IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Libertad interna

Es habitual que en las consultas de psicoterapia las personas acudan con una sensación opresiva. A veces se debe a situaciones externas que implican a personas queridas o acontecimientos laborales que agravan lo anterior; pero más habitualmente esa sensación de opresión interna proviene de emociones o pensamientos, de sensaciones físicas incluso que resultan invasivas de algún modo, incontrolables. La persona se siente ‘obligada’ a reaccionar de una manera que genera problemas, sufrimiento, descontrol o malestar que no compensa.

También es habitual que esa vivencia de sí mismos se vaya acumulando a lo largo del tiempo, generando por sí misma esa sensación de prevalencia sobre la propia voluntad, los propios deseos o las propias elecciones, a las que parece poner también en jaque. En definitiva, estas personas se sienten atrapadas en un aspecto de sí que parece funcionar autónomamente, y la vivencia es de falta de libertad en cierto modo. Esta compulsión, esa sensación de falta de elección, y por tanto de limitación nos hace pensar en la salud, la salud mental en este caso, ya que esta se ve comprometida cuando la persona no cuida de sí, de sus relaciones o de los medios que le proveen de estabilidad y dan viabilidad a su vida en general.

La falta de elección –o la conclusión de esta falta– afecta a la salud. La elección es un proceso consciente, se hace con conocimiento de que se está haciendo y se vive con la expectativa de que, en una cierta medida, dicha elección va a tener los efectos que se predicen. Tenemos la sensación de que la podremos llevar adelante volitivamente porque tenemos un grado de poder para cambiar nuestro mundo de la forma deseada. Sin embargo, ni las elecciones que tomamos son siempre conscientes, ni el poder que tenemos nos es siempre evidente.

Es habitual que, a lo largo del ciclo de maduración de una persona, esta vaya entendiendo, concluyendo más bien, cuál es el grado en que puede actuar libremente, sin represalias que impidan sus actos, exploratoriamente, cuánta fuerza tiene para hacer realidad sus deseos y propósitos; y que esta medida vaya cambiando con el paso de la vida, pero también estableciéndose. Como todas las nociones sobre nosotros mismos, esta de ser o no libres también depende del momento madurativo y de las circunstancias externas, es decir, es una negociación entre la mirada interna y la mirada que otros ponen en uno, en una. En mi experiencia, la salud y la libertad protegida están francamente cerca.

Desde niños necesitamos notar que podemos explorar sin que eso ponga en riesgo las relaciones que nos protegen, que podemos sentir espontáneamente sin que esto rompa los vínculos y que nos ayuden a pensar por nosotros mismos, nosotras mismas, considerando nuestras limitaciones cognitivas del momento pero sin mermar por ello nuestra dignidad. Más tarde tendremos que aprender que nuestras limitaciones propias o las de las circunstancias nos permiten aún así un margen de elección que permita maniobrar para acercarnos, o caminar al menos, hacia el ideal de sí que se presenta como escena motivadora para uno mismo, y que tenemos la posibilidad de cambiar creativamente, de nuevo sin que eso elimine las relaciones importantes para nosotros. También necesitamos preservar una noción de poder, como decíamos, para cambiar las cosas que nos importan, para tener opinión y acción al respecto, pero al mismo tiempo sentir suficientemente que la frustración no se convierte en parálisis, que seguimos teniendo el poder interno de crecer en una nueva dirección, como lo harían los hongos bajo tierra –y es que son un ejemplo de eficiencia en su crecimiento– o el agua al encontrar obstáculos; y que todo ello no nos obligue a estar solos, solas, que nuestro ideal de autonomía no se convierta, narcisistamente en aislamiento, en uno que también puede ser una cárcel. Para terminar, que ese poder preserve el disfrute tras el esfuerzo, el humor; ser libres para jugar nos hace libres en general.