Aguas salobres
Para quienes vivan cerca del mar, en el curioso lugar donde el río desemboque, y hayan tenido la suerte de nadar en esas aguas, sabrán que el agua salada y dulce se encuentran y se desdibujan mutuamente. Saborear esa mezcla tiene algo de desconcertante y especial. Pocas veces oímos hablar de estas aguas y el interesantísimo universo que estas generan, quizá porque pocas veces oímos hablar de las transiciones, indeseables para quienes, más que del viaje, disfrutan del destino.
Estar en lugares de transición, atravesar etapas de transición, vivir los efectos de haber dejado algo atrás sin haber llegado aún a lo siguiente, son experiencias que, por lo general, tratamos de atravesar a la mayor velocidad posible. Casi para no darnos cuenta. Y tiene sentido porque las transiciones implican una despedida hacia atrás y una preocupación anticipatoria; pero también un alivio y un deseo. Sensaciones que crean díadas difíciles de gestionar internamente. ¿Cómo se supone que uno lidia con la pena de la despedida y el alivio al mismo tiempo? O ¿cómo integrar la preocupación por lo que vendrá y el deseo de que venga? Estar ‘en medio’ de este fuego cruzado emocional propio de las transformaciones es francamente incómodo y es muy humano tratar de evitarlo, querríamos volver atrás o ya haber llegado para no sentir los dolores de crecimiento (como hacen los adolescentes), sin embargo, es imposible llegar a ninguna parte sin pasar por estas experiencias intersticiales en algún momento.
Es más, al mismo tiempo que sentimos la tensión, esta señala que algo importante está sucediendo, algo que se está abriendo paso y pide cuidado, que pide que lo permitamos suceder. Si lo hacemos, nos daremos cuenta de que la contemplación, la duda o la indefinición de no saber aún, nos está construyendo desprendiéndonos así de la certeza de las capas viejas; y podremos notar también que puede haber alegría en que ya no nos valga lo que nos valía, porque eso implica que estamos siendo actores, actrices de nuestro propio escenario vital al tener que decidir algo al respecto. Lo cual nos dignifica.
También nos cuesta darnos cuenta entonces de que todos los caminos se nos abren al dudar, al estar en esa tierra de nadie; de que en las encrucijadas ya no decidimos necesariamente por inercia o compulsión, sino que realmente podemos circular por un camino diferente, vivir algo diferente si nos lo permitimos. Quizá la recompensa de la tolerancia a la incomodidad de que la propia vida nos empuje hacia adelante, sea el tiempo poder por una vez, y de forma revolucionaria decidir realmente el siguiente paso y poder ejercerlo después de pleno derecho… Y con plena responsabilidad.
Empieza 2024 y querremos cambiar muchas cosas, incluso lo necesitaremos. Será interesante ver qué seremos capaces de hacer del otro lado de la transición… Si es que la toleramos.