Igor Fernández
PSICOLOGÍA

El sitio de la chispa

Quien haya recibido un masaje podrá recordar qué es lo que le gusta que le hagan aunque, aparte del alivio, el placer, el gusto, el bienestar o el estímulo, pueden estar en partes de lo más inesperadas. Es a veces un descubrimiento saber qué le gusta a uno o a una cuando le dan un masaje. Y es que, detrás de las múltiples tensiones que vamos sintiendo por la vida, se esconde -o queda silenciado en ocasiones-, el lugar del placer.

El placer es un concepto que recibe muchas proyecciones, es uno de los lugares favoritos de muchas ideologías para depositar en torno a él sus preceptos o valores, y a menudo un botón accionado para conseguir de nosotros, de nosotras, reacciones inmediatas, casi automáticas. Sin embargo, probablemente nos daría mucha más libertad conocer y ejercer nuestros placeres. O al menos, del mismo modo que nos obsesionamos con reducir los dolores al punto de tratar de hacerlos desaparecer, quizá conocer los lugares de placer, las ‘zonas erógenas’ de nuestra persona, nos daría algo que defender que sí tiene sentido interno, con lo que sí podemos identificarnos.

Muchas veces me pregunto qué pasaría si conociéramos y nos involucráramos con nuestro placer tanto como lo hacemos con nuestras obsesiones, temores o heridas. Y no me refiero al placer momentáneo fruto del alivio de las tensiones o la estimulación intensa y repentina -que también está muy bien-, sino al placer de sentirnos donde queremos estar, con quien queremos estar y haciendo lo que queremos hacer. El gozo de conectar con esa parte única de nosotros, de nosotras, donde un aspecto de vitalidad se enciende.

Tengo la sensación de que junto con esa chispa de alegría, de gozo, se desplegarían también soluciones creativas que quedan en otras ocasiones constreñidas bajo la tensión, del mismo modo que el cuerpo que baila puede hacer más cosas que el que camina encorvado. Preguntas como “¿Qué te gusta hacer? ¿Dónde te sientes seguro, segura? ¿Qué actividad te saca una sonrisa sin esfuerzo? ¿Qué te hace feliz aunque nadie más lo entienda? ¿Qué te hace olvidar el tiempo o la agenda?” podrían expresar esa unicidad, una celebración de sí, que desplegaría una gran energía.

Habría que esquivar y confrontar las voces disonantes (que seguro ya habrán surgido a estas alturas del texto), o represoras, que se asustan si disfrutamos demasiado, o si nos expresamos o mostramos demasiado pero, probablemente, después de hacerlo, ir en busca de una consecución, de un logro y caminar con placer, con sensación de victoria y celebración, adquiera una potencia mucho mayor y más estable que hacerlo desde el temor o la evitación. Quizá, como decía aquel, “No hay revolución sin alegría” y los cambios, si los hacemos, serán para estar mejor, ¿no? Más contentos, más dichosas… Si no, ¿para qué?