Jaime Iglesias
Entrevista
Petros Márkaris

«Deseo que el lector tome conciencia de que hay personas que están en una situación mucho peor que la suya»

Fotografía: J. Danae
Fotografía: J. Danae

Nacido en Estambul en 1937, gran parte de la trayectoria vital y de la labor literaria de Petros Márkaris queda definida por su prolongada condición de apátrida. Miembro de la minoría armenia que habitaba en territorio turco, se vio privado de nacionalidad alguna durante buena parte de su vida. Solo obtuvo la griega después de la caída del régimen de los Coroneles y tras más de dos décadas viviendo en el país con estancias también en Alemania, donde ejerció como filólogo y traductor. Ese desarraigo se deja sentir en su prosa y en la manera en que tiende a empatizar con aquellos que viven excluidos en los márgenes del sistema.

Su éxito como escritor fue tardío y no comenzó hasta los 58 años cuando publicó “Noticias en la noche”, la primera de las novelas protagonizadas por el comisario Kostas Jaritos. Desde entonces ha escrito otros quince libros sobre este personaje donde, como manda el canon de la novela negra mediterránea, el autor se ha servido del género para mostrar las profundas transformaciones sociales que ha ido experimentando Grecia en todos estos años y, también, sus niveles de desencanto y escepticismo frente al fracaso de la izquierda política a la hora de articular una respuesta a un escenario de degradación social que alcanzó su punto álgido con la crisis financiera de 2008.

Su último libro “Cuarentena” fue escrito durante los meses de confinamiento e incluye dos cuentos protagonizados por Jaritos y otra serie de relatos breves donde Márkaris reflexiona sobre esa tendencia que nos hace vivir de espaldas a nuestros semejantes y que nos condena como sociedad.

Leyendo «Cuarentena», uno asume que esa sensación de incertidumbre y de vulnerabilidad que muestran los personajes de estos relatos reflejan sus propios sentimientos como autor frente a la realidad que hemos vivido estos dos últimos años. ¿Es así?

En lo que se refiere a la vulnerabilidad sí, desde luego. Fue un sentimiento que tuve muy presente durante el tiempo que estuvimos confinados. La incertidumbre no tanto porque, al fin y al cabo, vivo solo y es algo a lo que estoy acostumbrado. Las únicas visitas que tuve en este período fueron las de mi hija que, además, vive al lado mío, y eso me dio una cierta seguridad. Pero el estar acompañado no quita para que uno se sienta frágil.

El hecho de cerrar el volumen con un cuento como «Jalki: el vacío y la bicicleta», en el que evoca su propia infancia, refuerza ese carácter casi testamentario que tiene el libro. ¿Por qué decidió incluir este relato a modo de epílogo?

Cuando pasas un tiempo recluido y alejado de las personas que, normalmente, te rodean, la conciencia de ti mismo y de tu propia experiencia vital se ve amplificada. Supongo que eso fue lo que me llevó a concluir “Cuarentena” con ese relato en el que rememoro mi experiencia adolescente en la isla de Jalki.

En toda sus obra existe una mirada cargada de humanidad y de compasión hacia los parias, hacia los excluidos... Pero en sus últimas novelas y relatos ese sentimiento quizá se ha acentuado hasta el punto de que, más allá de la piedad que le inspiran estos personajes, se percibe una voluntad de reivindicarlos, de conferirles una dignidad.

Tienes toda la razón. Hay un empeño que siempre he tenido como escritor y que, probablemente, en mis últimas novelas, se manifieste de una manera mucho más clara: el deseo de que el lector tome conciencia de que hay personas que están en una situación mucho peor que la suya. En un escenario como el que hemos vivido con la pandemia, muchos no son capaces de ver más allá de ellos mismos, se sienten víctimas de la injusticia y piensan que el destino se ha cebado con ellos. Por esa razón, no está de más dar visibilidad a aquellas personas que realmente ocupan una posición de precariedad.

No sé hasta qué punto ese desarraigo que usted pudo llegar a sentir durante su juventud, formando parte de una minoría social en Turquía, y su condición de apátrida en décadas posteriores, están detrás de esa afinidad que siente por esos personajes marginales.

Es una sensación que siempre me ha acompañado. Yo crecí en Estambul, pero nunca llegué a considerarme turco, en parte por ese nacionalismo tan agresivo que exhibía la República de Turquía en aquellos años. Por otro lado, a Grecia, que es el país que me ha dado un idioma, tampoco la siento como mi patria, ya que no viví en primera persona aquellos episodios que definieron la moderna identidad nacional griega, como la ocupación nazi o la guerra civil. Así que si me preguntas ‘¿cuál es tu patria?’, no me queda más remedio que contestarte que mi patria es una ciudad: Estambul. Pero más allá de esa retórica nacionalista excluyente que mantiene enfrentados a ambos países, hay algo que une a griegos y turcos y es el ejercicio de la filantropía. En “Cuarentena”, uno de los cuentos reivindica al mendigo como el personaje donde se encarna de manera más precisa la idiosincrasia griega. Somos un país de supervivientes que vivimos en un estado permanente de precariedad.

Es verdad que desde la crisis de 2008, en los países mediterráneos en general y en Grecia en particular, la pobreza, la indigencia y la marginación se han visto acrecentadas y que eso tiene reflejo en sus novelas. Más allá de lo que puede llegar a inspirarle la realidad social como autor, el hecho de retratar lo que acontece a su alrededor, ¿es una exigencia moral e intelectual para usted?

Si eres un escritor no puedes permanecer al margen de lo que ocurre en la sociedad ni del efecto que la política o la economía tienen sobre la vida de las personas. Este giro que se ha producido a lo largo de los últimos años en nuestras condiciones de vida, y ese nuevo rumbo que estamos llevando es algo de lo que no puedes escapar. Hay que hablar de ello, escribir sobre ello. Sé que hay muchos escritores que piensan justo lo contrario, que la literatura tiene que ser un medio de evasión, pero yo no estoy de acuerdo con eso. También hay otros para los que lo más importante a la hora de escribir una novela no es tanto el tema como el estilo. Pero mí, la respuesta a esas exigencias esteticistas ha sido escribir en un registro más próximo al lenguaje oral que al lenguaje literario.

Esa conexión con la realidad social siempre ha sido un elemento clave en la novela negra. ¿No cree, sin embargo, que hay una tendencia creciente al anti intelectualismo que nos lleva a conferirle valor de novela negra a cualquier narración policiaca?

Esa es una polémica tan vieja como el propio género. Para mí la gran diferencia entre la novela policiaca y la novela negra radica en la pregunta que sostiene el relato. En una novela policiaca la pregunta principal es ‘¿quién es el asesino?’; en la novela negra, por el contrario, sería ‘¿por qué ha matado?’.

De hecho, en sus novelas se percibe un compromiso político muy vinculado al discurso que los intelectuales de izquierdas mantenían décadas atrás, un compromiso que también parece haberse ido desvaneciendo.

Uno de los grandes problemas de nuestro tiempo, más allá del modo en que el dinero interfiere en cualquier decisión política, es justamente que los políticos se muestran incapaces de sustraerse a esa lógica capitalista por la desaparición y la total derrota de la izquierda. Este es un problema grave porque excluye a muchos ciudadanos, incapaces de verse reflejados y representados en los valores que inspiran la actuación de los partidos políticos dentro de ese sistema de democracia parlamentaria que tenemos.

¿Su pasado militante en esa izquierda, según usted, derrotada, tiene reflejo en sus novelas?

Hace años que el desencanto me ha llevado a distanciarme de la izquierda. Lo poco que conservo de mi militancia de antaño es la dialéctica y el pensamiento dialéctico. Esa combinación de dialéctica y pensamiento dialéctico me ayuda mucho como escritor, ya que me permite ver con claridad esas zonas oscuras que hay en la sociedad y en la política.

En este sentido, creo haberle leído en alguna entrevista que le generó muchas dudas adentrarse en la novela negra de la mano de un personaje como el comisario Jaritos, habida cuenta de que su pasado izquierdista le hacía ver a la Policía como una fuerza represora. ¿Cómo superó esos recelos?

Es cierto que fue una pregunta que me atormentó de manera recurrente: ‘¿cómo puedo, yo un hombre de izquierdas, escribir sobre un policía y hacerlo pasar por alguien simpático y agradable?’. Y la respuesta me llegó un día en el que despojé a Jaritos de su uniforme y le puse el traje de mi padre. En ese momento apareció ante mí un hombre de clase media-baja y enseguida supe quién era Kostas Jaritos.

Da la sensación de que con el paso de los años, ese adentrarse en la vida familiar del comisario, ese retratarle en sus miserias pequeñoburguesas, ha ido ganando peso frente a las investigaciones a las que tiene que hacer frente. ¿Esto es producto de una decisión deliberada o, simplemente, de una evolución natural?

Desde que empecé con el personaje, en todas las novelas de Jaritos siempre tracé dos caminos en paralelo, el de la investigación de un caso de asesinato y el del retrato de la intimidad familiar. A partir de un determinado momento, cuando Caterina, la hija del comisario, conoce a su futuro marido, la vida de esa familia comienza a ganar peso en las novelas. De una novela a otra, las relaciones entre ellos van evolucionando mientras que los casos de asesinato son distintos. Y esto tiene que ver con lo que hablábamos antes de que la novela negra, frente al simple relato criminal, siempre tiene un vínculo con la realidad social que retrata. A través de la relación entre Jaritos y Adrianí, su esposa, y de ambos con su hija, lo que busco es ofrecer un retrato de una familia de clase media en la Grecia actual.

 

Antes hablábamos del modo en el que usted como autor se proyecta en sus novelas. En el caso de Jaritos, ¿hay una identificación entre él, como personaje, y usted? ¿Sus inquietudes y preocupaciones son parecidas?

Existen dos paralelismos entre Jaritos y yo. En primer lugar, tenemos en común nuestra manera de ver Atenas y a los atenienses. En segundo lugar, compartimos la presencia en nuestra vida de una mujer como Adrianí que, aunque en su caso se trate de su esposa, es un personaje que está completamente inspirado en mi madre. Comencé por hacerla cocinar los mismos platos que cocinaba mi madre y ahora cada vez que escribo un capítulo donde aparece Adrianí siempre me pregunto: ‘¿qué hubiera dicho mi madre en una situación así?, ¿cómo hubiera reaccionado?’.

¿Cómo ha cambiado su relación con Jaritos a lo largo de todos estos años? ¿Qué tal se lleva con él?

Mi relación con Jaritos se ha ido suavizando y se ha vuelto menos rígida, pero es algo que tiene que ver con el hecho de que, con el paso del tiempo, siempre tiendes a conocer mejor a tus amigos y a ser más tolerante con ellos. Ahora conozco a Jaritos mucho mejor que cuando empecé a escribir sobre él.

Es curioso el caso de la novela negra mediterránea. Si uno ve la nómina de autores que la han cultivado, caso de Vázquez Montalbán, en el Estado español; Izzo en el francés; Camilleri en Italia o usted mismo todos tienen un pasado como militantes de izquierdas y todos se sirven de sus novelas para hablar acerca de las transformaciones sociales que se han venido dando en sus respectivos países. En este sentido quería preguntarle si se siente parte de una tradición.

Sí, porque esa tradición existe, eso es un hecho incuestionable. Y permíteme que te diga que hay algo que nos une más que nuestro pasado como militantes de izquierdas y es el hecho de ser unos amantes de la buena mesa (risas). La cultura mediterránea no se puede entender sin este hecho y la novela negra mediterránea tampoco. Tú lees una novela negra escandinava y allí los personajes se conforman con comer cualquier cosa para matar el hambre; no es nuestro caso. En nuestras novelas el comer es un placer tan determinante que amplía los sentidos y ayuda a los detectives con sus investigaciones. Y bueno, más allá de eso, es obvio que estos países comparten una historia común que, recientemente, todos hemos tenido que afrontar transformaciones políticas muy drásticas y es normal que todo eso encuentre reflejo en nuestra narrativa. Esa es la razón por la que la novela negra mediterránea tiene un componente más marcadamente político que el que puede localizarse, por ejemplo, entre los escritores escandinavos.

Lo que poca gente sabe es que usted es un novelista tardío. De hecho usted comenzó como traductor y después trabajó como dramaturgo y guionista para cineastas como Theo Angelopoulus. ¿Qué queda de esa experiencia previa en sus novelas?

La verdad es que poca cosa. Cuando trabajas como traductor o como guionista, tu creatividad queda supeditada a las exigencias de otros, a las del autor al que traduces o a la del director para el que escribes. Son experiencias que no tienen nada que ver con el hecho de enfrentarte, en soledad, a un folio en blanco y comenzar a escribir desde cero. Mi trabajo como novelista me exige una disciplina de trabajo que no tiene nada que ver con la de mis desempeños anteriores.