La sobriedad energética como primera consigna
Como en toda Europa, los hogares suizos también están llamados a ahorrar energía. Una consigna que llega de manera natural a los habitantes del valle de Bavona, uno de los lugares más remotos del país alpino que curiosamente jamás ha estado conectado a la red eléctrica. Ubicado en la región de habla italiana del país, este valle salvaje de origen glaciar es uno de los más escarpados y rocosos de los Alpes.
En el valle suizo de Bavona, una docena de aldeas formadas por viviendas de piedra y establos “trogloditas” se mantienen allí y todavía albergan a unas pocas docenas de habitantes durante varios meses al año, excepto en invierno, cuando viven en el lugar menos de una docena. La singularidad del valle se debe a que once de estas localidades no están conectadas a la red eléctrica mientras que la región produce mucha electricidad gracias a las presas ubicadas en las alturas de este pequeño valle que se ramifica desde el valle Maggiatal, y es el más escarpado y pedregoso de toda la región alpina.
Estas presas fueron construidas después de la Segunda Guerra Mundial para llevar electricidad a la región de habla alemana de Suiza, explica a AFP Romano Dado, exconcejal municipal de la comuna de Cevio, de la que dependen las aldeas. Para llevar energía a Val Bavona habría que construir transformadores, pero «la gente aquí no tenía dinero para eso. Solo el último caserío podía permitirse ese lujo», dice.
Con el paso del tiempo, la población que vivía en el valle se redujo de alrededor de 500 personas a menos de 50, según comenta Romano Dado, y los habitantes aprendieron a prescindir de la red eléctrica, instalando paneles solares en los techos ya en la década de 1980 y también chimeneas.
Lámparas de queroseno y velas. Los habitantes de Bavona también utilizan bombonas de gas, velas y algunos incluso recurren a las lámparas de queroseno. Para lavar la ropa, «vamos al río como siempre», explica Tiziano Dado, albañil y hermano de Romano. Este estrecho valle de unos diez kilómetros, flanqueado por vertiginosas laderas rocosas de más de 2.500 metros de altitud, ha sido jalonado durante siglos por avalanchas, inundaciones y derrumbes, provocando en ocasiones hasta muertes. La trashumancia marcó la historia de la región hasta la década de 1970. Las familias subían al valle con sus animales desde el mes de marzo hasta finales de diciembre, y solo volvían a bajar en Navidad, explica Sonia Fornera, de Orrizonti Alpini, el grupo de expertos en historia alpina y cultura.
«Era una vida dura pero sencilla», recuerda Bice Tonini, de 88 años, sentada junto a la chimenea de su casa. A pesar de su edad, sigue viviendo allí desde la primavera hasta octubre gracias al sol que calienta e ilumina sus parajes. «Hay tanto desperdicio de electricidad en la sociedad actual», lamenta esta octogenaria. Ni a ella, ni a los demás, de noche, ningún alumbrado público les impide admirar las estrellas. Es un espectáculo natural que la deleita mucho más que la televisión, un objeto, por cierto, bastante raro en este lugar.
¿Luces navideñas? No, gracias. «Estamos acostumbrados a vivir de una manera muy simple, no tenemos miedo de ahorrar dinero» en materia de energía, asegura también Ivo Dado, de 81 años, orgulloso de haber instalado paneles solares en 1987.
Con sus ojos brillantes, este antiguo campesino está encantado de que algunas ciudades estén renunciando a las luces de fin de año: «Esta Navidad será como antes, con menos luz. ¡Será hermosa de nuevo!», exclama.
Pero la sobriedad energética no es del gusto de todos. «Los paneles solares son una solución parcial», comenta Martino Giovanettina, escritor y propietario de La Froda, uno de los pocos restaurantes del valle. En su opinión, la falta de electricidad –a la que se suman estrictas normas para la rehabilitación de edificios tradicionales– contribuye a la despoblación del valle, que se convierte en un “museo” al aire libre que mira al pasado en lugar de abrirse al turismo como otros valles vecinos.
En Bavona no se ofrece nada a los turistas, aparte de un funicular para subir a las presas. Y, además, está prohibido el estacionamiento de autocaravanas.
Originaria de la región, Doris Femminis, Premio suizo de Literatura 2020, cuenta la historia de este valle en sus libros. Ahora que vive en el Jura, regresa cada dos meses a este «lugar maravilloso de mi infancia. En Suiza nos gusta la idea de seguir teniendo un rincón de naturaleza salvaje», dice, pero reconoce que los lugares no están adaptados a la vida actual: «Es un lugar del pasado. Ya nadie quiere vivir allí, Es solo un sueño».