Un mayordomo vasco en la Corte de París
Se dice que las personas virtuosas, bondadosas y extraordinarias nunca se van para siempre. Que mientras seamos capaces de mantener su memoria, permanecen perpetuamente en nuestros corazones y dan sentido a nuestra existencia. Periko Unamuno Ezpeleta, para los que le conocieron, es uno de ellos. Así lo atestigua el relato sobre su historia que su sobrino, Josuren Murgizu Bakaikoa Ezpeleta “Zakili”, fotógrafo, licenciado en Ciencias de la Información y colaborador habitual de 1937 Intxorta Kultur Elkartea, ha compartido con 7K.
Periko Unamuno nació el 29 de junio de 1929 en el barrio obrero bergararra de San Antonio. El «barrio rojo» le llamaban. Un barrio rodeado por las entonces enormes empresas textiles, hoy ya desaparecidas, que perfilaron el carácter de la villa mahonera y en el que prácticamente todas las mujeres de Bergara tuvieron un protagonismo vital como mano de obra barata.
Periko falleció el 28 de junio de este año, Día del Orgullo Gay, o, quizá mejor, Día Internacional por los derechos de las personas LGTBI+, 24 horas antes de cumplir 93 años. Una significativa coincidencia, dada su orientación sexual, algo que resultaría ser un irrefrenable impulso para liberarse y huir en el año 1963 de un régimen fascista que, como un oxidado cuchillo, cercenaba e infectaba cualquier atisbo de libertad.
Una herida que nunca sanó. El 20 de septiembre de 1936, un día antes de que entraran las tropas fascistas en Bergara, su padre, Blas Unamuno Amutxastegi, (con ascendiente común a Miguel de Unamuno, cuyo padre era de Bergara), bajaba desde el alto de Elgeta para rescatar a su hijo Periko y a sus tres hermanos que, subidos en un camión, estaban a punto de ser trasladados a Bilbo para embarcar más tarde camino de Rusia. Aunque de ideas republicanas y socialistas, Blas no estaba por la labor, más si cabe cuando uno de ellos, Miguel, era un niño con diversidad funcional. «¿Separarlo de su cuna pintada de verde hierba y mandarle como un paquete a un país lejano? ¡Ni hablar!», relata Josuren Murgizu.
Blas, intuitivamente, salvó a sus tres hijos de otra despiadada guerra que engulló a cerca de 1.647 niñas y niños vascos en la Unión Soviética de Stalin, mientras él les dejaba seguros en Bergara con su esposa, Norberta Ezpeleta. Con el que sería su último legado bien amarrado, retornaba al cercano frente de guerra de Elgeta.
Desde aquellas posiciones privilegiadas para los defensores del suelo vasco, Blas Unamuno, como tantos otros, pudo durante siete meses seguir mirando y soñando con su familia, lejana pero cercana a la vez, ahí mismo; podía ver incluso el tejado de su casa en el barrio San Miguel. Pero los suyos estaban perdidos y hundidos todos, en un valle repleto de invasores fascistas.
Este momento fue la última vez que Periko vio a su padre vivo. Fue el momento en el que cambió su vida, que parecía destinada a seguir viviéndola en la Unión Soviética y terminó llevándole a París. Blas se había unido a la multitud de bergararras voluntarios que estaban conformando el frente de resistencia que se organizaría en Elgeta y alrededores, y que mantendría a los fascistas topados durante más de siete meses. Luego sería finalmente miembro voluntario del Batallón nº 5, el U.H.P. de las Juventudes Socialistas Unificadas de Euskadi que, tanto en octubre del 36 como en abril del 37, y en gran inferioridad de condiciones, lucharon frente a frente contra las tropas de Camilo Alonso Vega, también llamado “Camulo” con mucha sorna por sus «duras, bregadas y siempre en vanguardia tropas vascas del requeté, a las que azuzó sin piedad con su vara en todas las batallas».
El 24 de abril, poco antes de romper el Frente vasco, el Tercio Carlista denominado “Zumalacárregui” (que englobaba a carlistas de Bergara, Oñati y Arrasate) al mando de García Valiño, a la altura del barrio de Iguria, cercano al alto de Kanpazar, Blas fue herido de bala en una pierna en Elgeta y trasladado en una ambulancia con otros cinco compañeros heridos como él, camino de Elorrio para que fueran finalmente atendidos en un hospital de Bilbo. Estas tropas de requetés guipuzcoanos, entre los que había muchos paisanos suyos de Bergara, como toda una compañía que se hacía llamar San Martín de Aguirre, les emboscaron y lanzaron bombas de mano al interior de la ambulancia matando a los seis milicianos y gudaris heridos, así como al conductor y al enfermero que les acompañaban, y cuyos cuerpos quedaron completamente destrozados.
De esta cruel venganza nació una tragedia y surgió una herida que nunca sanó; muestra de ello era que Periko Unamuno hablaba muy a menudo de ello con «rencor desatado». «Adoraba a su padre. Había que escucharle con su elegante porte, con su voz de timbre y tonos graves, hablar de esta enorme pérdida que supuso para él la ausencia de su padre en su vida. Había que escucharle cómo rememoraba las represalias contra su madre, Norberta Ezpeleta», señala su sobrino. De profundas ideas nacionalistas, fue encarcelada en Ondarreta durante siete meses, castigada con una gigantesca multa y, «para rematarla, le cortaron el pelo y la obligaron a ingerir aceite de ricino, simplemente por ser la esposa de un voluntario vasco, por ser una madre que se enfrentó con coraje a sus verdugos. Fuego y furia».
Para añadir más dolor a la familia, el hermano de Norberta, el tío de Periko, Alfonso Ezpeleta, sargento del batallón abertzale Kirikiño, que también combatió en el sector de Elgeta durante el mes de abril de 1937, en una de las más cruentas batallas de la guerra, la conocida como “Batalla de los Intxortas”, sería más tarde detenido por carlistas de Bergara, llevado a la cárcel de Ondarreta y finalmente fusilado. Los cuerpos del padre y del tío de Periko Unamuno siguen hoy en día desaparecidos. En el año 1980, 43 años más tarde, Norberta Ezpeleta puso una denuncia en un juzgado de Arrasate denunciando la desaparición de su marido, algo inédito en esos años.
Mayordomo de multimillonarios. Es el año 1963 cuando Periko no puede más, se siente atrapado dentro de su cuerpo, rodeado de una sociedad gris, repleta de gente perdedora, represaliada y humillada, sin escapatoria. Y ahí surge y ruge el volcán que lleva dentro de sus venas. «Es un enjambre sísmico que expulsa lava y azufre líquido», detalla Josuren Murgizu. Huye a París, toma contacto con la Euskal Etxea y consigue entrar interno en un colegio de Notre Dame. Allá vivirá de pupilo durante un tiempo, aprenderá francés y ello le abrirá las puertas de su andadura profesional como mayordomo para diversos patronos millonarios el resto de su vida.
Por destacar algunos de los más relevantes para él, y comenzando por los más lejanos en el tiempo, se enumeran figuras como la norteamericana Mona Von Bismarck, la ‘condesa de Kentucky’: «La mujer mejor vestida del mundo que se casó con el hombre más guapo de América» (según la crónica de “The New York Times”), y después con el más rico, que afianzó una estrecha relación con Cristóbal Balenciaga, que sin duda fue su diseñador predilecto, además de gran amigo. «La ‘condesa de Kentucky’ fue retratada por Dalí y la enterraron vestida de Givenchy», añade Murgizu.
Propietaria de una villa en Capri, construida en un terreno que había pertenecido a Julio César, organizaba en ella numerosas fiestas con Edda Mussolini, hija del dictador, para la que Periko también trabajaría, atendiendo a la numerosa aristocracia y advenedizos venidos a menos y arruinados tras la guerra.
En la isla de Capri, Periko Unamuno se cruzó en el camino con personajes como el duque de Windsor, Eduardo III, ‘Emperador de la India’, al que obligaron a renunciar a la corona británica por sus amoríos y simpatías al régimen nazi, y al que calificaba de «homosexual encubierto»; o a parte de la monarquía italiana de los pusilánimes Saboya, y de vez en cuando, a militares norteamericanos de alto rango. El mayordomo vasco también trabajó para Hélène van Zuyle, baronesa de Rothschild, la doyenne de la alta sociedad francesa, cuyas fiestas dominaron esa élite social desde que, por matrimonio, su unió al barón y banquero Guy de Rothschild, y pasó a formar parte de la prominente dinastía.
«Organizar los protocolos y las bienvenidas siempre pulcramente vestido, atender el teléfono y acompañar a los jefes y jefas allá donde fueran, eran los cometidos habituales de Periko». Y le llegó el turno al matrimonio Bettencourt. Él, André, que ejerció como ministro en varios ministerios durante los gobiernos de Pierre Mendés France y Charles de Gaulle; y ella, Liliane, la dueña de L`Oréal (y según la revista “Forbes”, la mujer más rica del mundo), a la que nunca abandonaba y de la que siempre fue su sombra. «Tan agradecida estaba Liliane que Periko recibió de ella participaciones en las acciones de su empresa», asegura su sobrino.
Como mayordomo de Liliane Bettencourt, Periko Unamumo se cruzó en el camino con destacados líderes mundiales como el líder de la revolución china, Mao Zedong que, acompañado de su mano derecha, Zhuo Enlai, visitó París tras el final de la Revolución Cultural o presidentes franceses como Valéry Giscard d´Estaing, Jacques Chirac o François Mitterrand. También rozaría a Grace Kelly y Rainiero III de Mónaco y a tantos otros famosos, célebres y distinguidos canallas de la alta sociedad con los que trató.
En sus últimos años antes de jubilarse, Periko Unamuno trabajó para Akram Ojjeh, empresario franco-sirio nacido en Arabia Saudí, que se enriqueció mediante la intermediación entre el Estado francés y algunos países árabes y que en 1975 fundó el holding TAG (Techniques d'Avant Garde), con sede en Luxemburgo, para unificar sus variados negocios. En 1985 se unió con la empresa Heuer y creó TAG Heuer, enfocada a la producción de relojes deportivos y cronógrafos para las competiciones. Akram Ojjeh fue conocido también por su vinculación durante décadas a la Fórmula 1. «Yo tenía un apartamento en París por lo que pudiera pasar. Si veía que no me trataban bien o no me pagaban lo acordado, les mandaba a tomar por saco… El jeque me trató con excelencia», decía sobre el que fue su último patrón.
«El rey mago francés». Llegó su jubilación, la hora de decir adiós a la alta sociedad francesa, y Periko trasladó su residencia a Valencia y se emparejó con José Manuel, un sevillano más joven que él con el que compartió los últimos años de su vida. Pero las visitas a lo largo de su vida a Euskal Herria siempre fueron frecuentes. «En mi casa –recuerda Josuren Murgizu–, y creo que en todas las familias con las que estaba emparentado, era para todos el tío Periko. Mi primer trenecito de juguete que era de cuerda me lo trajo él desde Francia. ¡Cómo olvidar al tío Periko! Era ‘mágico’, el ‘rey mago francés’ para todos, que siempre reservó gran parte de sus sueldos para que a su madre y a los suyos no nos faltara de nada».
Su padre fue rojo, ateo y miliciano de las Juventudes Socialistas de Euskadi, caído en combate en el frente de Elgeta; su madre, católica, de profundas ideas abertzales, hermana de un sargento del batallón Kirikiño muerto también en Elgeta. Esas dos almas convivieron en la conciencia de Periko, que se definía a sí mismo como abertzale de izquierda, lo que no le impedía ser militante del PNV y no perderse ningún Alderdi Eguna cuando visitaba a los suyos en Bergara. «Se emocionaba hasta llorar cuando veía el singular desfile que hace el partido», rememora su sobrino Murgizu. Todo eso cambió para siempre en el año 1996, cuando el PNV cierra acuerdos con el PP de Aznar. «Periko no lo soportó y explotó», dice Murgizu, y hace algo inconcebible, «rompió definitivamente con el partido».
Afincado en Valencia con su marido José Manuel, nunca perdió el contacto con Euskal Herria, seguía los avatares de la política vasca, atendía a los suyos, cuidando los detalles, con elegancia. Así era Periko Unamuno Ezpeleta.