21 ABR. 2024 PSICOLOGÍA Invertir en imaginar Igor Fernández Cualquier persona que tenga que crear algo a lo largo de su día, bien sea por trabajo, afición o la necesidad de resolver una tarea cotidiana, tiene que tirar de imaginación. La palabra tiene en su base la formación mental de la imagen de algo o alguien, un retrato de una situación o una persona que ya nos pertenece, con el que podemos relacionarnos, al que podemos cambiar a voluntad dentro de esa bóveda de realidad virtual que es la mente. La imaginación, en ese sentido, no deja de ser una consciencia expandida a las posibilidades que ofrece la realidad concreta que vamos viviendo hasta ahora, hayamos experimentado o no dichas posibilidades. Imaginamos de manera espontánea al recordar, al anticipar las respuestas de alguien en una conversación potencial, etc. Pero la imaginación es flexible, y un lugar seguro, en realidad. Si podemos mirar a lo que imaginamos solo como una de las posibilidades, no como un vaticinio o un destino, podemos entonces jugar con otras posiciones, con otros planteamientos y con otros resultados. Lo cual es un alivio ante situaciones dramáticas. Y no porque nos permita soñar despiertos, huir de las situaciones difíciles a un mundo de fantasía -a veces imprescindible, para recuperar fuerzas-, sino porque, a partir de ese resultado imaginado, se puede transitar el camino inverso hacia las acciones que nos acerquen a él. Y solo ese ejercicio ya nos coloca internamente en otro lugar, ya nos hace accesibles quizá a recursos olvidados que pueden ayudarnos a posicionarnos de modo distinto. Y esa posición de ‘posibilidad’ es la que cambia el mundo. Según el modelo Transteórico del Cambio de Prochaska y otros autores (usado en el cambio de hábitos relacionados con el consumo de sustancias), todo cambio real es un cambio psicológico, que implica pensamientos, emociones y finalmente acciones; y que conlleva una fase de imaginar, proyectar, ‘notar’ internamente cómo sería tener una vida distinta en aquellos aspectos que se quieren cambiar. Y aquí es donde las emociones entran en juego, cuando podemos imaginar suficientemente un escenario como para quererlo antes de que suceda, no como una idea deseable y teórica, sino como un escenario alcanzable que nos apela, que de hecho, ya está en nosotros, en nosotras, cuando lo sentimos, que está ya ahí, esperando su turno. Podemos ejercitar esta capacidad adaptativa con la dedicación artística de cualquier tipo, por ejemplo, una fantástica manera de preparar la imaginación que después estará activa en la vida cotidiana. Y, por cierto, es un fantástico antídoto para la obsesión si se le abre la puerta al campo de las posibilidades. Soñar será necesario para no repetir, tanto personal como socialmente. Y no, soñar despiertos no es un signo de despreocupación, de huída, de desafección -lo es si no hay permiso para hacerlo-, sino la implicación individual en la creación del futuro de todos, de todas.