«Knock at the Cabin»
La figura de Shyamalan es un poco como el propio cine, que siempre resucita para sorpresa de quienes anuncian su final una y otra vez. Al cineasta indio afincado en Hollywood le han enterrado artísticamente en varias ocasiones, pero repetidamente ha mostrado su capacidad de recuperación, como si su inventiva se estimulara frente a la adversidad y las situaciones que ponen a prueba su vitalidad creativa. Lo único cierto es que lleva ya treinta años de carrera profesional, suscitando el interés entre amantes del fantástico con cada uno de sus nuevos estrenos, y “Knock at the Cabin” (2023) no va a ser una excepción, así que habrá que ir reservando entradas para el 3 de febrero, cuando llegará a las salas en su versión doblada con el título de “Llaman a la puerta”.
Shyamalan empezó muy joven, y es de los que crecieron con una cámara de súper-8 en la mano, al igual que su admirado Spielberg. A los 22 años realizó su ópera prima “Praying with Anger” (1992), una obra muy personal protagonizada por él mismo, y en la que mostraba su primer viaje de regreso desde los Estados Unidos a la India, donde nació. Su contacto inicial con el cine comercial ya fue algo difícil, porque “Los primeros amigos” (1998) era una película infantil que se hacía preguntas teológicas. No solo no se vino abajo, sino que perseveró y acertó de pleno con “El sexto sentido” (1999), cuyo triunfo sin precedentes se iba volver en su contra. La crítica le puso la pesada etiqueta de ser el nuevo Hitchcock, lo que le iba a obligar a superarse en sus siguientes trabajos, a sabiendas de que el listón estaba demasiado alto. Con “El protegido” (2000) pudo mantener el pulso, que perdió con la fallida “Señales” (2002). Y de nuevo a remontar, a lo que ayudó “El bosque” (2004), que puso de moda el spoiler, con un desenlace que no debía de ser destripado. También había suspense en sus siguientes películas “La joven del agua” (2006) y “El incidente” (2008), mientras que “Airbender. El último guerrero” (2010) y “After Earth” (2013) le sumieron en el mayor de sus fracasos dentro de grandes y ruinosas producciones que tocaban otros géneros.
Como la industria ya no creía en él, Shyamalan fue a encontrar refugio en la productora de películas de terror baratas Blumhouse, donde se reencontró con los guiones de misterio e intriga psicológica que tanto le van, y así “La visita” (2015), “Múltiple” (2016) y “Glass” (2019) le han permitido retomar la confianza de los grandes estudios, tal como se pudo comprobar con “Tiempo” (2021), adaptación del surrealista cómic de Pierre-Oscar Levy.
Universal pone ahora en sus manos la puesta en escena de la novela de Paul Tremblay “The Cabin at the End of the World” (2018), traducida por la editorial Nocturna como “La cabaña del fin del mundo”. Un título demasiado explícito para lo que suele estilar Shyamalan, por cuanto desvela mucho del argumento, motivo que le ha llevado a buscar algo más genérico, más al estilo de las películas de “home invasion”.
Es una manera de despistar, puesto que el guion da un giro a este tipo de historias sobre asaltos domésticos, con cuatro invasores atípicos que son como los cuatro jinetes del apocalipsis, y una familia atacada que no es tradicional, ya que está compuesta por dos padres del mismo sexo y una niña oriental adoptada.
Tampoco lo es el móvil del extraño cuarteto, pues ni pretenden robar, secuestrar o maltratar. Su misión consiste nada menos que en salvar el mundo, y en su particular teoría de la conspiración creen que lo único que puede salvar a la humanidad del caos es un sacrificio humano, el de la hijita de la pareja.
El planteamiento se mueve entre la maldición bíblica de Abraham sacrificando a su hijo Isaac y la tragedia griega de Eurípides, en la que la muerte de Ifigenia, la hija del Rey Agamenón, es conmutada a cambio de la matanza de una cierva. Tema utilizado por el cineasta heleno Yorgos Lanthimos en “El sacrificio de un ciervo sagrado” (2017), y al que Shyamalan llena de inquietud con el sonido de los nudillos que golpean en la puerta de la cabaña.