7K - zazpika astekaria
PSICOLOGÍA

Crítica constructiva


El aprendizaje es continuo para las personas a lo largo de la vida y uno de las fuentes del mismo es el aprendizaje a partir de los errores. Lo que no nos sale bien, lo que hemos errado en calcular y tiene consecuencias negativas, puede ser un elemento del cual extraemos mucho más que aquello previsiblemente efectivo. Lo que ya conocemos, lo que hemos comprobado una y mil veces y esta vez también nos funciona, en cambio, ofrece poco estímulo y por tanto, despierta poca atención y emoción, y por ende, pocas oportunidades de aprender algo nuevo. Siempre nos ha salido bien, y ahí queda la experiencia.

De modo similar pero en el otro extremo del espectro, cuando fallamos sistemáticamente en algo, cuando, probemos lo que probemos de entre lo que sabemos, parece que nada funciona; y lo que es peor: parece que va a permanecer así. En este caso, el aprendizaje es también limitado, a pesar de que el fallo pueda inclinarnos a pensar que la incomodidad que este genera, predispone motivacionalmente al aprendizaje, lo cual, tampoco parece así.

Nos sobreestimula el fallo permanente, la imposibilidad y la frustración resultante de no saber qué más hacer, nos inquieta y tensa, por lo que, también el aprendizaje queda relegado hasta que esta tensión descienda. En conclusión, tanto si estamos muy estimulados y sentimos cosas demasiado intensas como si lo estamos poco y no sentimos prácticamente nada, las oportunidades de aprendizaje se reducen drásticamente. Además, en cualquiera de los casos, la soledad de la experiencia lo cambia todo, en particular si no recibimos ningún comentario porque se da por bueno lo que hacemos, o, en el otro extremo, los que recibimos abundan en nuestra aparente incapacidad perenne para resolver la tarea de que se trate, cosa que ya sabemos.

Sea como fuere, que haya alguien alrededor nos ayuda a mejorar, en tanto en cuanto las críticas o comentarios que nos hagan, tengan unas determinadas características, ya que, por muy interesantes que sean, por muy certeras, no nos será fácil recibirlas según cómo nos sean transmitidas. Si la persona que nos las traslada es demasiado dura al hacerlo, y no usa paños calientes; o, por el contrario, demasiado protocolaria, tratando de endulzar lo evidente, perderemos parte de la confianza en ella como para escucharla.

En el primer caso podemos percibir una falta de sintonía con nuestra posición de aprendices si la persona solo se centra en lo que –aún– no tenemos, o lo hace con una intención de apabullar o vencer a través de sus críticas –aunque sea con verdades–. Este caso es habitual entre los padres y madres con hijos adolescentes, que pueden, sin intentarlo pero quizá cansados de repetir o de afrontar el desafío, generar una humillación que hace que el hijo deje de escuchar en adelante. Y no porque no sea cierto o útil, sino porque prevalece la necesidad o el deseo de mantener su autodeterminación. Si no percibimos que quien nos está criticando lo hace por nuestro interés y no por el suyo, si no tenemos la sensación de que no se nos va a humillar por no saber, entonces, no cogeremos lo que se nos ofrezca –o arroje–, por bueno que esto sea.

En el segundo caso, cuando la crítica se hace de un modo artificialmente blando, sin dar importancia al compromiso que nos vendría bien adquirir, o al límite en cuanto a una actitud o manera de hacer perjudiciales, el comentario se vuelve irrelevante, poco impactante y quizá hasta se rechace por manufacturado, por ni siquiera merecer la incomodidad natural de lo que sabemos que está mal hecho o de las consecuencias. No es serio.

Sea como fuere, a la hora de dar o recibir una crítica constructiva, para que esta llegue debemos percibir que quien la hace es lo suficientemente genuino, dispuesto al encuentro, amable y claro; y que está implicado en nuestro bienestar. Entonces, quizá escuchemos.