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OSASUNA

¿Qué relación tienes con la comida?


Es curioso cómo la mayoría de las personas dicen conocer bien qué incluye una alimentación saludable. Muchas han acudido a dietistas-nutricionistas y te dicen aquello de “yo es que la teoría me la sé muy bien pero…”. Pero luego no son capaces de llevarlo a la práctica, por lo que cabe preguntarse: ¿qué hay de la relación que tienen con la comida?

Nuestra relación con la comida es el resultado de la compleja interrelación de comportamientos, actitudes, sentimientos y pensamientos que giran alrededor de comer y la comida. No es un concepto dicotómico (o tienes una buena relación con la comida o tienes una mala relación), sino que es un espectro que va desde una mala relación con la comida en un extremo hasta una relación sana, en el otro. Pero podemos definir como mala cuando se dan pensamientos y comportamientos que se caracterizan por la presencia de, al menos, uno de los siguientes tres aspectos:

• Comportamientos alimenticios que comprometen el bienestar o interfieren con el adecuado funcionamiento físico, psicológico y/o social.

• Cuando la ingesta no está basada en necesidades fisiológicas integrales, si no en infinidad de reglas externas.

• Presencia de pensamientos y preocupaciones que giran alrededor de la comida que ocupan mucho espacio mental.

Por el contrario, una relación sana podría definirse como la capacidad de realizar las ingestas conscientemente, disfrutar de los alimentos que comemos y disfrutarlos sin tener que pedirnos permiso para ello. Además, se basa en las señales de hambre y saciedad, por lo que no influye el estado emocional a la hora de que la ingesta sea mayor o menor de lo que necesitamos; no existen pensamientos acerca de “alimentos prohibidos”, por lo que tampoco los sentimientos de culpabilidad posteriores.

Acerca de por qué algunas personas tienen una mala o buena relación con la comida, existen distintos factores relacionados. En primer lugar, sabemos que las conductas anormales de alimentación a menudo se arraigan en la preadolescencia o la adolescencia temprana y persisten en la edad adulta. Por ejemplo, sabemos que el estímulo de los padres para una alimentación saludable está asociado con los hábitos saludables a largo plazo de los adolescentes, mientras que el estímulo de los padres para hacer dieta se ha asociado con comportamientos alimentarios desordenados entre los adolescentes. En la misma línea los menores en los que ambos padres alentan a hacer dieta tienen alrededor de ocho veces más probabilidades de iniciar una dieta temprana. También conocemos el hecho de que los adolescentes que hacen dieta a esa edad, con el consenso de sus progenitores, tienen más probabilidades de aumentos en el percentil del Índice de Masa Corporal (IMC) de 9 años a 15 años, es decir, incrementos del peso corporal que pueden establecerse en la edad adulta y que persisten, pues estos adultos realizan usualmente a lo largo de su vida múltiples tratamientos restrictivos (de dieta) que perpetúan esta mala relación.

De modo que para recuperar una relación sana con la comida, en primer lugar tenemos que ser conscientes de que la dieta y la salud no son solo lo que comes, también lo que dices y lo que piensas, y obviamente, lo que oyes, por eso conviene aprender a dejar de hacer dieta también en lo relativo al lenguaje:

• No opinemos ni valoremos el físico de nadie.

• Halaguemos sin usar referencias estéticas.

• Cuidemos el lenguaje. Estamos muy acostumbrados a categorizar la comida moralmente y a juzgarla como buena o mala.

• Dejemos de decir frases manidas del tipo “estoy como una foca”, “el lunes me pongo a dieta”, “después de esta comida, no ceno”, etc. Debemos procurar, a nivel conductual, llevar a cabo estos cambios:

• Démonos permiso incondicional para comer. No nos pongamos reglas sobre cuándo podemos comer y cuándo no

• Comamos cuando tengamos hambre y paremos cuando estemos saciados. Escuchemos nuestras señales

• Practiquemos la alimentación consciente. Disfrutemos de cada mordisco, saboreemos los alimentos.

• Cuidemos nuestro plato sin tener que justificarnos por comer. En vez de culparnos por comer algo, simplemente seamos conscientes de lo que estamos comiendo y del porqué la elección.

• No “compensemos”: esto quiere decir, que si hemos ingerido algo que no era tan “saludable”, no tenemos por qué compensar (castigarnos). Simplemente retomemos nuestros hábitos saludables poco a poco.