7K - zazpika astekaria
PSICOLOGÍA

3, 2, 1, ¡acción!


Aunque parezca difícil creerlo, no resulta ni tan sencillo ni habitual ver simplemente, observar, o percibir lo que tenemos delante sin darle mayor interpretación. De hecho, es imposible mirar fuera sin ver parte de lo que nosotros ponemos en ese acto tan sencillo y aparentemente inocuo de abrir los ojos y dejar que la luz entre, con lo que traiga.

Mirar es un acto de implicación en el que, si nos observamos, podemos llegar a vernos, como si miráramos un espejo. Y no es necesario ningún viaje astral ni una meditación profunda para darnos cuenta de cómo utilizamos nuestras relaciones cercanas como pantallas de proyección para las distintas historias que hemos vivido, en particular aquellas que no terminaron. Algunas de las frases que ilustran esta idea son “parece que no me conoces”, “no te reconozco” o “es como si no estuvieras hablando conmigo”; casi como una reivindicación de la diferencia entre la expectativa y la realidad, entre cómo nos vemos y cómo nos ven.

Entonces cabe pensar, ¿cuántas veces me estarán tratando como trataron a otros sin darme cuenta, o esperando que yo dé aquello que otra persona no pudo dar? O, ¿en qué situaciones yo mismo estoy suplantado a la otra persona con mis propias expectativas sin que esta se dé cuenta ni pueda hacer nada al respecto?

La intimidad con alguien, bien sea una pareja, nuevos amigos o compañeros que se vuelven cercanos, conllevará hacer este tipo de comprobaciones en las que conocer realmente a alguien implicará despojarle, en la mayor proporción posible, de esas expectativas que les correspondieron a otros, y sacudirnos de las que se colocan en nosotros, en nosotras; esto conlleva también estar dispuestos a atravesar ese periodo de decepción en el que nos damos cuenta de que ‘aquí no se van a resolver mis viejos asuntos por compensación’, si acaso, a lo más que llegaremos será a tener nuevas experiencias que se coloquen ‘al lado’ de las anteriores y no ‘encima’ o ‘en lugar de’ las que hemos tenido.

Usamos a otros sin darnos cuenta –o con plena consciencia– para tratar de resolver asuntos que no les incumbieron y de los que pocas veces son conscientes o consienten participar; y, del mismo modo, también lo hacen con nosotros. Y todo bien hasta ahí, forma parte del juego con el que construimos las cosas y es importante que seamos conscientes porque sucederá sí o sí, y, al mismo tiempo que sabemos que sucederá necesitamos comprobar que la persona que tenemos enfrente está dispuesta a renunciar a proyectarnos sus asuntos pendientes y que suceda algo nuevo.

Incluso aunque encontremos un relativo equilibrio en el cumplimiento mutuo de esas ‘peticiones fantasma’ (que ni se explicitan ni se reconocen pero que están) la autenticidad de un encuentro nuevo está más allá de lo previsible, en la posibilidad de estar equivocados y dispuestos a aprender, en el duelo de lo que no ha podido suceder en el pasado y que llega hoy como una carencia, en los límites en los que la otra persona opera o en el espacio para el aburrimiento, del que pueden surgir o no, maneras nuevas y actualizadas pero que implican en cierto grado renunciar a cumplir la fantasía para que quepa la realidad, con sus taras.

Estos márgenes son difíciles de asumir para quien alberga un sueño de perfección o la ilusión de una ‘tierra prometida’ –o la relación prometida– a la que solo hay que llegar, sin necesidad de hacer nada más después. Ver simplemente, participar de inventarse la vida en función de eso, no solo requiere, sino que exige negociar con lo que es posible, más allá de lo que creemos merecer. Y aunque pueda parecer desalentador, las buenas noticias sobre dejar de soñar es algo que se suele decir al ver ciertos informativos: la realidad supera la ficción.