Guerrilleras kurdas iraníes luchan por sus derechos en el Kurdistán iraquí
Hace décadas que el statu quo religioso y político de la República Islámica margina a las mujeres, las agrede y las mata, pero nunca antes las mujeres habían gritado tan alto su deseo de libertad.
Mayo, 28, 2023 (Erbil, Irak). Hace unas semanas, las calles de la ciudad de Saqez, en el Kurdistán iraní, han vuelto a ser el escenario de protestas masivas para denunciar una nueva oleada de intoxicaciones con gas en escuelas femeninas del país. Pese a haber llevado a cabo algunos arrestos, las autoridades no han identificado a los responsables de estos ataques misóginos contra adolescentes, que empezaron a registrarse el pasado mes de noviembre. El propósito cobarde de estas agresiones es acallar a las mujeres, atemorizarlas, apagar sus voces, hoy más fuertes que nunca.
Saqez se convirtió el 16 de septiembre de 2022 en un símbolo de la lucha feminista y de los derechos humanos del pueblo iraní. Es la ciudad natal de Mahsa Amini, la joven kurda que perdió la vida tras ser arrestada en Teherán por llevar el velo mal puesto. Su muerte, fruto de la violencia policial, desató las mayores protestas registradas en Irán desde la fundación de la República Islámica (1979). Las manifestaciones exhibidas en todo el país se han prolongado durante meses, hasta que la represión policial y varias ejecuciones tras juicios rápidos y sin garantías han conseguido silenciarlas, por ahora, y no del todo. En distintos puntos del país, como en las regiones de minorías étnicas de Sistán-Baluchistán y el Kurdistán, en el sureste y noroeste del país, la población sigue manifestándose, exigiendo la caída del régimen.
El empeoramiento de la situación económica y las duras condiciones de vida ya habían sacado a la gente a las calles en los últimos años, pero esta es la primera vez que un hecho –la muerte de Amini– ha acercado a iraníes de todas las nacionalidades (azaríes, kurdos, baluchis, árabes) del país en un sentir unitario: el fin de la violencia contra las mujeres y la lucha por la libertad.
Ser kurda y mujer en Irán, doble estigma. Las kurdas iraníes saben muy bien a qué sabe la represión. Ellas la sufren por partida doble: por ser mujeres y kurdas. Cuando Jilamo se sumó a las protestas en Saqez tras la muerte de Mahsa Amini, lo hizo consciente del riesgo que suponía. Pero los gritos de la multitud, hombres y mujeres, denunciando juntos los ataques del régimen contra las mujeres, le insuflaron una fuerza desconocida. Su participación aquellos días de octubre en las protestas duró hasta que una mañana vio cómo las fuerzas de seguridad golpeaban brutalmente y disparaban contra manifestantes a su alrededor. «Ese día pensé que debía hacer más por las mujeres kurdas, de forma diferente, y decidí huir a Irak», explica con la cara tapada desde un campo de entrenamiento del Partido por la Libertad del Kurdistán (PAK), al otro lado de la frontera que separa Irán e Irak.
Jilamo es una de las cientos de mujeres kurdoiraníes que en los últimos meses han huido a Irak para unirse a alguno de los partidos de la oposición iraní que operan desde el exilio. En Saqez estudiaba Derecho en la universidad y llevaba una vida normal. Ahora, enseña kurdo a sus compañeras de filas y se entrena para la defensa del territorio y los derechos de los kurdos desde Irak.
Esta minoría representa el 10 por ciento de la población de Irán. Ya desde antes de la fundación de la República Islámica, durante el período monárquico, los kurdos mantienen un enfrentamiento con el Gobierno central de Irán por defender su singularidad étnica y reclamar una mayor autonomía política, aspiraciones que Teherán castiga con dureza. A finales del año pasado, la Guardia Revolucionaria de Irán (CGRI), el cuerpo paramilitar dedicado a defender con violencia y muertes selectivas los valores de la revolución, lanzó varios ataques contra las sedes de estos partidos, causando varias víctimas mortales y graves daños materiales.
En un campamento de entrenamiento militar de mujeres en Irak. Para llegar hasta el campo de entrenamiento del PAK hay que conducir una media hora desde la carretera principal que une Erbil, la capital del Kurdistán iraquí, y la ciudad de Koya. A medio camino, el vehículo todo terreno en el que viajamos se desvía y empina un sendero de tierra. Tras quince minutos sorteando baches, se divisa un cuerpo pequeño a lo lejos. Es el de una joven peshmerga (soldado, en kurdo) que vigila el camino fusil en mano. Es inevitable preguntarse cómo debía ser su vida cuando vivía en Irán, antes de abandonar su hogar y unirse a las filas de una formación políticomilitar en otro país. Al pasar con el vehículo delante de ella, nos saluda con la mano y sonríe tímidamente. No tendrá más de veinte años.
Al llegar al campamento, decenas de jóvenes vestidas de uniforme esperan en pequeños grupos las instrucciones de las comandantes. Es la sección femenina del partido. Todas llegaron a la formación huyendo de la violencia en Irán o creyendo que podrían resultar útiles defendiendo la causa kurda desde el exilio.
Ema se unió al partido en 2017 y ahora ostenta el cargo de comandante. Las mujeres kurdas en Irán tienen menos derechos que las persas; se enfrentan a más dificultades para acceder a un trabajo y están más perseguidas. No es casualidad que el lema ‘Mujer, vida y libertad’ (convertido en eslogan de las recientes protestas en Irán) sea kurdo. «Estamos convencidas de que el hecho de que Mahsa Amini fuera kurda hizo actuar a la Policía con mayor virulencia y, por ello, su asesinato ha unido a todas las nacionalidades de Irán –persas, baluchis, kurdos y árabes– en contra del régimen».
«Vivimos en las montañas todas juntas». Esta dirigente kurda explica la rutina que siguen las peshmergas: «Nos levantamos a las 6 o 7 de la mañana; damos clase y después realizamos maniobras para situaciones de defensa». Cuando el entrenamiento termina, comienzan las tareas domésticas: «Algunos días vamos a la ciudad a comprar y después volvemos». ¿A dónde volvéis? «A las montañas», responde Ema. «Las casas que habéis divisado desde la carretera hace semanas que están vacías porque Irán nos amenaza con bombardearnos. No vivimos en una zona específica. Estamos siempre moviéndonos. Cada dos horas nos trasladamos a otro lugar. Vivimos las 24 horas del día juntas».
Media Ardalan cruzó los montes Zagros que separan Irán e Irak a las pocas semanas de iniciarse las protestas. Fue testigo de ejecuciones en plena calle y decidió unirse a la oposición en Irak para luchar por la nación kurda. Ardalan cambió en pocos días los libros de Ciencias Políticas por un fusil A47, pero asegura que no echa de menos su antigua vida. «Mis padres saben dónde estoy y están muy orgullosos de mí. Mi propósito es luchar por la independencia de Rojalat (como se denomina en kurdo al Kurdistán iraní) y ver a nuestra gente libre. No temo a nada, me entrenan para combatir al enemigo invasor», asevera.
El enfrentamiento con Teherán se mantiene activo y en las últimas décadas se han registrado muertes de numerosos militantes kurdos identificados por Irán como insurgentes armados. También ha habido en el pasado movimientos para intentar el diálogo, que no han fructificado. Igual que sucede en Turquía, donde el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) está considerado una organización “terrorista” por Ankara, la Unión Europea y Estados Unidos, los partidos kurdos iraníes tampoco tienen representación directa en la Cámara iraní y son acusados por el régimen de querer romper la unidad territorial y de aliarse con el enemigo occidental para derrocar la República Islámica.
Trabajo de reclutamiento en el Kurdistán iraquí. Un poco más al este, hacia la frontera con Irán, Shiva prepara té para su marido y su hermana. Viven todos juntos en una vivienda de pequeñas dimensiones en el centro de Koya. Cuando vivía en Irán, esta miliciana ya formaba parte de las filas del Partido Democrático del Kurdistán Iraní (KDPI), la formación kurda más antigua, surgida en 1945. La muerte de dos sus tíos involucrados en política la marcó profundamente y la empujó a seguir el camino de la militancia. Pero en 2019 sintió que su vida corría peligro y decidió huir a Irak y continuar el trabajo de reclutamiento desde allí.
«Las fuerzas de seguridad me llamaron varias veces para que fuera a comisaría, me interrogaron y me di cuenta de que, si seguía en Irán, iban a detenerme, así que me fui», explica uniformada con el atuendo militar de peshmerga. Igual que en el caso de las jóvenes soldado del PAK, el cambio de vida para Shiva no debió ser fácil. Pero la falta de oportunidades y la pobreza que golpean esta región, cuya población soporta peores condiciones de vida que las que se dan en otras áreas menos castigadas, impulsan a jóvenes como ella a ver en la adhesión a las filas opositoras kurdas un futuro más esperanzador. Un futuro, sin embargo, en el que permanecerá condenada al exilio, sin posibilidad de regresar a casa y señalada para siempre por un régimen atroz.
Preguntada si se maneja bien con el fusil, asegura que solo lo tiene para defenderse. «Si Teherán nos bombardea desde el aire, ¿qué podemos hacer con un arma? Solo defendernos de un ataque por tierra». Shiva solía dedicarse a la producción de material audiovisual desde la sede del partido pero, cuando a finales del pasado año Teherán bombardeó posiciones kurdas en Irak, las instalaciones del partido quedaron destrozadas y su labor quedó interrumpida.
Desde suelo iraquí, las iraníes convertidas en peshmergas desean que las manifestaciones en Irán no terminen, pero es difícil sostener el ritmo de protestas cuando la represión es tan brutal. Desde hace meses, el régimen ha empezado a ejecutar a manifestantes y las calles se han vaciado. Se prevé que en los próximos días tres hombres detenidos el pasado mes de noviembre sean ejecutados acusados de blasfemia.
Las mujeres iraníes han perdido el miedo. A día de hoy, ocho meses después del levantamiento popular en contra del régimen teocrático, es indudable que algo ha cambiado para siempre. Si la trágica muerte de Mahsa Amini, una de tantas causadas por la violencia policial, ha provocado revueltas masivas en todo el país, la mecha puede prenderse otra vez en cualquier momento. Por su parte, las iraníes han perdido el miedo a quitarse el velo en la calle y, aunque el régimen ha intensificado la vigilancia y el acoso a las mujeres que no llevan hijab, algunas no dudan en caminar por la calle con el velo caído. Aunque muchos hombres las apoyan, algunos las increpan y las humillan, temerosos de quedar arrinconados por el género femenino, cuya lucha por la defensa de sus derechos es muy anterior a estas revueltas.
Mientras tanto, al otro lado de la cordillera, en suelo iraquí, las iraníes exiliadas seguirán levantando el puño al grito de ‘Mujer, Vida y Libertad’, deseando en silencio poder regresar algún día a sus casas y poder recuperar una vida libre de violencia, separaciones forzosas y llantos por la pérdida de sus seres queridos.