7K - zazpika astekaria
una verdad cargada de dolor

«Mataron a Josemi, nos tirotearon y encima nos culparon»

La noche de San Juan es una noche mágica, de alegría y de fiesta, de fuegos y bailables, de cuadrillas y de nuevas parejas. José Félix Marías y José Emilio Fernández, dos amigos de Elorrio de 16 años, fueron a pasar la tarde a Durango, a la discoteca La Pantera Rosa. Hacia las diez de la noche decidieron que era hora de volver al pueblo, quizá pensando que la noche aún era larga y no había dicho su última palabra. Nunca imaginaron lo que vendría después.


Se pusieron a hacer dedo, en una época en la que el autostop estaba bastante generalizado entre la gente joven. Les paró un señor de su pueblo, Koldo Zenitagoia, cuyo hijo estudiaba con José Félix. En realidad, Koldo recogió a tres chavales. A José Félix Marías y a José Emilio Fernández se les unió otro conocido, Jorge Velasco, que milagrosamente se bajó en el barrio Andramari de Abadiño, ya que vivía por allí. 300 metros después, lo peor ocurrió.

Koldo Zenitagoia trabajaba de protésico dental y aunque era sábado, había ido a alguna casa de Durango. Le gustaba charlar y después de trabajar se quedó un rato hablando. Normalmente paraba a jóvenes que hacían autostop, y esta vez también, porque además conocía a José Félix. Koldo tenía su historia. Era hijo de una conocida familia abertzale de Elorrio, fue gudari con grado de sargento en el frente de Elgeta, estuvo preso y fue castigado a los Batallones de Trabajadores. Fue un represaliado por el franquismo, y luego también represaliado por la llamada democracia. Y todo por hacer el bien, por llevar en autostop a unos chavales de su pueblo.

José Félix Marías recibe a 7K en la consulta de acupuntura, osteopatía y masajes que tiene en Elorrio. Se muestra amable, suelto, agradecido de poder contar su historia, de poder responder al deber de la memoria, sobre todo por los que ya no están aquí, por Josemi y Koldo. Nos acerca hasta la maldita recta de Apatamonasterio (Atxondo), justo hasta el lugar donde, emboscados, los guardias civiles los ametrallaron en 1978. 43 años después, rememora lo que ocurrió con todo detalle, como si hubiera sido ayer.

«¡Buena la hemos hecho!». La noche de San Juan da luz a los mejores sueños, pero para usted se tornó en pesadilla. Durante décadas no pudo contarlo, cuando sus hijos le preguntaban qué pasó aquella noche tenía dificultad de encontrar las respuestas. ¿Qué recuerdos guarda de lo ocurrido? «Los recuerdos de aquella noche son muy fuertes, la Guardia Civil mató a mi mejor amigo, Koldo y yo fuimos heridos de bala, aquello fue muy fuerte, un trauma. Siempre que llega la noche de San Juan me viene a la mente lo que sucedió, todo el día aquel lo recuerdo como un vídeo, cómo ametrallaron el coche, lo que se me pasó por la cabeza en aquel momento, yo tenía 16 años, ¡imagínate! Éramos unos adolescentes que disfrutábamos viviendo a tope, y de repente sucedió aquello. Tirotearon el coche, Josemi echó el último suspiro, se echó hacía mí y desde ese momento me di cuenta de que había fallecido, que estaba muerto. El coche iba muy despacio y paró a unos 15 metros. Salí del coche y vi a los guardias civiles como salían de las esquinas, de la zanja, estaban como escondidos, empecé a gritar».

Perdió a Josemi, su mejor amigo, hijo de una familia de Elorrio oriunda de Meano (Nafarroa). Y encima, en los periódicos tuvo que leer mentiras, que la culpa fue suya por «saltarse un control de la Guardia Civil» que nunca existió. Las ironías más crueles de la vida hicieron que esa misma noche, además de el ametrallamiento de Apatamonasterio, otro joven vasco también de 16 años, Felipe Carro Flores, fuera muerto a tiros por guardias civiles en Sestao, según la versión oficial, también «por saltarse un control». Al dolor de la pérdida de su mejor amigo, José Félix tuvo que añadir el zarpazo de las mentiras en la prensa.

«A la mañana siguiente, estando en el hospital, destrozado por la muerte de Josemi, aparte de otras visitas que tuve por la noche, como la de aquellos tres hombres que me preguntaron qué había pasado y cuando yo les respondí que nos habían ametrallado, me dijeron: ‘si quieres, te traemos las armas para que te vengues de esos hijos de puta, estamos en el hospital, pero hemos estado en la cárcel de Basauri y podemos ayudarte’; les dije que me dejaran en paz, que quería descansar. A la mañana entraron los periodistas a la habitación y ya me decían ‘lo siento pero esto no lo puedo poner’. La verdad es que allí no había ningún control, lo vimos, porque aunque heridos pudimos salir del coche, allí no había ni señales, ni iluminación, ni coches patrullas cruzados… Aparecieron aquellos dos guardias civiles de las esquinas, yo sangrando un montón, gritando, pidiendo ayuda… Los dos guardias civiles, primero hablaron entre ellos, se lo pensaron, finalmente se acercaron al coche y oí como le dijo uno a otro, a un par de metros en frente nuestro, ‘buena la hemos hecho’. Koldo ya había salido del coche, con toda la pierna reventada, todo el músculo en carne viva, se cayó al suelo, le agarraron y lo volvieron a poner en el asiento. Yo tengo tiros de entrada y salida de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, y las balas no dan media vuelta, ¿no? Estaban a ambos lados de la carretera, como escondidos. Y en los periódicos decían que no vimos el control, aunque les dijimos una y otra vez que allí no había ningún control… y todo era así».

«Seat 124 blanco, ¡fuego a discreción!». En su relato de los hechos aparece un dato que queremos profundizar. Cuando se pusieron a hacer autostop, su amigo Jorge Velasco, que se libró de la lluvia de balas por haberse bajado del coche 300 metros antes, les comentó si no habían oído los disparos que llegaban desde la zona del cuartel de la Guardia Civil de Durango, que aquella misma noche fue ametrallado, al parecer desde un Seat 124 blanco. No le dieron mayor importancia y siguieron haciendo dedo.

«Cuando pasaron año y medio o dos años, aquí en Santana, en un convento al lado de la ikastola, vivía un cura que era radioaficionado, era amigo de mi padre y le comentó que estaba escuchando la radio aquella noche y que pudo oír cómo se comunicaban los guardias civiles y decían: ‘Se aproxima un Seat 124 blanco, fuego a discreción’. Nosotros íbamos en un Seat 850 especial blanco. Y según me comentó después Jorge Velasco los land roveres de la Guardia Civil estaban por Andramari, donde él se bajó. Me imagino que pasaron la información por radio, pero fuera el coche que fuera, las órdenes eran claras. Eso le dijo el cura a mi padre, y yo creo que es verdad».

José Félix deja la siguiente reflexión: «Aquello no fue una equivocación. Yo no lo considero así. Íbamos en un coche blanco, ¿y qué? Se supone que la Guardia Civil si tiene a algún sospechoso lo detiene y lo interroga, no lo mata y después pregunta, ¿no? El coche estaba agujereado por los balazos, además se puede tirar a los bajos, a las ruedas ¿no? La familia lo quiso pero impidieron hacer la autopsia, todo fueron impedimentos y trabas, y en los medios, todo mentira, nos culpabilizaban por habernos saltado un control que nunca existió».

«Te callas y vete para casa». José Félix, con una serenidad remarcable, nos va sirviendo un cóctel de sentimientos: odio, impotencia, depresión. Nunca hubo juez ni juicio civil, nadie fue condenado por lo que les hicieron; se dijeron, a posta, mentiras en los medios, nunca hubo ningún control de la Guardia Civil. Parecía que no había nada que hacer, la impotencia dominaba, la impunidad y la mentira hacían su ley. «Las primeras semanas no te lo crees, estás todo el día dándole vueltas, cómo es posible, pensaba en Josemi: era una persona muy noble, con una enorme vitalidad y siempre andábamos los dos juntos, juntos a todos los lados, le quería mucho, ¡y lo bien que lo pasábamos! Fue muy duro, éramos menores de edad, y encima yo solo quería contar la verdad. Primeramente eso, y segundo, yo quería justicia, que es lo más normal. Te matan a tu mejor amigo, a un ser querido, a quien sea, ¿Qué vas a reclamar? Justicia. ¿No?».

«Intentamos llevar el tema a la Justicia, tenía 17 años, al abogado que llevaba nuestro tema le dijeron que por lo civil no se podía, que había que hacerlo por lo militar. ¿Qué pasa aquí? Te quedas como sorprendido, ¿no? Todo eran impedimentos y trabas. Era por lo militar o nada. Fuimos a declarar Koldo Zenitagoia y yo, hicimos una declaración sin abogado y yo, siendo menor de edad, sin mis padres, que estaba prohibido. Al final firmé tras presiones de funcionarios militares sin saber lo que firmaba, me chillaban, me metían presión, firmé por largarme de allí, del cuartel de Garellano (Bilbo). Ahí se quedo la declaración y encima a Koldo lo condenaron a multa por desobediencia a la autoridad. Primero declaró él, y oía cómo le gritaban, yo asustado pensaba ¿qué pasa ahí? Luego me di cuenta, se le echaban encima cuando contaba la verdad, lo presionaron…».

«Fue increíble, mataron a Josemi, a mi y a Koldo nos tirotearon, y los culpables éramos nosotros. El juicio se celebró por lo militar, sin nuestra presencia, y el culpable era Koldo Zenitagoia por haberse saltado un control inexistente. Si queríamos reclamar algo teníamos que demandar a Koldo». Recuerda también como «antes de ir a la mili, con 19 años, me llamaron del cuartel de La Salve, fui con mi madre y no sé si estuvimos con algún comandante o así, y me decía que no guardara rencor, que hiciera borrón y cuenta nueva. Quería decirnos: ‘te callas y vete para casa’. La forma en la que me habló no fue correcta, cinco minutos, para mi aquello fue como otra patada más. ¡Esto qué es! ¡Me estáis tomando el pelo o qué! Pasó lo que pasó y hala, no guardes rencor, y hala, ya está, aquí no ha pasado nada».

«El odio es jodido y salpica». ¿Ha perdonado? ¿Ha dejado de odiar? Sigue pidiendo que su amigo Josemi, Koldo y él sean declaradas víctimas de la violencia policial y que las autoridades reconozcan el dolor causado. «Yo he estado muchos años odiando, con el odio metido, y el odio ya sabemos lo que es. Para uno mismo es jodido, al final salpica, la gente que está con odio al final está salpicando, sea de un lado, del otro, o de donde sea. Pero, también hay que comprender que es muy difícil quitarte ese odio. Lo tienes ahí, pegado, hay tanta injusticia. Al final ya sabemos cómo son los poderes, no quieren justicia, pero un caso tan flagrante de asesinato se tiene que aclarar, y aceptar la verdad, que todavía nadie sabe si la aceptan o no».

Y lanzado, continúa con su reflexión: «Una cosa es justicia y otra perdonar a esas personas por lo que han hecho. Para perdonar primero tienes que dejar de odiar, si no, les desearía el mal. Requiere su tiempo porque al final si vives con odio te das cuenta que eso te está matando, estás siempre deseando el mal. Yo no deseo el mal para nadie, hayan hecho lo que hayan hecho. Por otro lado también, si seguimos con odio no va a haber convivencia. Pero tiene que hacerse por los dos lados, no uno dando pasos y el otro no».

«Lo he pasado muchos años mal, pero al final tienes que vivir. Una cosa es querer que se haga justicia; que se pueda hacer o no es otra cosa. Primeramente, quiero un reconocimiento. Cuando el Gobierno Vasco dio el paso con la ley de abusos policiales para nosotros fue un gran suspiro. Tantos años callado, en silencio, por presión, por miedo o por lo que sea, con tanta gente víctima de abusos policiales. Por supuesto que me gustaría que el Gobierno español lo reconociera también. Pero tienes que vivir. Si no quieren reconocerlo, allá ellos; pero en nuestras manos está que se sepa, y luego que no vayan con otros cuentos, hablando de justicia y de esas cosas».

«La verdad es importante». Contarlo ahora, casi 43 años después, ¿es un alivio? ¿cómo lo vive? «Yo de esto no hablaba en casa, con la familia, con mis hermanos, con los amigos tampoco, me preguntaban cosas y esquivaba el tema… Solamente recordar para mi es muy duro, sigo viendo la imagen, a Josemi jadeando, no me gusta estar todo el rato recordando aquello, pero quieras o no, ese recuerdo te visita a menudo».

Y se muestra agradecido: «En primer lugar agradezco que se pueda contar la historia, poder decir la verdad, poder detallarla, a vosotros y a otros medios también. Pero, por otro lado necesito eso, porque mi amigo Josemi necesita eso también. Él se ha ido con esa injusticia, le quitaron la vida con 16 años, le quitaron parte de la vida a su familia, y a mi también, nos hirieron y no nos mataron pero perdimos parte de nuestras vidas. Por ejemplo, Koldo Zenitagoia después de aquello ni sonreía ni nada, era otro, perdió la alegría de vivir, igual en parte porque se culpabilizaba por habernos cogido en autostop».

Por último, aunque se pueda debatir si ha llegado tarde, o si es parcial, o lo que se quiera, lo cierto es que el Gobierno de Gasteiz lo ha reconocido como víctima de abusos policiales. Con todas sus imperfecciones, que haya una ley al respecto es algo que agradece José Félix: «Para mí fue un paso muy importante, de satisfacción, el asunto no se ha acabado todavía. En parte dices, es un paso adelante, ¿no? Al menos… Sacarlo a la luz, que puedas decir la verdad, es importante».