Mikel Insausti
Crítico cinematográfico
CINE

«Les passagers de la nuit»

En la Berlinale tuvo muy buenas críticas, pero dentro de la Sección Oficial hubo de competir con la intratable “Alcarràs” (2022), que se llevó el Oso de Oro. El cuarto largometraje de Mikhaël Hers, “Les passagers de la nuit” (2022), ha servido para confirmar todo lo bueno apuntado en su anterior realización “Mi vida con Amanda”(2018), ganadora del premio a Mejor Película en el festival de Tokyo. Era también un drama familiar sobre la acogida o la adopción de menores, solo que en este caso debido a la orfandad provocada por los atentados de Bataclan, como señal inequívoca de un mundo en crisis. Antes había dirigido sendos títulos sobre la amistad generacional, que abordó tanto en “Memory Lane” (2010) como en “Ce sentiment de l’été” (2015).

“Le passagers de la nuit” (2022) será estrenada por la distribuidora catalana Adso Films con su traducción literal el último fin de semana de octubre, y entre otras cosas nos devolverá un debate que suele aparecer de forma intermitente, y que afecta a la radio como medio de comunicación destinado a sobrevivir en su actual versión digitalizada. Pero la película es una canción de amor a los programas radiofónicos nocturnos que tanta compañía hacían a la gente solitaria e insomne. Una modalidad que conoció su época dorada en los años 80, tal como recogía la serie de televisión “Tristeza de amor”.

Ni qué decir tiene que la emisión nocturna en cuestión se llama “Les passagers de la nuit”, y que coincide históricamente con un momento de ilusión colectiva, en aquel mayo del año 1981 cuando François Mitterrand ganaba las elecciones en el Estado francés. París era una fiesta por el cambio, algo que en la película es presentado como un elemento contagioso de positividad, sin necesidad de que influya directamente a la familia protagonista, ya que son vidas que se prestan a un drama existencialista.

La radio sirve de ayuda a la Elisabeth interpretada por una magistral Charlotte Gainsbourg, pero no como mero consuelo o desahogo al otro lado del teléfono que conecta con la audiencia de madrugada, sino como medio de subsistencia. Ella es una habitual del programa, y sus llamadas conmueven a la directora y conductora que le escucha, quien le ofrecerá trabajo para atender al teléfono del oyente. Su benefactora responde al nombre de Vanda Durval, personaje que se corresponde con la actual imagen de Emmanuelle Béart, con el pelo recogido y vistiendo trajes de caballero.

Y es esa conexión radiofónica la que también le permite conocer a la joven Talulah, encarnada por la carismática Noée Abita. Al enterarse Elisabeth de que esta chica de 18 años, que tiene problemas con las drogas, vive en la calle, le ofrece su hogar. Sus llamadas le han puesto en alerta, y no duda en ofrecerle el ambiente familiar que nunca ha tenido. Ocupará la habitación del padre ausente, utilizada como trastero. Está en lo alto de uno de esos edificios de muchos pisos, con vistas al Sena, del Distrito Quince parisino.

El gesto desinteresado de Elisabeth le honra más si cabe, porque ella ya tiene a un chico y una chica adolescentes a su cargo, sin importarle hacer un hueco a alguien más. Como con las horas que mete en la emisora de radio no le basta para sacar adelante su hogar, se empleará a media jornada en una biblioteca.

La llegada de Talulah, con sus repentinas ausencias derivadas de su adicción, será vista como una influencia regeneradora dentro de la convivencia del cuarteto, en relación a ese periodo de cambio ilusionante del que hablábamos antes. La principal característica de la película es la empatía, la que se desprende del trato entre los propios personajes, y el cariño que transmite por ellos Mikhaël Hers. Esa narrativa existencialista se hace cercana gracias a un tono ligero, fruto de una observación cotidiana que relata los acontecimientos cual transcurren en la realidad, siempre de una forma natural y propicia para el talento intuitivo de Charlotte Gainsbourg, que se hace querer con su viveza tan alentadora.