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DÉCIMO ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE CHAVELA VARGAS

La Chamana ranchera rebelde

Costarricense de nacimiento y mexicana de adopción, Chavela Vargas fue una de las cantantes más personales de la música latina. Redefinió el papel ético y estético de la mujer en un mundo artístico chulamente machista. Transformó la canción ranchera tradicional dando al género charro un aire natural y desgarradoramente íntimo, alejado de la tiesa parafernalia mariachi.

Ilustraciones: Irene Mala (Zazpika)

La cantante Chavela Vargas vivió con rompedora naturalidad su sexualidad libre, con numerosas relaciones, incluidas algunas de alto eco social como la cubana María Calvo “Macorina”, a quien cantó de modo explícito: “ponme la mano aquí”. O la pintora Frida Kahlo (“sus cejas juntas eran una golondrina en pleno vuelo”, diría), con la que conoció a todo tipo de personajes: «Una vez tocaron a la puerta y le dije a Frida que era un viejo peludo, era León Trotsky, no le conocía».

Compartió amistades con intelectuales y gentes del arte: el pintor Diego Rivera, los escritores Carlos Monsiváis, Pablo Neruda, Nancy Cárdenas, Juan Rulfo o García Márquez, la fotógrafa Tina Modotti... También con Soraya, ex del sah de Persia, o María Beatriz de Saboya, hija del último rey de Italia.

Sintió particular atracción por García Lorca, a quien no conoció y de quien decía que escuchaba sonar su piano por la noche y bajaba a conversar con él en la histórica Residencia de Estudiantes de Madrid, donde le gustaba alojarse. En 2012 le dedicó su último disco “La luna grande” y protagonizó el documental “El ruiseñor y la noche. Chavela canta a Lorca” (2015), de Rubén Rojo.

Arrastró durante muchos años una grave dependencia del alcoholismo y el tabaquismo, que pudo vencer en la última etapa de su vida, tras un largo ostracismo del que salió con la ayuda del cineasta Pedro Almodóvar, el editor Manuel Arroyo-Stephens (fallecido en 2020) o el cantautor Joaquín Sabina. Este último le cantó “se escapó de una cárcel de amor, de un delirio de alcohol, de mil noches en vela, se dejó el corazón en Madrid. Quién supiera reír como llora Chavela” (“El bulevar de los sueños rotos”).

Portada de la nueva biografía ilustrada.

Dos vidas necesito. Anteayer se cumplió una década de su muerte. María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano había nacido en San Joaquín, Costa Rica, un 17 de abril de 1919 y falleció en Cuernavaca, México, en 2012, con 93 años. “La dama del poncho rojo” (cita de Sabina) dejó una amplia lista de canciones y unos irrepetibles sentimientos y actitudes personales.

Sus vivencias se reflejaron en “Dos vidas necesito. Las verdades de Chavela” (Montesinos, 2009), de María Cortina, periodista y amiga de la cantante. Le siguió en 2021 “Chavela Vargas: entre García Lorca y Pedro Páramo. Conversaciones con María Cortina” (Pereza Ediciones), que la autora definió como «un dique contra el olvido y un tributo a su maestra de vida».

Fue actriz menor y hasta anduvo por Hollywood, aunque no amó la disciplina de los rodajes y el engaño visual del cinematógrafo. Hizo de Ángela en “La soldadera” (1967), del mexicano José Bolaños, y de chamana en “Grito de piedra” (1971), del cineasta alemán Werner Herzog. Apareció en otros filmes como “Frida” (Julie Taymor, 2002) o cantando en “Babel”, de González Iñárritu y en varios títulos de Almodóvar. Existen algunos documentales biográficos, sobre todo “Chavela Vargas. La intérprete, la leyenda” (Netflix, 2020), codirigido por Catherine Gund y Daresha Kyi.

Derecho a la libertad. Destaca en ese documental la presencia de la mexicana Alicia Elena Pérez Duarte, abogada y amante de Chavela, que conoció en 1988, en plena crisis vital de la cantante. Especialista en derechos humanos y estudios jurídicos de género, fiscal para la atención de delitos de violencia contra las mujeres, dio en 2018 una entrevista a la emisora mexicana Ibero 909 en la que explicó que la vida de Vargas «tiene todo un contexto de antropología social. Existe también una faceta de derechos humanos, su lucha por ser ella en un México profundamente patriarcal y machista. Además de una faceta filosófica, a partir de su propia concepción de lo que es la religiosidad cósmica, como ella le decía. Nos facilita una visión amplia y multidisciplinaria de la historia de las mujeres»

“Nina” recordó en la radio universitaria que «al principio de su carrera, Chavela tuvo que saltar muchos obstáculos. El primero, su lugar de nacimiento. Para el México de los 50, cuando empieza a insertarse en la música ranchera, una mujer que no nació allí tenía de entrada una enorme dificultad, además de ser mujer y una mujer que no se vestía de holanes, de crinolinas con aretes, con joyas… Una serie de imágenes que no correspondían a lo que la cultura oficial requería».

Opinó Pérez Duarte que «no hubiera encajado en su estilo de canto, de voz, ese tipo de esquema que se tenía para aquel entonces en las televisoras y en las disqueras, por lo que le costó mucho trabajo y al mismo tiempo entra fácilmente a la cultura del alcohol. Todos los grandes músicos y cantantes de entonces debían caerse de borrachos, pero eran hombres, entonces Chavela estaba más que rechazada. Y para colmo, era un personaje muy atractivo que enamoraba a todas las señoras que iban a verla. Y enamoró a la novia de Emilio, el tigre Azcarraga Milmo, y eso le cerró las puertas». Azcarraga era el propietario del dominador conglomerado mediático Televisa.

Su pareja por años destacó también que Vargas «hablaba de derechos. Primero la libertad, derecho humano fundamental, toda su vida fue una lucha por su propia libertad. También una lucha por el respeto a su propia dignidad y hacer que el resto la respete. Haber sobrevivido al alcohol es un reconocimiento que ella se merecía, su propio respeto, la razón que sostiene su voluntad de dejarlo es algo que tiene que ver con derechos humanos. La dignidad es el pilar de los derechos humanos».

Chavela Vargas con Frida Kahlo.

Sin etiquetas. Otra faceta que la abogada feminista subrayó en el encuentro radiofónico fue «el derecho a la vida libre de violencia. Chavela se construye su personaje, su personalidad, en un mundo profundamente misógino y agresivo con las mujeres. Mi experiencia junto a ella me permitió entender que la violencia tiene muchas facetas, inclusive la violencia entre mujeres. Desde el punto de vista de los derechos, eso invita a la reflexión y tiene conclusiones importantes que deben ser tomadas en cuenta incluso en tribunales».

Duarte recalcó que Chavela «jamás levantó la bandera de la diversidad sexual, vivió su vida en la libertad. Y esa libertad implica no ponerse etiquetas. Desde luego, era una mujer lesbiana, hoy le dirían transgénero en el sentido de que era profundamente masculina. Su imagen era muy masculina, vestía pantalones como ‘hombre’, pero se reivindicaba como mujer. Estaba profundamente orgullosa de ser mujer, amaba a las mujeres por encima de cualquier cosa, pero no fue activista. En honor a ella me parece que la forma de reconocer su vida desde la perspectiva de las diversidades es, si le tenemos que poner etiqueta, el de la libertad».

La letrada concluyó que «es una forma de decirle a nuestra gente, sobre todo a la gente joven, que lo importante de la vida es precisamente vivirla, no preocuparse del qué dirán los demás, vivirla de manera congruente, de manera honesta conmigo misma y sin hacer daño a nadie. La vida es corta, se vive una vez, y hay que vivirla en plenitud. Sin miedos y sin hacer daño a la gente. Esas dos cosas son las que me han hecho moverme hacia el espacio de visibilidad que tengo ahorita de Chavela».

Añadía que «Chavela no estaba en el clóset, nunca levantó una bandera diciendo ‘yo defiendo la diversidad’, porque tampoco le tocó esa época, pero quien volteaba a ver a Chavela, era evidente que la señora no era hetero normada. No era heterosexual, no respondía a los cánones de una sociedad hetero-organizada. Era una mujer libre que luchaba por su libertad». En 2000, a los 81 años, la cantante había expresado abiertamente su lesbianismo en una entrevista de la televisión colombiana.

A todo color. Coincidiendo con el décimo aniversario de su muerte se ha editado el libro «Chavela, la chamana» (Planeta. Temas de hoy), biografía ilustrada por la artista gráfica Irene Mala (Sevilla, 1978). La ha escrito el profesor de filosofía Salva F. Romero (Sevilla, 1974). Es la segunda vez que colaboran tras el libro “Camarón, la alegría y la pena” (Reservoir Books, 2020).

La amplia muestra de pinturas es un derroche de colorismo, a tono con el mundo estético de la biografiada. Con una querencia por variar las proporciones de las caras, ampliando las frentes, separando los ojos... El estilo del texto es cercano y emotivo y da un buen repaso a la intensa vida, el papel creativo, los entornos sociales, las influencias y numerosos detalles y lugares de las andanzas vitales de una mujer fieramente independiente.

La ilustradora andaluza destacó el pasado junio en conversación con “Vogue” que de los conflictos vitales de Chavela: «quizás lo que más me ha sorprendido es cómo fue repudiada por su familia. Lo duro de su infancia, que posiblemente sea la fuente de su coraje. Me impresiona su constancia, su valor. Cómo se plantó y dijo quién era y quién quería ser. Esto se extiende a la persona y al personaje. Fue fiel a sí misma».

La vaca amiga. Efectivamente, la después popular intérprete tuvo una infancia difícil. Su padre era violento y mujeriego y arruinó a la familia. Su madre desertó de un hogar que Chavela definió como «un nido de soledades». Había nacido medio ciega y dijo que le curaron los chamanes que cantaron en su nacimiento. Portó hierros ortopédicos en las piernas por una poliomielitis.

Sus progenitores se avergonzaban de sus modos masculinos y la escondían cuando tenían visitas. Se divorciaron y se desentendieron de ella. El cura negó a veces la entrada a la iglesia de aquella niña por no confesarse. Arrastraría toda su vida aquellas primeras tristezas y soledades: «no hay dolor igual que la exclusión, el rechazo, el desamparo, sobre todo el de una niña pequeña y sola como lo era yo».

Enviada a vivir al campo a los 9 años, con unos tíos que prácticamente la explotaban en las tareas agrícolas, diría años después que «mi pueblo era tan pequeño que sólo cabíamos una vaca y yo. Adoraba aquella vaca, de ella tomaba la leche: era mi amiga del alma». Y siempre le quedaron las canciones y su amor por interpretarlas.

Huida, cielo e infierno. Renegó de su gente y país emigrando a México con 17 años. Obtuvo la nacionalidad, residió allí por casi ocho décadas y fue donde quiso fallecer y ser enterrada. Tras pasar por todo tipo de trabajos, sus comienzos artísticos fueron en locales como El Cuid, obligada a vestirse de cabaretera. «Parecía travesti, la verdad», dice en el documental, «en aquella época, en México, si eras mujer y te ponías pantalones, en la calle te gritaban de todo. Yo me los puse y el público se quedó callado».

Eran los años 40, fue entrando en el mundillo artístico y metamorfoseándose en cantante heterodoxa escorada hacia el bolero ranchero y desnudando rancheras y corridos de su pomposidad instrumental para interpretarlos a pura guitarra sola. “Más macha que los machos”, vistió sarape o jorongo rojo, calzó huaraches, portó revólver (con el que hirió a un asaltante) y cantó el desgarro de sus canciones por cantinas y locales nocturnos. Su éxito la llevó a actuar en lugares de lujo como Veracruz y Acapulco, donde se codeó con la jet set cultural internacional. Cantó hasta en la fiesta nupcial de Liz Taylor con Michael Todd, en 1957, donde dijo haber amanecido en la cama con Ava Gardner.

Tuvo una escapada cubana donde se relacionó con la comentada musa Macorina. Regresó a Acapulco, fue contratada por fin en Estados Unidos y Europa y conoció al compositor José Alfredo Jiménez Sandoval, su cuate, su alma gemela. Con él vivió una intensa experiencia, ahogada en el tequila y el trasnoche. «Ella aprendió a vivir en mis canciones», diría el popular autor.

Resistió los excesos nocturnos, pero al “rey de la música ranchera” le falló el hígado a finales de 1973. Tras su muerte, Chavela vivió casi dos décadas de bajón vital, alcoholismo, tabaquismo y casi desaparición pública. Con experiencias curiosas como un viaje al Tíbet y varios accidentes de coche. «Me desaparecí de mí misma, ese fue el dolor mayor». Se la dio incluso por muerta y Mercedes Sosa, de visita a México, quiso llevar flores a su tumba…

Ave fénix. Con el paso de los años y el castigo infligido a sus cuerdas vocales, aquella dulce voz devino ronca, áspera, hasta basta e incómoda a ratos. Volvió a escena a comienzos de los 90, en el teatro-bar El Hábito, Coyoacán. Allí conoció al editor español Manuel Arroyo-Stephens que fue su conexión con un Madrid que la “redescubrió” y resucitó, de la mano sobre todo de Pedro Almodóvar, quien la introdujo en la noche del foro.

En 1993 actuó en la pequeña sala Caracol, en la que sería su consagración ante su nuevo público estatal. Un año después se presentaría ante un abarrotado Olympia parisino. En 1994 hubo una cierta reconciliación con su país natal al actuar en el Teatro Nacional de San José y la Universidad de Costa Rica.

En la última etapa vital consiguió no beber ni fumar y hacer ejercicio con regularidad. Celebró su 80 cumpleaños lanzándose en paracaídas. En 2001 dio un multitudinario concierto en el Zócalo de Ciudad de México y publicó el libro “Y si quieren saber de mi pasado...”. En 2004, con 85 años, presentó el disco “En Carnegie Hall”, grabado en ese conocido escenario neoyorquino. Viajó también al emblemático Luna Park de Buenos Aires, donde la entrada era donar un libro para una biblioteca pública.

La llamada “voz áspera de la ternura”, que había publicado su primer álbum, “Noches de bohemia”, en 1960, y después “Hacia la vida”, ganó en 2007 el premio Grammy a la Excelencia Musical, de la Academia de las Ciencias y Artes de la Grabación. En 2009, en su 90 aniversario, recibió un homenaje del Gobierno de la Ciudad de México nombrándola Ciudadana Distinguida.

Eternizarse. En 2010 presentó el disco “Por mi culpa”, cantando en dúo con Sabina, Lila Downs, La Negra Chagra y más colegas. En octubre se presentó en la Feria Internacional del Libro de México DF, volviendo a reunir a miles de personas en el Zócalo en el relanzamiento de su libro y disco. Pasó su última época en Teploztán, estado de Morelos, junto al cerro Tepozteco, con quien decía platicar cada mañana.

Dio a luz en abril de 2012 el disco-libro con poemas de García Lorca en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México, en el que sería último recital en su país de acogida. Se despidió con una versión de “La Llorona” que rezaba: “y así termina una historia que comenzó de la nada. Dame la mano, llorona, que vengo muy lastimada. Señora, dame la mano, que vengo mucho muy cansada...”.

Voló a Madrid en julio para actuar por última vez en la Residencia de Estudiantes. Después fue hospitalizada por fatiga y taquicardia. Consciente de su situación, pudo regresar a México para cumplir su deseo de fallecer allí. El 30 de julio fue internada con un cuadro grave. Al inquirirle sobre su temerario viaje a Europa, respondió: «Sabía perfectamente bien cuáles eran los costos, y claro que valió la pena. Le dije adiós a Federico, les dije adiós a mis amigos. Y ahora vengo a morir a mi país».

Falleció el domingo 5 de agosto de 2012, portando al cuello el medallón que los chamanes de la comunidad huichola le entregaron al nombrarla Gran Chamana. Su féretro fue homenajeado en Plaza Garibaldi, donde cantaron Eugenia León, Tania Libertad y Lila Downs, con una banda de mariachis.

La intérprete de “Paloma negra”, “Un mundo raro”, “Macorina”, “La llorona”, “Soledad”, “El último trago” y tantas otras inolvidables tonadas había dicho en 2004, al despedirse de su público argentino, «pienso que sí me eternizaré. Pasará el tiempo y hablarán de mí una tarde en Buenos Aires. Cuando un día empiece a llover, les saldrá una lágrima, será una chavelacita muy chiquita».