Igor Fernández
PSICOLOGÍA

Dentro del mármol

Michaelangelo Buonarroti, escultor renacentista por todo el mundo conocido como Miguel Ángel, esculpió a los 23 años el conjunto de La Pietá, y cuentan que, al ser preguntado por su forma de trabajar el mármol para obtener un resultado tan asombroso, éste dijo algo así como «La escultura ya vivía dentro de la piedra. Yo, únicamente, he tenido que eliminar el mármol que sobraba», con una humildad aparente que asemejaba su labor casi a la de un intermediario.

Cierto es que, ante esta afirmación y dada su juventud y la excelencia de la obra, algunos dudaron de su autoría, así que él se vio impulsado a firmarla para que no cupiera duda –quizá la firma también estaba escondida en la roca–. Más allá de anécdotas, él trabajaba la piedra asumiendo que dentro de esta había almas que liberar. Avanza el verano y quizá estas no son épocas en las que plantearse grandes proyectos, en particular después de un año tan complicado como el vivido, pero quizá sí sea el momento de dejar caer algunos trozos de mármol sobrante.

Cuando pensamos en nuestro paso por la vida, cuando pensamos en nosotros mismos, en nosotras mismas en relación con lo que hemos venido haciendo este tiempo, lo que hemos tenido que pelear para construir una sociedad, una familia, un entorno satisfactorios, un trabajo, o incluso una forma de vernos, pensarnos y sentirnos, probablemente lo hacemos en términos de logro, de resultado, de objeto; y quizá, la imagen de Miguel Ángel desbastando, también nos pueda servir para mirar todo el esfuerzo de una forma un poco diferente.

Todos los que estamos a un lado y otro de estas líneas hemos tenido que poner de nuestra parte para que nuestra vida sea tal y como es ahora. Quién más y quién menos lleva a sus espaldas orgullosos logros y pesados remordimientos de mayor o menor calibre; y todos hemos, probablemente, aspirado a más, a algo distinto o mejor, según no se sabe qué expectativas de un tiempo pasado. Quizá, algunos de esos logros o fallos siguen adheridos a nuestras ‘articulaciones’ mentales, emocionales, como un añadido a nuestra imagen propia, al concepto e incluso a la estima que tenemos sobre nosotros, aún como material anexo, como ese mármol que nos conforma pero que también oculta quizá facetas que pueden desplegarse, o incluso necesitan desplegarse.

No hay avance sin renuncia, no hay crecimiento sin ruptura –más o menos traumática– con quienes éramos antes, o parte de quienes éramos. Junto con las expectativas que teníamos sobre nosotros, las exigencias en función de lo logrado o lo fallado, probablemente en este camino recorrido también nos hayan acompañado, también adheridos, el miedo, la ansiedad o la obsesión; las eternas dudas sobre si ‘lo lograremos’, sobre si ‘soy suficientemente válido, válida’, si ‘me dejarán espacio o me lo tratarán de arrebatar’… ¿Qué no habríamos logrado, qué no lograríamos si dejáramos de tenernos miedo a nosotros mismos, a nosotras mismas?

Incluso la lealtad acompaña, muy pegadita, como si esa escultura nuestra tuviera que albergar también partes de otras, como si no pudiera vivir por sí misma. Todos estos ‘pedazos de mármol’ que hemos tenido que ir cincelando a lo largo del camino a veces han permanecido inexpugnables, no nos hemos podido deshacer de ellos y siguen con nosotros; o bien nos hemos llevado por delante en un golpe demasiado prematuro un borde de la escultura que deseábamos, generando una herida en esa forma de vernos.

Sea como fuere, ahí debajo, entre la imagen ideal a la que aspiramos y la basta, de la que renegamos, se encuentra la obra única, la que nadie más puede hacer, a pesar de que los ojos y los oídos ajenos cuestionen, a pesar de que los ojos y oídos propios, sean capaces de negar la autoría.