Igor Fernández
PSICOLOGÍA

Contrariar

Hay un momento en las relaciones que empiezan en el que nos jugamos el paso a la siguiente fase de intimidad. Sea en el contexto que sea (pareja, amistad, profesional…), al principio todos ocultan la ‘mano que llevan’ en ese juego de cartas que es conocerse y gustarse lo suficiente como para hacer lo que se ha venido a hacer. Nos gustamos y nos tememos a partes iguales; más allá de las convenciones sociales y la educación preceptiva, al acercarnos a alguien le vemos las imperfecciones de la cara, y del carácter, y somos conscientes de ellas. Así que, cuando una relación madura lo suficiente, es el momento de pensar en qué hacer con esa consciencia de las sombras, las fallas o defectos del otro, que es especular también para nosotros, para nosotras.

De cerca se nos ve más, y en momentos iniciales nos invitamos mutuamente a dejar pasar esos detalles a favor de la cohesión, a hacer la vista gorda, y, si es necesario cuando se hace cuesta arriba, recurrir a complacer para evitar la crítica potencial. Durante un tiempo es imprescindible recurrir a lo que haga falta por el equilibrio, pero cuando este está asegurado, hay que tomar una decisión: ¿pasar por alto o confrontar? ¿Evidenciar lo evitado o tratar de aguantar para que nada cambie? Pensamos que, haciendo una suerte de esfuerzos y piruetas actitudinales, podremos evitar el momento de significarnos. Pero lo cierto es que siempre hay ajustes que hacer. Quizá nos dé miedo iniciar una escalada ‘sincericida’ en la que nos diremos todo lo que pensamos sin medir las consecuencias y todo el idilio inicial se esfume y todo se vaya al garete; o quizá no estemos seguros del todo de la reacción a nuestra confrontación (y de la solidez del vínculo), y también se vaya al garete -unilateralmente-.

Sea como fuere, si la relación pretende durar, algo hay que hacer al respecto. Bien sea algo profundo o más superficial, estará bien buscar el momento en el que vayamos a tener tiempo, después hablar en primera persona y siempre de impresiones subjetivas -nunca de descripciones absolutas- ya que estamos acercándonos a lugares que pueden generar vergüenza o inseguridad y, por tanto, reacciones defensivas de enfado o retraimiento. Es útil dejar claro que si se habla de cosas difíciles es para asegurar que las cosas funcionen más adelante y dejar la puerta abierta a ser nosotros, nosotras, quienes estemos equivocadas o quienes tengamos que aprender a encajar ese rasgo del otro que no conocíamos hasta ahora.

Hablar de lo que no nos gusta del otro no es garantía de nada, incluso puede tener un efecto adverso si se hace desde una atalaya, pero puede ser una de las conversaciones más íntimas y transformadoras en una relación. Quedarse sin poder hablar de lo que no nos gusta por temor a perder a alguien, es una garantía de deterioro futuro.