Mikel Insausti
Crítico cinematográfico
CINE

«Babylon»

La nueva y costosa película de Damien Chazelle puede convertirse en otro “Amsterdam” (2022), dadas las similitudes de temática histórica y de producción ambiciosa que guarda con la creación, arruinada en la taquilla, de David O. Russell. Ambos son dos cineastas mimados por la industria, y a quienes se les permite arriesgados proyectos millonarios. “Babylon” (2022) ha costado unos 80 millones de dólares, que tiene muy difícil recuperar en las salas, porque la presencia de Brad Pitt es como coprotagonista, y no como estrella principal. La lección que puede sacar el estudio Paramount de cara a la futura relación con el aclamado director de musicales es que cuando toca otros géneros no rinde al mismo nivel. La prueba está en que los trabajos de su filmografía que menos han gustado son la película sobre la carrera espacial “First Man” (2018) y, ahora, la cinéfila “Babylon” (2022).

En cambio, su reciente serie televisiva musical “The Eddy” (2020), protagonizada por André Holland como dueño de un club de jazz en el París multicultural, ha convencido como ya lo hicieran sus éxitos cinematográficos del género “Guy and Madeline on a Park Bench” (2009), “Whiplash” (2014) y “La La Land” (2016).

Y es que, estableciendo una comparativa, lo último de Chazelle es todo lo contrario de “Whiplash” (2014), que es un ejemplo magistral de cine basado en la experiencia personal, y cuya tensión narrativa guarda relación directa con la realidad del esfuerzo del aprendizaje. En sus comienzos, Chazelle fue baterista y tuvo un profesor tan estricto como el que inspiró el personaje ficcional de J.K. Simmons, por no hablar de que partía del borrador realizado con “Whiplash” (2013), ganador un año antes del Premio al Mejor Cortometraje en el festival de Sundance.

Además, empezó tocando en el mismo grupo que Justin Hurwitz, el compositor de la mayoría de las bandas sonoras de sus películas. Se dio cuenta de que no iba a ser mejor cineasta que músico, razón por la que dejó el instrumento y se concentró en la escritura y la realización, siempre con Hurwitz como su colaborador necesario, en un perfecto binomio de cine y música. Por lo que no es de extrañar que las primeras críticas, casi todas negativas, señalen que lo mejor de “Babylon” (2022) es el score de Hurwitz.

Es de suponer que el título está tomado del famoso libro de Kenneth Anger “Hollywood Babilonia”, lo que de paso predispone al público con respecto a la idea tan extendida de una industria de cine envuelta en mil y un escándalos. No por casualidad, Chazelle escoge la época más decadente de la historia en la Meca del Cine, la de transición entre el fin del mudo y el comienzo del sonoro. La sensación que emana de las tres horas y cuarto que dura el largometraje es la de que todos cuantos allí trabajaban participaron de su ascenso y caída.

Las fiestas salvajes se convierten en el escenario propicio de esta orgiástica y monumental crónica del pasado dorado, y de entre tantos actores que podía haber sacado a relucir como ejemplo de ruina y autodestrucción humanas ha ido a fijarse en John Gilbert, que es a quien interpreta Brad Pitt con el nombre ficticio de Jack Conrad. Pero su relación con el productor Irving Thalberg, al que llamaban The Wonder Boy (El Chico Maravilla), queda bien clara, ya que fue su máximo valedor hasta que entró en declive a raíz de sus peleas con Mayer y la fallida boda con la Garbo.

No obstante, el protagonista es un personaje anónimo, un inmigrante mexicano que busca trabajo en Los Ángeles, y al que da vida Diego Calva. Dicen que su inclusión se debe a que Chazelle fue acusado por “La La Land” (2016) de olvidarse de la comunidad latina.

Sirve para que el espectador conecte en ese mundo rutilante con alguien corriente, impresionado por todo lo que descubre, incluida a una Margot Robbie que en cierto modo, con cambio de década, repite su papel para Tarantino en “Érase una vez en Hollywood” (2019).