JAVI RIVERO
gastroteka

La concha y el disfrute intermitente

Y no la playa. Familia, egun on por la mañana. Se acaban las vacaciones y no con ello las ganas de seguir de patxaranga. Pero es lo que toca. Currar once meses para disfrutar de uno a todo trapo es la estrategia por la que muchos apuestan en sus vidas, pero existe otra parte, otra gente que opta por la opción del disfrute intermitente. Algo así, parecido a darse pequeños caprichos durante el año sin tener uno muy grande. Os pongo un ejemplo fácil. Hay quien se pega una mariscada una vez al año o dos… y quien divide esos mariscos que componen la gran mariscada, en platos más pequeños, pero en más veces. En lugar de comerse en una sentada; bogavantes, txangurros, nécoras, cigalas, almejas y ostras, hay gente que prefiere hoy nécoras, mañana txangurro y el mes que viene cigalas. Yo soy de estos. Prefiero animar un mal día dándole un caprichito al cuerpo que estar esperando un mega festín para darle la vuelta a una mala semana de golpe. Y para esto, como os he dicho, la dieta del disfrute intermitente es la clave. No por esto voy a dejar pasar una buena mariscada, sobre todo, si ya está en la mesa. ¿Quién es el guapo/guapa que dice que no a una bandeja llena de felicidad con pinzas y caparazones? Amigos, agarrar un cascanueces, unas pinzas y un babero que ¡nos vamos a poner finos!

¿Alguna vez habíais leído una mariscada? Intermitente o no, seguro que no. Para algunos, los que nos leéis temprano, puede que no sean horas, pero cuesta rechazar una bandeja llena de ostras recién abiertas con champagne. Imaginaros en la cama, sin preocupaciones ni nada que hacer más que disfrutar del día y de la mariscada que está por delante. Imaginaros imaginando esto, en la cama, con una bandeja de estos moluscos (bivalvos) esperando a ser disfrutados. Lo importante en este caso para evitar sustos, es quitarles el primer agua. Abrir las ostras, soltar la ostra de su concha, retirar el agua que tiene y dejar que suelte agua otra vez. Y ahora, como queráis: limón, al natural o como a mí más me han convencido, con tabasco. Unas gotitas de salsa picante que se ve potenciada con cada trago de champagne. Pues ya hemos arrancado el día, familia. Ostras y burbujas.

Si el antojo marino os pilla a media mañana, nada cómo hincar el diente a unas buenas navajas de buceo. Otro molusco que cocidito unos segundos está rico, pero expresa todo su potencial marcándolo ligeramente en la plancha. Unos segundos de fuego vivo avivan el sabor marino y yodado de este marisco que está brutal. A esto le sumaría un buen buey cocido. Hembra a poder ser. La última vez, fue regado el caparazón y su coral con una pizca de txakoli y emulsionado todo con la ayuda de un tenedor. La carne de las patitas y parte del cuerpo también se mezclan en su concha, creando así la mejor “txaka” casera del mundo mundial o lo que pudiera ser la mejor mousse de marisco habida y por haber. Esto se disfruta con un poco de pan y una copa de txakoli. El champagne que os ha sobrado del desayuno, si es que así ha sido, también valdría.

Daros un paseíllo para bajar el primer atracón e ir pensando en lo que viene después. La hora de comer. Disculpar, “LA HORA DE COMER”. Sí, con mayúsculas y en negrita. Preparar horno, sartén y cazuelas con agua y sal, que la cosa se pone seria. Mi selección para un medio día yodado (sabor del marisco a mar) memorable se basa en una experiencia vivida hace cinco años en Santiago de Compostela en Abastos 2.0. La mesa se monta tal qué así: primero, unos percebes puestos a hervir tan sólo 30 segundos. Suficiente para empezar a jugar con las manos. Mientras unos comen, otros abren en la sartén unas almejas finas, de las grandes, sacadas del fuego en el momento que abren la puerta y saludan. Si no se abren por sí solas pasado un tiempo, mejor desecharlas, ya que queda marisco por delante y no queremos sustos.

Sigue la fiesta con una almejas, en este caso, guisaditas con un poco de chalota y pimiento rojo picadito, una cucharada de choricero y tomate frito. Unas almejas a la marinera de toda la vida. Aquí entra a jugar el pan, que nos ayudará a hacer base y seguir comiendo. Como en muchos casos, la salsa vence frente al bicho, por lo que mi propuesta es que con paciencia se retiren todos los bichos de las conchas y se sirvan “pelados” para coger la almejita bien mojada de salsa con pan y “pa dentro”. Para ir cerrando la tanda de entrantes, pasamos a la mesa un platito de camarones recién salteados. A fuego vivo tan solo unos segundos con aceite y sal, hasta que cambien de color. Si son pequeños ¡se comen enteros!

Las reinas de la mesa. Brindamos y seguimos, momento para que se retiren los noveles en esto del comer. Llegan las reinas a la mesa: nécoras y cigalas. De considerable calibre las segundas. Las primeras se marcan con aceite y sal en la sartén o plancha. Se sirven dadas la vuelta con su jugo todavía en el caparazón y el cuerpo y pinzas partidas para facilitar la obtención de una de las mejores carnes que la vida nos ha regalado. Me declaro fan, fan, fan de este animal. La propuesta para cigala no es menos seria. Si son pequeñas, jugar a rebozar algunas colas y servirlas fritas. Plancha y fuego para otras y por último, como para mí mejor lucen, simplemente cocidas. Puestas desde agua fría a cocer, sólo hay que calentar el agua hasta que rompa el hervor. Escurrirlas bien y que cada uno se haga con los jugos y carnes de estas como pueda y en el orden que quiera. Simplemente brutal.

Llega el momento del plato fuerte. Bogavante o langosta, langosta o bogavante. Os confieso que teniendo más valor (€) la langosta, prefiero el bogavante. Cocido puede estar brutal, pero si en la ecuación entra la brasa de una buena parrilla, el partido cambia considerablemente. Lo dicho, cualquiera de estas dos piezas asadas sería la mejor de las opciones, pero un buen marcado en la plancha (hechas a la mitad) también resultaría de lo más goloso. Servidas estas piezas con unas tostadas de pan y mantequilla. El que le pida más a la vida debería de ir a la cárcel por goloso-caprichoso.

¿Qué os ha parecido leer una mariscada? Os pregunto esto porque la comida ha terminado, y como me recomendó un buen amigo (dueño de una marisquería, ya cerrada en Sansenxo), si te atiborras a marisco, para evitar que te siente mal, cena lo más cochino que puedas. No sé exactamente a que se refirió aquella vez, que fue después de un homenaje en su casa, pero es cierto que me comí unas patatas bravas y una pizza yo solito y me fui a la cama tan pancho. Alguna otra vez que me haya tocado comer marisco y no le haya hecho caso, es cierto que el cuerpo me ha avisado de que me olvidaba de sus consejos. Por lo que a mí, amigos, me funciona.

Después de leer esto estaréis pensando en la vidorra goloso-caprichosa que llevo. Pues siento defraudaros. Mi dieta se basa en porrupatatas, ensaladas, huevos y verduras. Pero lo que disfruto recordando momentos épicos como estos, me permiten repetir la mariscada de mi vida aunque solo sea con un plato de mejillones en la mesa. El resto de los mariscos los ponen los recuerdos.

Que bonito es comer y contar lo disfrutado (aunque sea intermitente). On egin!