02 ABR. 2023 De qué hablamos cuando hablamos de correr El fenómeno vasco-árabe en el atletismo Varios de los mejores fondistas vascos son de origen árabe. Algunos nacieron en Euskal Herria y se criaron con sus familias; otros pasaron por situaciones extremas, se arriesgaron al máximo, y van haciéndose un sitio en el atletismo e incluso algo más complicado, intentan vivir de ello. Con o sin papeles, se van dando a conocer ganando carreras o batiendo récords. Argazkiak: Maialen Andres - Gorka Rubio | FOKU Miren Saenz Este reportaje tuvo una primera parte y un titular casi idéntico en un precedente publicado hace 28 años en el clausurado diario “Egin”. “El fenómeno vasco-árabe” estaba dedicado a dos chavales oriotarras, descendientes de árabes, que empezaban a correr. Uno era Kamel Ziani, que ahora tiene 51 años, y cuenta con un cross y hasta un club con su nombre, el Orioko Kamel Ziani Atletismo Taldea, donde entrena a cerca de 200 niños y niñas, a atletas de otras edades y a medio centenar de mujeres embarcadas en el running. Todos y todas vestidos de amarillo, el color aguilucho. Ziani tiene un pasado en el atletismo: participó en el maratón de los Campeonatos del Mundo de Edmonton (2001) y Helsinki (2003) y en el de los Europeos de Múnich (2002) –quedó séptimo– y Goteborg (2006). El otro protagonista de aquel artículo era Khaled Kaanache, diez años más joven que Ziani y con un recorrido más corto. Fue el primer campeón infantil del Cross Internacional de Lasarte, pero terminó colgando las zapatillas, montando una empresa de ventanas, y pasando el testigo a su hermano pequeño Hossain, que se mantiene en el mundillo. Gracias a ellos, el atletismo tiene un sitio en un pueblo volcado al 100% en el remo, pero también en el fútbol –más si cabe tras la aportación del oriotarra Imanol Alguacil, exjugador y actual entrenador de la Real Sociedad–. Hossain Kaanache Amghiraf practica deporte desde pequeño: hasta los 20 años jugó al fútbol; hasta los 30 corrió y ahora, a los 38, compagina el atletismo y el duatlón, después de pasar por el triatlón. Sigue federado, compite en Saltoki Trikideak, un equipo navarro de duatlón de los destacados a nivel estatal, y lo alterna con otras tareas, porque también lleva el equipo Apalategui Atletismo. Él mismo reconoce que a nivel deportivo no ha conseguido grandes resultados: fue noveno en un Campeonato de España de cross y ganó en el de Euskadi en distintas categorías, suficiente para motivarle a seguir, que es su objetivo. Chakib Lachgar, actual campeón de Euskadi de cross, durante la última Behobia. Él fue el ganador en la edición de 2019. Al pequeño de los Kaanache el deporte le sirvió para canalizar los momentos complicados. Nacido en Orio, de padres marroquíes, explica la sensación de un chaval que se siente distinto, pese a estar integrado, con un especie de trabalenguas que se entiende a la primera. «Yo pasé una adolescencia en la que no quería ser, hasta que me di cuenta que era; cuando integré que era, de dónde era y por qué, empecé a reivindicarlo en cualquier sitio. Todo el mundo sufre a diferentes niveles. Descubrí que cuando corría 20 kilómetros iba diferente al trabajo, más calmado. Me ayudaba a descargar la energía, la mala leche que no me hacía bien», admite con voz pausada. Viéndole en la redacción de GARA, cuesta imaginarlo enfadado. Licenciado en Magisterio por la UPV-EHU, posee también un grado en actividades del deporte (TAFAD). Políglota, domina el euskara –tiene el EGA y ejerció de profesor de ikastola durante cinco cursos–, el castellano, el árabe y el inglés, y se defiende bastante bien en francés. Se dedica a la enseñanza y a la pedagogía, entre otras razones, porque se ve capacitado para cambiar paradigmas: «Cuando yo era profesor de Primaria en Orio, un pueblo pequeño donde me conoce todo el mundo, un aitona me dijo en euskara en plan positivo: ‘¡Quién me iba a decir a mí que un moro daría clases de euskara a mi nieta!’. Eso es cambiar ideas preconcebidas. Luego hay situaciones que no me gusta mencionar, no es agradable que te rechacen por el color de tu piel. Los primeros tres meses en la Universidad sentí rechazo. Me topé con gente que nunca había estado con alguien de origen marroquí, entonces ves la diferencia». Él lo atribuye al miedo a lo desconocido. «Lo diferente siempre da algo de miedo, sea una persona o un plato de comida» y se remite a los chipirones en su tinta, ese manjar de color negro que sorprende a los extranjeros y no todos se atreven a probar. Hossain Kaanache se reconoce el antídoto al virus que puede llegar a ser el racismo: «La gente que me conoce me siente de aquí, nadie que me conozca me ha rechazado por mi origen, pero sí los que no me conocen. Hasta mi novia, que es de familia de caserío, se da cuenta a veces. La gran mayoría no, y estoy muy agradecido a la gente de mi pueblo». Se siente de más sitios, pero sobre todo vasco. Siempre ha vivido en Orio, salvo en periodos cortos, concretamente en la post adolescencia, cuando pasó tres meses en Taza, la ciudad de sus abuelos, o un año en Miami y otro en Rotterdam «de pelapatatas», ayudando a su hermana Najat en uno de los famosos restaurantes regentados por la considerada mejor chef de Marruecos desde que montó el Nur en la Medina de Fez. «Es una gran embajadora de Orio y de Euskadi, pero sobre todo lo es como cocinera, mujer y extranjera. No conozco a nadie que trabaje tanto». Hossain Kaanache Amghiraf continúa compaginando la práctica deportiva con su trabajo y otras actividades. Siempre en marcha. Tampoco Hossain se ha quedado quieto. Ha sido monitor de natación, entrenador personal de atletismo, ha dado clases particulares a niños, ha ejercido la docencia, ha trabajado en la obra, con su hermano en la empresa de ventanas, de pinche de su hermana… le gusta escribir, leer libros, también de pedagogía y poesía. Actualmente es responsable y director de recursos residenciales, los «mal llamados centros de menores», matiza. Una definición que en su opinión tiene una connotación negativa y reivindica un nombre más amable: «Casa, hogar de adolescentes o de menores, algo menos carcelario, porque esa época ya ha pasado. Yo he estado trabajando en esos centros de menores, pero hoy en día el trabajo pedagógico y de terapia que se hace en los recursos residenciales –denominación oficial– está a años luz por delante de los centros escolares». En varias ocasiones Hossain ha dejado sus ocupaciones para llevar a cabo proyectos que le llenen. Como en 2017, cuando emprendió un viaje junto a su pareja y un fotógrafo para documentar la vuelta a sus raíces con la mirada en el pasado y en el futuro. «Me di cuenta de que yo tenía todo lo material: casa, trabajo, oficio, salud, deporte y gente que me quiere. Así que exactamente hice el camino contrario al que hicieron mis padres cuando vinieron, dejando su familia, su cultura, su idioma… Ellos vinieron a por lo tangible: la sanidad, a construir un hogar, a trabajar. Yo busqué lo intangible, lo ‘espiritual’, entre comillas. Sufrí mucho físicamente». En autocaravana pero con mucha bicicleta y corriendo, el proyecto se anunció en un vídeo titulado “5.560 cáscaras de naranja”. Si logra financiación, quizás termine siendo un documental. Como atleta e hijo de inmigrantes, Hossain conoce bien ambos mundos y aconseja a los marroquíes que deciden dedicarse el atletismo regularizar su situación. Lo sabe bien Majida Maayouf, una de las mejores fondistas de Euskal Herria que lleva once años afincada entre Bizkaia y Araba y una década compitiendo con licencia vasca. Maayouf alterna el campo a través con el asfalto, las carreras de 10 y 15 kilómetros con el medio maratón y el exigente maratón, en el que se ha enfocado los dos últimos años con muy buenos resultados. Tanto que en abril de 2021 en la ciudad italiana de Siena logró la mínima para los Juegos Olímpicos de Tokio'2020 –celebrados un año después a causa del covid–, pero se quedó sin ir. Está en trámites para obtener la nacionalidad española, así que desistió de acudir con Marruecos. En febrero de 2022, le dio un gran mordisco a su registro estableciendo un tiempo de 2.24:09, récord de Marruecos, y volvió a recortarlo el último diciembre en Valencia para dejarlo en 2.21.01. Solo cinco europeas han bajado de esa marca en el ranking histórico. Campeona sin medallas. Pese a sus méritos deportivos, Maayouf, capaz de correr a un promedio de 3,26 el kilómetro, sigue sin obtener un pasaporte que otros deportistas han conseguido bastante más rápido. Y menciona algunos nombres. «Yo no tengo nada contra ellos, al contrario, les deseo mucha suerte, pero han llegado más tarde que yo. Con algunos se hace una excepción, los demás tenemos que llevar diez años viviendo aquí y luego esperar 3, 4 o 5 años, dependiendo de las circunstancias. Con los menores de edad es distinto», asegura. Ese trámite no es ninguna insignificancia, ni a nivel deportivo, ni económico. «Cuando corres con el club puntúas para el equipo pero, a nivel personal, no tienes puntos, eso es una limitación y no puedes hacer nada aunque tengas más nivel que otras. En los campeonatos oficiales no puedes subir al podio, solo cuando es en equipo. Gané el Campeonato de España de 10 kilómetros, también el de cross –el pasado 30 de enero, con una exhibición en Las Balsas–, y nada. Por eso tengo que hacer carreras de asfalto, populares…». Es difícil no caer en la frustración que generan los triunfos sin medallas. Desde la Federación Vasca de Atletismo siguen su caso con interés y la apoyan. Su presidente, Juanjo Andérez, está convencido de que para finales de este año obtendrá la ciudadanía: «Ojalá pueda estar en los Juegos Olímpicos de París’2024», asegura Andérez. Con 13 años corrió el Mundial de cross de Japón con la selección marroquí y aquel debut terminó perjudicándole de cara a la obtención de otro pasaporte. Nacida hace 33 años en una familia de ocho hermanos en Brarha –una aldea situada a 1.600 metros, pura montaña a la que entonces no se podía llegar en coche–, cuando ella tenía tres años se mudaron a la ciudad de Mekfnes. «No me imagino volviendo a vivir allí. Mi hija nació en Vitoria hace diez años y yo vivo aquí. En Marruecos, vivir del atletismo es todavía más complicado porque hay menos medios», reconoce. Juanjo Andérez, presidente de la Federación Vasca de Atletismo. Instalada en Agurain, ha trabajado de dependienta en una tienda de deportes y de monitora de atletismo en el club La Blanca de Gasteiz, pero para ser profesional y preparar maratones «necesitas dedicarte a esto. Mi vida está aquí». Considera que su carrera deportiva «de verdad» comenzó en Euskal Herria, casi siempre en el BM Bilbao. «Me han ayudado mucho, incluso cuando no tenía la residencia». Durante una década, Maayouf vistió la camiseta roja del club vasco más potente del fondo femenino, y este 2023 ha estrenado la del Asics. Verle correr es una delicia, lo da todo y ni siquiera el esfuerzo es capaz de borrarle la sonrisa. Comparando con la categoría masculina, hay pocas mujeres de procedencia árabe que destacan en el panorama vasco. «Soy casi la única. Estaba Aicha Bani –una saharaui instalada durante años en Nafarroa– a la que conocí en 2006, porque también acudió a aquel Mundial de cross y tendrá mi edad. Nosotras tenemos que insistir, insistir e insistir para hacer lo que queremos, aunque a mí mi familia me apoyó desde el principio, pese a que no tenían medios. Siempre me han animado y hasta lloran cuando gano. Ahora está cambiando, pero en Marruecos dedicarte a esto era muy difícil». Majida Maayouf, en la salida de la Gimnástica de Ulia. ¿Por qué hay menos mujeres? Andérez lo atribuye a cuestiones «culturales o a las costumbres de algunos países. En los años 80, cuando empezaron a venir keniatas y etíopes a los crosses vascos, todos eran hombres. Luego se fue normalizando y ahora hay muchas mujeres». Mirando más para atrás, recuerda que en el franquismo las mujeres no podían practicar atletismo. «Hasta 1963 estaba prohibido, aunque desde el 65 existe clasificación de hombres y mujeres en lo que se llamaba el Campeonato Vasco-Navarro. Hace cincuenta años, en Munich'72, veíamos a mujeres atletas, aunque no en distancias largas, porque ahora están en todas las disciplinas. Lo que no había eran futbolistas olímpicas y ahora hay un montón, es el poder del fútbol. En el atletismo, hasta sub'18, hay chicos y chicas; es deporte, pero también es un juego. Después llegan a la Universidad y lo dejan. Las universidades de aquí no apoyan el deporte», afirma. Cualquiera que siga el atletismo, en televisión o en directo, ha visto correr a los atletas que aparecen en estas páginas. Por mencionar algunos: el tudelano Nassim Hassaous García, de origen argelino y canario, compitió en febrero en el Mundial de cross de Bathurst (Australia). Por aquí ha subido al podio del Cross de Lasarte y el pasado año se impuso en los 10 kilómetros de la Gimnástica de Ulia. Chakib Lachgar, vigente campeón de Euskadi de cross, comprobó la enorme repercusión de la Behobia después de ganarla en 2019. Instalado en Errenteria, las últimas temporadas arrasa en las populares vascas que compagina con crosses internacionales y con su trabajo de pastelero en Irun. Llegó a Europa con 17 años escondido en un camión, lo consiguió en el quinto intento. Comenzó tarde, a los 23 años, y sigue en la pelea. Otros fueron ‘menas’ (menores extranjeros no acompañados): Hamid Ben Daoud o Abdelaziz Merzougui pasaron por Zabaloetxe en Loiu y después comprobaron qué se siente encaramados a prestigiosos podios como auténticos fenómenos vasco-árabes. ¿De qué hablamos cuando hablamos de correr? Como Murakami, de la influencia de este deporte en sus vidas.