7K - zazpika astekaria
PSICOLOGÍA

Bifurcaciones


La vida es larga, el camino se va extendiendo a través de los años y las relaciones importantes transitan por él, cambiando y creciendo a cada paso. Todos intentamos cubrir nuestras necesidades, cumplir los deseos y evitar los temores lo máximo posible; en definitiva, hacemos lo que podemos. En ese baile curioso que son las relaciones de pareja concretamente, también las experiencias compartidas tienen impactos individuales, cambiando a la pareja, pero también a los individuos que andan cogidos de la mano.

Es una ilusión pensar que hay un momento determinado en que se llega a un lugar calmado, y a partir del cual poder descansar, poder confiar en que la inercia de lo conseguido nos llevará plácidamente al futuro como si fuera una barca empujada por el viento. Sin duda se dan estos momentos, estas épocas, pero será inevitable remar en ocasiones, impulsar de nuevo lo que la inercia ha llevado casi a la quietud, al inmovilismo. Uno de los objetivos que muchas parejas tienen al encontrarse es hallar un vínculo de seguridad donde las defensas que uno ha tenido que poner en marcha en otros espacios no tengan sentido en este, no sean necesarias, y uno pueda descansar en brazos de la confianza, del sosiego. Y, al mismo tiempo, se da esa sensación curiosa de no tener una batalla que librar, lo cual a su vez, era estimulante.

Dejar de pelear por conseguir el equilibrio tiene algo de pérdida de vigor, de impulso, de interés o de estímulo. Así que no es extraño echar de menos cierta incertidumbre que mantenga el interés, momento en el que la pareja tiene que atravesar la crisis buscando nuevos retos tanto personales como conjuntos. Ese momento en el que la seguridad está conseguida es paradójicamente desafiante si no se crea algo nuevo, si no se camina en una dirección que mantenga a los individuos estimulados, con ganas de crecer. Al mismo tiempo, esos caminos nuevos pueden hacer cambiar de forma diferente a cada una de las partes de la pareja, evocando la individualidad al margen de la pareja, que puede asustar a una de las partes pero que será indispensable para nutrir de forma nueva, con estímulos provenientes del exterior, a una asociación habituada a los viejos retos.

En este momento, como decíamos, la pareja puede asustarse por la diversidad del caminar del otro, el aumento del interés por el exterior o las actividades en solitario, en particular si la fase previa, la de construcción del vínculo seguro del que hablábamos al inicio, se llevó a cabo sobre la premisa de la homogeneidad de criterios y actividades, y cierto grado de fusión –imprescindible al principio para formar ese ‘nosotros’, ‘nosotras’–. Si la posibilidad de bifurcarse, de ir y volver, de tener otros vínculos e intereses fuera estuvo presente desde el inicio, al tiempo que esos caminos nutrían a la pareja con planes alternativos, con reencuentros al final del día, con un ‘te he echado de menos’; las nuevas búsquedas no despertarán el pánico tras un largo periodo de homogeneidad, de estabilidad que ha dejado de ser interesante.

Y es cierto que los individuos nunca dejan de serlo, por mucho que exista la fantasía de poder disolverse en la relación, o en el rol de padre o madre, de pareja –y no tener que encargarse del propio crecimiento–. Pero la realidad biológica y psicológica nos hace diferentes, hace cobrar valor a los años previos a la formación de la pareja, que nos dio entidad individual y lo cual fue precisamente lo que hizo posible que se fijaran en nosotros o que nos fijáramos en ellos. Las despedidas existen, siempre es una posibilidad, pero el miedo a movernos, a cambiar, no puede evitarlas, y a veces, incluso las crea.