7K - zazpika astekaria
PSICOLOGÍA

Por un puñado de dólares


De alguna manera tenemos que organizar los intercambios, eso es obvio. Lo que a mí me cuesta hacer algo por otro debe compensarme lo suficiente como para querer seguir haciéndolo y viceversa. Compartir bienes es compartir tiempo. Vender y comprar cosas es pagar por el tiempo de vida empleado por otras personas en los cientos o miles de procesos que requieren el tener acceso a tales bienes. Y ese “pagar”, esa retribución, la hacemos a través del dinero; una representación simbólica materializada en un billete, moneda o número de tarjeta.

Números, previsiones, intereses, tantos por ciento, baremos e índices que van cambiando la relación de dicha moneda con el oro al que representa actualmente nos embrollan y condicionan, nos diferencian y nos clasifican, en función del sistema que parece que hemos elegido, pero ¿todo tiene un precio? ¿hay cosas que no deberían tener un precio? Y, si fuera así, ¿cuáles serían y por qué? O, ¿cómo es que todo parece haber adquirido un precio? Es evidente que en el mundo en el que vivimos el dinero es fundamental para vivir pero es importante recordar que dicho dinero es precisamente para eso, vivir. Y vivir tiene que ver con las experiencias más que con las ideas o las creencias; o, mejor dicho, con la ejecución directa de las acciones que esas ideas conllevan o significan.

Aquí y ahora es todo lo que tenemos y es el único lugar en el que vivimos, por lo que los valores o creencias que podamos tener necesitan dialogar con la experiencia inmediata, la que sucede a través de los sentidos y del cuerpo en el encuentro con otros y con el mundo físico. Somos seres de una inmediatez pasmosa, directa, y hay algo en esa inmediatez que proteger de la “especulación”. Pensar constantemente en el dinero puede secuestrarnos, bien porque no lo tengamos y todo tenga que girar en torno a conseguirlo, bien porque lo tengamos y todo tenga que girar en torno a no perderlo; del mismo modo que sacarle partido económico a todo puede deshumanizar y vaciar las relaciones, quitándole el sentido a lo que hacemos juntos.

¿Debemos darle dinero a alguien que encuentra nuestra cartera perdida en la calle? ¿Debemos cogerlo si nos lo dan? ¿Debemos pagar por ser invitados a una boda? ¿Hacer un favor debe tener precio? ¿Deben las marcas de un tipo u otro patrocinar el arte o las reivindicaciones sociales? ¿Cuáles son las cosas que hacemos las personas solo por la colaboración o la cohesión grupal como beneficio máximo y último? ¿Qué es más importante que el dinero? Parece que es fácil responder cínicamente a cualquiera de estas preguntas y convertir el medio en fin a velocidad pasmosa pero son reflexiones que inciden directamente en nuestra libertad para pensar o crear futuro.

Y, sin embargo, hay cantidad de personas que están ahora leyendo estas líneas que tienen o han tenido trabajos que no pueden pagarse con dinero, o han trabajado o trabajan para conseguir los medios para crear cosas que no se pagan con dinero. La identidad, la intimidad, la creatividad, la cohesión entre personas, el amor, la solidaridad, la preservación de lo propio, el pensamiento crítico, el arte, la libertad sexual y de género, la igualdad entre personas, tiene una difícil traducción a dígitos financieros, y aún así parecen precisamente estos y otros campos similares los que el dinero parece, cada vez más, querer introducirse e imponer su ley.

Y quizá la insumisión pase por estar dispuestos a no obtener beneficio económico de aquello que necesitamos defender como parte inmaterial de nuestra naturaleza individual y colectiva. Quizá hay libertad en no venderlo todo al mejor postor o comprarlo todo al mejor saldo... Incluidos los valores.