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URKULLU NO SERÁ CANDIDATO A LEHENDAKARI

El fin de Urkullu no significa el fin de su era

Iñigo Urkullu saluda a Imanol Pradales, su sucesor como cabeza de lista del PNV en las próximas elecciones autonómicas, durante un acto organizado en Sukarrieta por el 120º aniversario de la muerte de Sabino Arana. (Marisol Ramirez | FOKU)

Siendo presidente del EBB, Iñigo Urkullu dijo en su día que «hay muchos días en los que tengo que hacer actos de fe para seguir unido a Ibarretxe» -luego, claro, aseguró que aquello que le dijo a María Antonia Iglesias estaba sacado de contexto-. Y tras casi doce años en Ajuria Enea, mientras batallaba a lomos de sus medios de confianza (algunos pagados entre todos) contra los molinos de la confabulación marxista-judeo-masónica de ELA y EH Bildu (Sortu), no se percató de que en la planta alta de Sabin Etxea estaban afilando la guillotina. Se ve que Ortuzar, Aurrekoetxea, Atutxa, Egibar y Mediavilla también acabaron teniendo problemas de fe. La forma abrupta de su relevo por Imanol Pradales fue una muestra de improvisación y nerviosismo. El partido ya no lo controla todo.

Otra cosa es que el fin de la era Urkullu suponga, realmente, un cambio de era en la política del PNV. Tras su primera victoria, al llegar a Ajuria Enea en diciembre de 2012, Iñigo Urkullu optó por gobernar en solitario. Pero vio que no podía. Así que el 16 de septiembre de 2013, junto a Andoni Ortuzar, firmó un pacto con el PSE de Patxi López e hizo toda una declaración de principios e intenciones: aquello suponía volver a la normalidad, la superación de los frentes, «el tiempo de tejer complicidades desde la pluralidad, el trabajo común y el acuerdo». Ese día el lehendakari diseccionó la historia reciente de la CAV en periodos de quince años. Desde mediados de los 80 «se tejieron unas complicidades políticas para construir Euskadi desde la democracia y en base a valores compartidos». Recordemos que fueron los años de las reconversiones, los GAL y el Pacto de Ajuria Enea. Aquello acabó en 1998, con Lizarra e Ibarretxe, y le siguió el pacto PSE-PP. Fueron, según Urkullu, años en los que primaron «más el enfrentamiento y la confrontación, y más la política de bloques y división, que la del diálogo y el debate en la búsqueda de consensos sólidos».

Al pactar con el PSE volvía la «normalidad». Si para Josu Jon Imaz el objetivo del nacionalismo vasco debía ser «cautivar a España», el de Iñigo Urkullu ha sido el de pactar con ella y ni agua al independentismo de izquierdas. ¿Quedan tres años para acabar con esa era o se podrá acelerar?