Desde el origen
El arte contemporáneo es el resultado de años de evolución. Como las sociedades, nuestras maneras de expresarnos cambian y abren múltiples caminos. Al igual que las capas de sedimento en la tierra, lo nuevo es lo visible pero, sin la estabilidad de lo anterior, acabaría por hundirse. Con la irrupción de lo digital, el paradigma de la imagen cambió. La relación entre creación, consumo y circulación de lo visual parece ser un constante remolino de viento que va lanzando hacia los lados todo aquello que absorbe. Pasa por encima, lo succiona, lo agita y lo devuelve, igual pero diferente. Ya nada ha vuelto ni volverá a ser lo mismo desde que entramos en el mundo de las pantallas. Ventanas que nos acompañan en las manos, terminales de aeropuerto, cocinas y paradas de autobús.
En este panorama, el arte rebusca nuevos espacios. Lugares en los que compite con el lenguaje publicitario o el contenido rápido y que no necesita reposo para ser leído. Aquellos recursos que antes se utilizaban como reflejo del mundo, ahora reivindican otros modos de hacer. Nos referimos concretamente al dibujo y a su relación con la pintura. La batalla por la velocidad y el registro está perdida ante dispositivos capaces de captar una imagen a gran resolución mientras paseamos por la calle. Cuando llega al fondo de nuestro bolsillo, forma ya parte de un ecosistema plagado de ojos expectantes y dedos que la arrastran hacia su muerte en busca del siguiente estímulo. Es por eso que la relación del gesto con el soporte, la mano con el lápiz o el pincel, nos llega desde otro lugar. Una vuelta a un origen a veces olvidado pero que es capaz de aportar sensaciones complejas con matices que necesitan de tiempo para ser leídos. Aunque no nos demos cuenta, nuestros ojos necesitan respirar y posar su mirada más de un minuto. Y es en ese momento cuando empiezan a suceder cosas que creíamos haber olvidado.
El pasado 26 de octubre, y con motivo de la celebración de la Semana de Cine Fantástico y de Terror, se inauguró en la cuarta planta del edificio Tabakalera de Donostia una exposición a cargo de Ernesto Murillo “Simónides” (Nafarroa, 1952). El espacio que pertenece al programa de Kutxakultur acogerá hasta el 12 de diciembre el trabajo del creador navarro. “Simónides” es uno de los nombres más veteranos de la escena alternativa de nuestro territorio. Desde finales de los años 70 comenzó a publicar pasando por revistas míticas como el “TMEO”, “Euskadi Sioux” o “El Víbora”, así como colaboraciones en prensa. Cada una de sus piezas está plagada de esa figuración cercana al cómic y a la ilustración. Suceden en ellas narraciones de corte surrealista que rozan en ocasiones el absurdo, la crítica política y un desborde de lo onírico. Los cuadros que podemos ver en esta ocasión están realizados entre 2007 y este año y siguen fieles a su estilo: la utilización de colores planos y un gran protagonismo del dibujo para proponer escenas que nos interpelan desde su aparente inocencia.
Hasta el 3 de diciembre, Juan de la Rica (Bilbo, 1979) será uno de los nombres protagonistas de la programación de la galería Juan Manuel Lumbreras. “De nada” es una muestra que, sin una línea temática aparente, nos invita a acercarnos a la obra del artista bilbaino. De la Rica dispone a través de varios óleos en formato medio una serie de imágenes dominadas por una factura técnica precisa y buscada. El resultado habla de un lenguaje muy próximo a la ilustración contemporánea que casi nos acerca a un resultado digital. Piezas en las que aparecen retratos, paisajes, animales y escenas cuya potencia cromática acaba por componer un resultado coherente y equilibrado.
Por último, conviene seguir la pista a la programación del Centro Cultural de Aiete y a su “Rincón de la ilustración”, que cada tres meses expone un nuevo nombre en su espacio. Hasta el día 12 de diciembre es el turno de Ana Ibañez (Iruñea, 1972), quien fuera ganadora del Premio Etxepare 2018 junto a Dani Martirena con su libro “Cosimoren Katiuskak”.