinar un faro en desuso «puedes poner hasta un albergue con camas o literas en el vestíbulo, pero no lo toques más, respeta la estructura original y sus elementos. No hagas nada irreversible. Si lo modificas y después la moda de albergues turísticos desaparece, ¿qué has hecho con ese faro? Hay simplemente que pensar bien el plan antes de realizarlo: las connotaciones del faro con su zona, con sus gentes, con su historia, de edificación... Y tratar de mantenerlas. Además, todos los faros tienen una parcela adjunta, que era para huerta o animales. Aprovéchala, por ejemplo, con una construcción efímera de madera, que puedas desmontar, y organiza ahí una iniciativa».

Pone como ejemplo el faro de Tossa de Mar. «Es de la época del de Santa Klara y está sin tocar, pero con un restaurante-bar de madera en la parcela, donde hacen hasta conciertos. Si un día lo desmontas, el faro sigue intacto y visitable. Son modelos de gestión. Por cierto, creo recordar que en Portugal todos son visitables desde hace años».

Cada faro, una historia. Para que sigan abiertos, vivos, útiles, muchos faros se están efectivamente organizando como museos, centros didácticos o de interpretación, observatorios de aves, salas de exposiciones, hoteles, restaurantes, bares... En el Estado español hay ya unos 50 con alternativas comerciales de gestión pública, privada o mixta.

En 2012, Sánchez Beitia intervino en el acuerdo entre la Autoridad Portuaria de Pasaia y la Universidad del País Vasco para analizar los estados de conservación de los faros y crear posteriormente una ruta turística en la que se manejaba la marca comercial Gipuzkoako Itsasargiak.

Subraya que, teniendo el Camino de Santiago, la ruta GR y otras, elementos tan promocionados como el flysch de Zumaia, etc., un circuito de faros sería una buena opción para paseantes y visitantes. Pero el cambio de gestores políticos o los avatares de la burocracia han olvidado un plan «que no llegaría ni a un millón de euros de inversión y crearía puestos de trabajo, un mercado de objetos y recuerdos sobre faros…».

Un viejo mundo se derrumba y sería triste que destruyéramos el patrimonio de esos esbeltos torreones marítimos. Porque, como dice un personaje de la novela “La niña del faro”, de Jeanette Winterson, citada por Jazmina Barreda, «cada faro tiene una historia, o no, más bien cada faro es una historia, y sus mismos rayos son historias diluyéndose en las olas».