04 FEB. 2024 PSICOLOGÍA Confía en mí Igor Fernández Un amigo me recuerda de vez en cuando algo que oía en su casa: «mucho hace el que no estorba», y más allá del rimbombante soniquete de los refranes, cuando pienso en el lugar que ocupamos al intentar ayudar a otra persona pienso que, a veces, con no estorbar su proceso de recuperación, ya estamos haciendo suficiente. A menudo pensamos que ayudar a alguien que lo necesita es algo angustioso, difícil, porque pasa por ‘hacer’ algo, por intervenir sobre él o ella y que eso resuelva las cosas. Nos abren la puerta y entonces, quizá movidos por la responsabilidad o con el temor de no estar a la altura, y quizá con la urgencia de deshacernos de nuestra propia incomodidad, empieza la búsqueda de una frase ocurrente que contenga la esencia de la resolución, o empezamos a hacer algo para convencer, seducir, presionar en definitiva, en la dirección correcta -según nuestra opinión y experiencia-. Y un momento que necesita su calma para desarrollarse se llena de ansiedad. Pero podemos relajarnos porque no depende solo de nosotros, de hecho depende mucho menos de lo que pensamos, empezando porque el hecho de que alguien se acerque con una duda o un dolor dista mucho de que sea incapaz de resolverlo por sí. De hecho, es lo que suele suceder: que tenga que resolverlo por sí después de la conversación que tengamos. Y es que, lo que las personas realmente buscamos cuando nos acercamos con nuestras vulnerabilidades a alguien cercano es su compañía, su presencia, su respeto, que nos tomen en serio, su empatía… Cosas así. Son acciones ‘blandas’ que dan espacio para que podamos ir ventilando el temor, la tristeza, las dudas, el tiempo suficiente y con la seguridad suficiente, como para recuperar algo perdido en el momento del impacto de lo que sea que nos ha pasado. La escucha famosa lo que permite entonces es que la persona pueda encontrarse protegido, protegida de nuevo, y poco a poco seguro, segura -de sí mismo, de sí misma-; y entonces volver ‘en sí’, despertar del susto y recuperar los recursos propios para afrontar lo que sea, buscar unos nuevos si es preciso o crearlos. Convertir la angustia en acción, con un mediador o mediadora que se ocupa de crear un entorno para recuperarse. En otras palabras, lo que las personas necesitamos cuando pedimos ayuda, independientemente de la edad, no es una respuesta mágica -aunque sea eso lo que pidamos-, sino una relación que nos permita encontrar la nuestra, la única que realmente va a valer… Para nuestra vida. Así que, cuando queramos ayudar a alguien psicológicamente es importante no usurparle su proceso con nuestras ideas brillantes; sino ser pacientes, no asustarnos de más y escuchar con respeto, incluso curiosidad. Y entonces, el crecimiento tras las situaciones difíciles no vendrá de aceptar la visión del otro, sino de haber descubierto la propia visión al otro lado de esa experiencia -y sí, con la compañía del otro-.