Igor Fernández
Psicólogo
PSICOLOGÍA

Aprender a morir

Por no ponernos tremendistas y, sobre todo, definitivos, “Aprender a cambiar” podría haber sido el título de este artículo. Sin embargo, morir y cambiar tienen algo muy relevante en común, casi intercambiable entre ambos conceptos, y la muerte nos puede servir como metáfora de la transformación irrevocable de las cosas, el dejar atrás y, quién sabe, encontrarse con otro estado posterior. No es este el lugar para traer las creencias de cada cual más allá de la muerte -la real, no la metafórica-, pero la muerte quizá pueda servirnos para aprender a vivir. Y quizá también, lo primero para aprender es mirar, mirar sin miedo.

Es impresionante la cantidad de esfuerzos que ponemos en no cambiar, incluso cuando el cambio es inevitable o deseable, y esta ‘resistencia’ se expresa de muchas formas, siempre dejando sin cerrar algo que ya es evidente que no nos sirve.

Cambiar, evolucionar asusta porque es también morir un poco. Dejar de ser niño, joven, dejar de ser trabajadora es morir un poco, pero también lo es dejar de ser una víctima de las circunstancias, de estar enfadado con el mundo, de esperar a que las cosas nos sucedan y hacernos cargo. Dejar a un lado unas actitudes, como quien deja una guía de viaje que ha sido útil, es también morir un poco. Y es que, hemos sido ‘esa persona’ durante largo tiempo, en momentos fundacionales a los que tenemos profundo cariño, quizá compartidos con personas a las que hemos admirado, querido o temido, pero que han sido fundamentales en nuestro desarrollo como el ser que hoy somos. Despedirnos de antiguos papeles es despedirnos de una capa de nuestra persona, de una piel que nos ha vestido y arropado, nos ha dado pertenencia, etc.

Y es que, tirar cosas cuando uno se va a mudar tiene lo suyo. Se puede convertir en un proceso obsesivo que no nos permite avanzar, con preguntas como «¿necesitaré esto en la siguiente casa?», «¿me servirá para algo?», «¿lo guardo por si acaso?». Creemos que todo sirve porque nos ha servido, y quizá aún no vemos el mundo del futuro donde podremos usar o no, esa vieja funda de gafas, por ejemplo.

Podemos incluso pelearnos para no despedirnos, así mientras litigamos no reconocemos lo que ambos sentimos que tiene que llegar al final en esta relación, tiene que ‘morir’. Sin embargo, es imprescindible que lo hagamos, que nos despidamos sin miedo, sin parálisis, de las relaciones que ya no cubren necesidades, de las creencias que ya no se ajustan a nuestro mundo cambiante, de los calcetines con agujero remendados mil veces, incluso de los sistemas económicos que nos consumen, de las actitudes internas que nos oprimen. Debemos morir un poco en todo eso si queremos que las nuevas ideas tengan un lugar, que la libertad de probar nos permita descubrir lo inesperado.

Y es que, psicológicamente, emocionalmente, socialmente, sí hay vida después de la muerte. Incluso puede que una vida que nos espera.