7K - zazpika astekaria
cierre de una trilogía personal
Entrevista
Iratxe Fresneda

«Tu cultura o de dónde eres se expresa a través de tus acciones, no de lo que dices»

Argazkiak: Jon Urbe | Foku

El nombre de Tetuán “La Blanca”, la antigua capital del protectorado español de Marruecos, nunca ha dejado de tener un cierto aire novelesco. Entre finales del XIX y principios del XX, la ciudad fue escenario de guerras, rebeliones y batallas sangrientas, como consecuencia del reparto de África, como una tarta, entre las potencias europeas. También da nombre a lugares, restaurantes, recuerdos y –ahora– hasta películas, como la de Iratxe Fresneda. Pero es que Tetuán, mira tú por dónde, también es uno de los distritos madrileños con mayor número de inmigrantes en la actualidad en la capital de aquel imperio con ínfulas colonialistas de antaño, y Tetuán se llamaba a su vez una calle de Oñati, bautizada así porque en ella se construyó un cañón para la Guerra del Rif. Así lo relataban cuatro vecinas en una entrevista recogida en la web ahotsak.eus que encontramos por casualidad cuando viajamos por las redes: «La calle se llamaba Tetuán porque en un taller se construyó un cañón para la guerra de Tetuán, solo uno ¿eh?, y se tuvieron que usar cinco pares de bueyes para llevarlo hasta Brinkola». Damos vueltas y revueltas, encontrando puntos de conexión, al más puro estilo del cine de Iratxe Fresneda.

“Tetuán” es el título de la película documental que anda rematando estos días, literalmente, Iratxe Fresneda, para el que será el cierre de su denominada “trilogía del registro”, rodada en euskara y compuesta también por “Irrintziaren oihartzunak” (2016), en el que se recupera a la cineasta navarra Mirentxu Loyarte, y “Lurralde Hotzak” (2019), una road movie por el frío, el cine y la naturaleza. Profesora de Comunicación Audiovisual en la UPV/EHU, investigadora, crítica y cineasta, esta vizcaina es una firma muy reconocible para los lectores de GARA gracias a su columna semanal sobre cine y sus análisis durante Zinemaldia. Es también uno de los nombres de referencia en el estudio del audiovisual en este país y, con sus películas, se ha ido abriendo un espacio propio en el cine de no ficción. Lo ha hecho paso a paso, arriesgando mucho y desde la humildad de su productora Pimpi & Nella Films, para ir creciendo hasta el extremo de que, antes de su estreno, “Tetuán” lleva una larga trayectoria en festivales y mercados. Por citar algunos: Zinebi Networking en 2019, Fipadoc en 2020, seleccionada por el productor Pablo Iraola para la mentoría de coproducción de Europa Media Creativa Media Euskadi y seleccionada por el ICAA (Instituto de la Cinematografía y las Artes Audiovisuales) en 2020 para el Marché du Film de Cannes como “uno de los diez proyectos en desarrollo más prometedores del cine del Estado español”.

Iratxe Fresneda es una cineasta que si algo sabe es lo que quiere comunicar. Ha rumiado hasta el último detalle para plasmar en imágenes y atmósferas su mundo creativo y, a la vez, es una mujer que invita a sus espectadores a que se sumen al viaje que constituyen sus proyectos, como ha quedado patente en la campaña de crowdfunding de “Tetuán”. Que conste, este es un viaje literal por el mundo para entender y sentir la inmigración que arranca con la búsqueda de un recuerdo: su padre, nacido en Almería, criado en Tetuán y fallecido en Arrigorriaga. Hablamos con Iratxe Fresneda en un descanso. Está metida de lleno en el estudio, en la postproducción. Y esta es una conversación entre dos que se conocen hace mucho, pero mucho tiempo. Por eso, tal vez cuenta más de lo que quisiera de las “tripas” de este “Tetuán” que llegará a las pantallas con el nuevo curso.

Acaban de volver del Festival de Cannes justo dos años después de que las seleccionasen para el Marché du Film. ¿Cannes cómo es? ¿Se vende tanto allí?

Todo el mundo está ahí: está toda la industria a nivel mundial, y muchas personas distintas con necesidades distintas y que buscan proyectos diversos, no solo caras conocidas o famosas, sino proyectos diferentes. Desde la humildad, desde un proyecto pequeñito, ellos saben muy bien lo que llevamos. El nuestro es un perfil muy libre: es una película independiente y eso es para nosotras lo principal.

Con «Tetuán» cierra una trilogía, con la que ha ido creciendo tanto en contenidos como en factura. De empezar a grabar casi sola, con su cámara, ahora ha pasado a tener un equipo. Con perdón, pero parece que se está convirtiendo en una directora «de verdad».

[risas] El no tener medios no significa que no seas una directora de verdad. La película tiene una ambición, porque estaba pensada para hacerse en equipo: así como “Lurralde Hotsak” era un viaje íntimo, en el caso de “Tetuán” pedía que estuviera rodeada de gente. Además, se hace un seguimiento de la vida diaria de los personajes por distintos lugares del mundo: África, Europa del Este… muchos lugares, lo que conlleva un trabajo de coordinación que me proporciona los mimbres que necesito para hacer una cesta tan compleja.

Esta es quizás la historia más personal de su trilogía. Y el punto de partida es la búsqueda del padre.

La historia de mi padre es una excusa y un detonante; es decir, es lo que a mí me mueve a pensar en esa palabra migrante, lo que ahora conocemos por personas migradas y que las identificamos con números e ideas estereotipadas. Mi padre, Carmelo, era una persona migrante: nace en Almería, se cría en Tetuán y acaba sus días en Arrigorriaga, pero antes de eso había pasado por Madrid, por Málaga, había intentado escaparse durante el franquismo… había tenido una vida muy rica pero, para mí desconocida, porque yo tenía 14 años cuando murió. Lo que conozco son esos recuerdos familiares que se van convirtiendo en ficción. Mi padre nace a principios de siglo, es un adolescente cuando estalla la guerra y la mayoría de las cosas que le pasaron han desaparecido: ese registro de lo vivido ya no está, ni siquiera las fotografías que él sacó. Mis hermanos hablan de que tenía carnet de periodista, pero es una historia que yo no la he conocido. Solo me han quedado sus cámaras, como una Kodak Brownie maravillosa, pero no he encontrado ninguna foto firmada por él.

Pensaba que las fotografías utilizadas en el documental eran hechas por su padre.

Las sacó la familia; él es el retratado. En cambio, él trabajó profesionalmente como fotógrafo, pero trabajaría para alguna agencia porque no firmaba. Entonces yo no sé qué fotografías ha sacado mi padre. Hace un tiempo encontré unas cartas en las que se ve que el matrimonio de mis padres no fue consentido y eso tenía que ver con el origen de mi aita. Lo cual me lleva a plantearme muchas cosas que yo sé en la actualidad, a plantearme ese racismo que tenemos hacia el que creemos que es diferente y, de ahí, me lleva a preguntarme cómo viven quienes tienen la edad de mi padre, cómo viven esos jóvenes entre nosotros y nosotras y cuáles son sus vidas.

No sé, pero, ¿con este trabajo se ha descubierto a sí misma algún prejuicio?

Siempre he estado muy abierta y creo que no soy una persona que tenga muchos prejuicios. Una de las razones de esta película es que me he cansado de ver ciertas cosas en los medios de comunicación, en apariencia bienintencionadas, pero que me han llegado a molestar. Entre otras cosas, porque mi padre no era nacido aquí, pero puso como aval su casa de obrero para que se pudiera fundar la ikastola de Zaratamo. Y otras personas que habían nacido aquí se fueron a otro sitio por no hacerlo. La cultura o de dónde eres se hace a través de tus acciones, no de lo que dices.

Por el origen de algunos de los personajes que retrata (África subsahariana, la antigua URSS), es una película que aborda cuestiones de total actualidad. Pero su proyecto arranca hace casi una década.

Sí, realmente la primera película se estrena en 2016, “Irrintziaren Oihartzunak”, aunque llevaba trabajando en ella desde 2014. Calculo que llevo cerca de diez años trabajando en esta trilogía. La idea es buscar otro registro, romper estereotipos y filmar libremente. Annemarie, Carmelo, Irina y Mohamed rompen con el estereotipo de lo que imaginamos cuando pronunciamos la palabra ‘inmigrante’ y nos hablan de algo tan elemental como saber que todos y todas somos de aquí y de allá. Me parece importante construir memoria en torno a los jóvenes de antaño y ligarlos con la juventud de nuestros días.

De las dos personas que han muerto, los personajes históricos podría decirse de su película, uno es su padre y el otro, una fotógrafa suiza. ¿Qué puntos de conexión hay entre ellos?

La fotógrafa suiza es Annemarie Schwarzenbach, que tiene en su haber 3.000 fotografías. Fue escritora, una viajera empedernida, militante antinazi… una mujer francamente interesante que también utilizó el viaje, el nomadismo, como huida de un agobio familiar para poder ser ella misma. Esta mujer amaba a otras mujeres y, en aquellos tiempos, depende en qué círculos, era aceptado pero no por toda la sociedad. Hay gente que viaja por motivos económicos y otros tienen otros motivos; en su caso yo creo que fue una mezcla de motivos políticos, personales, de identidad y de que, como se suele decir, la huida es siempre una buena opción.

Ha citado varias veces la palabra nomadismo. ¿Migrantes o nómadas?

Hablo de nómadas, de que moverse para buscar recursos se puede hacer por curiosidad, incluso, por placer. Esa idea también se explora. Las personas que van a ver la película creo que van a disfrutar tanto como nosotras, porque te lleva por muchos lugares distintos.

De los dos personajes actuales que ha seguido, uno es un saharaui, ciudadano de un país sin tierra.

Mohamed es un saharaui que tiene una identidad nómada. Es decir, al margen de lo que le une culturalmente al resto de los saharauis, que es un colectivo de personas sin tierra, él está constantemente viajando. Eso es lo que le define.

La parte más complicada del rodaje supongo que fue la del Sáhara. Les pilló la pandemia de pleno.

Sí, en medio de la pandemia y en medio de uno de los conflictos candentes que ha habido en la zona. Entre otras cosas, un dron había atacado a una familia saharaui que iba de viaje. Para nosotras fue difícil, casi se suspende el rodaje, porque se habían suspendido todos los vuelos y hasta última hora estuvimos pendientes de si íbamos a ir o no.

¿Qué impresión les dio? ¿Se notaba el ambiente de guerra?

No se ve, aunque sí lo sientes. La guerra no está en los campamentos o en las jaimas, está fuera, pero se han ido muchos jóvenes y hombres mayores y se escucha continuamente en las conservaciones. Es un poco como que está ahí, pero sin verse. Pero llevan tanto tiempo así, medio siglo prácticamente, que al final es como que las generaciones van acostumbrándose a ese estado y a vivir constantemente con ello.

Y la cuarta historia viene de Europa del Este.

Viene de la caída del Telón de Acero pero tiene una peculiaridad: que ella procede de la etnia lipovena. En Rumanía conviven numerosas culturas, entre ellas esta la de los lipovenos, que tienen su lengua, su cultura y sus tradiciones propias. Hay muchas personas que han venido de estas comunidades a Euskal Herria; de hecho, en Zornotza hay una representación muy amplia. Irina se siente vasco-lipovena. También habla de su experiencia, de que las cosas no le han sido fáciles a pesar de que el color de piel, porque no es una persona racializada, como es el caso de Mohamed, pero sí se les vincula a la delincuencia. Y eso ella lo ha tenido que sufrir en sus carnes.

 

Una mirada hacia adentro

El cine de Iratxe Fresneda va de memoria: de recuperarla, enfocarla y, a la vez, crear nueva. Es otra distinta a la oficial, con otros mimbres y donde se pone el foco en otras miradas, las de los olvidados, las de quienes están en los márgenes moviendo el mundo. Hay personas o animales míticos como el bramido de la ballena de “Irrintziaren oihartzunak”, un sonido que ponía banda sonora a la recuperación emocionada de la figura de Mirentxu Loyarte, la primera cineasta moderna vasca. Y hay mucho que rumiar. Y memoria que crear en común. Eso es lo que está pasando en el cine con proyectos como “Tetuán”, una película que ha creado comunidad en torno a ella. «Es súper bonito –reconoce Iratxe Fresneda– y era un objetivo que iba con la película: que fuera un grupo variopinto, diverso y que nos acompañaran en ese camino todas esas personas que hasta ahora también nos habían acompañado en las anteriores. Pero es que ahora se han unido otras, no solo como espectadoras, sino como cómplices en los rodajes, de los logros que hemos ido consiguiendo trabajando duro. Entre otras cosas, y no teníamos ni idea, la película ha sido calificada de Patrimonio Cultural por el Instituto de las Artes y las Ciencias».