Jone Buruzko
IRUDITAN

Cultura de la dominación

Esta imagen de una gimnasta durante los SEA Games –los 31º Juegos del Sudeste Asiático, disputados recientemente en Hanoi– realizando un ejercicio en el que pelota le tapa el rostro, es la antítesis de lo que está ocurriendo en una disciplina tan hermosa como exigente, en la que se han sucedido los escándalos y malas maneras de forma sistemática. Y es que las gimnastas dan la cara. Cada vez son más los y las practicantes tanto de gimnasia rítmica como deportiva que han pedido cuentas al pasado, pero también al presente. Una definición cualquiera sobre esta especialidad: «La gimnasia es una actividad física destinada al fortalecimiento y mantenimiento de una buena forma física a través de un conjunto de ejercicios establecidos», no dice nada de la buena forma mental. Lo de «men sana in corpore sano» no casa con un deporte que, cuanto más avanzas, más se complica. Con esa elegancia que les caracteriza, pueden parecer de hierro, o mejor de goma, pero muchos de sus practicantes han sufrido lo suyo para tocar el cielo olímpico. En Atlanta'96, «las niñas de oro», con tres alavesas en sus filas colgándose el máximo galardón, ya se hablaba de ello: control de peso excesivo y la consecuente privación de alimentos para unas chavalas en pleno desarrollo. Pero hay más con secuelas de por vida: abusos sexuales, maltrato físico y psicológico, insultos... por parte de médicos, entrenadores y directivos. La denuncia de las estadounidenses –entre ellas Simone Biles, la mejor gimnasta de la historia– fue fundamental para destapar la barbarie. En 2021 se unieron las británicas y esta primavera las canadienses, que lo han definido perfectamente. Es un ambiente «corrupto donde reina la cultura del miedo y del silencio», en definitiva, de la dominación. Lamentablemente, una «costumbre global».